martes, 29 de septiembre de 2009

El Dominó

E L D O M I N O





- ¡Ja, ja, ja, háganme esta! Dice Antonio y deposita sobre la mesa, con un golpe exagerado, el chancho seis ¡Primera vez en la historia del dominó que alguien domina con un chancho seis! ¡Compañero…nos van a tener que dar un certificado, porque ésta no la cree nadie!

- ¡Así no más va a ser! ¡Hay que tomar el nombre de las víctimas para que también figuren en la historia del dominó, ja, ja, ja! ¡La calidad siempre se impone! agrega Guillermo, en un tono burlón pero sin mala intención.

Guillermo y Antonio no eran jugadores habituales de dominó, ni manejaban bien las técnicas de este juego, pero ocasionalmente concurrían al Club Social y siempre encontraban a alguien con quien entretenerse un rato y tomarse un trago. Generalmente perdían, pero en esta oportunidad, por esas casualidades inexplicables, le habían dado una paliza a un par de jugadores avezados sin perder ni un partido y peor aún, habían dominado, el partido decisivo, con un chancho seis, lo que en la práctica resulta casi imposible ante tamaños adversarios.

La pareja formada por Pedro Córdova y Osvaldo Durán, habían sido los ganadores absolutos del último campeonato regional realizado en el balneario de Pichilemu y para lograr el trofeo habían vencido a más de veinte parejas en el eliminatorio provincial y otras tantas en el regional, sin perder ningún partido, de modo que bien merecido tenían su título. Ahora se encontraban a la espera del campeonato nacional para representar a la región. Haber perdido frente a una pareja de novatos e ignorantes en la materia, era verdaderamente una vergüenza, no sólo para ellos sino también para la región misma, ya que se ponía en duda la calidad de sus representantes.

- ¿Qué fue lo que nos pasó Osvaldo? ¿Cómo es posible que nos haya apaleado esta pareja que no saben ni donde están parados?

- Lo que sucede, mi amigo, es que como no tienen idea, juegan cualquier carta y no la que lógicamente corresponde y con ello consiguen que nosotros no logremos saber hacia donde van ni que pretenden, porque, en realidad, no pretenden nada, juegan a poner baldosas y con eso se conforman. A nosotros nos producen confusión…¡esa es la palabra justa…con…fu…sión. Nos desorientan.

- Y para peor, como teníamos la certeza de ganarles, le pusimos, entre pera y bigotes, solamente whisky y del mejor, sin perjuicio del tinto gran reserva y de los churrascos. ¡Vamos a tener que firmar letras para pagar la cuenta!

- Bueno Pedrito, vamos a tener que pagar la soberbia. Harto cara ha sido la lección, no sólo por el consumo, sino también por la vergüenza. Una cosa está clarita… la moraleja: “No existe el enemigo chico”

- ¡Por Dios que es cierto!

El resto de los presentes en el club, rápidamente se impuso de la novedad y no podían creer lo acontecido. La mayoría de los presentes conocían a ambas parejas y no se convencían que Antonio y Guillermo, que jugaban muy a lo lejos, hayan ganado facilito a Pedro y Osvaldo. Los comentarios eran variados y, por supuesto, ninguno favorecía a la pareja ganadora.

- Pedro y Osvaldo deben haber estado ebrios, decían unos.

- A lo mejor algo de trago tenían, pero lo que los mata es el trasnoche, no ve que no están acostumbrados, agregaban otros pocos.

- No, no, los pillaron en el momento preciso nada más y supieron aprovechar la oportunidad, comentaban los menos. ¡Si se sabe que los contrincantes son malos!

Al final, las explicaciones terminaron por no convencer a nadie. ¡Perdieron y por paliza! Eso es todo, no hay excusa que valga ante lo evidente. Y si les ganaron los malos ¡cómo serán ellos!

Esa noche, en el club, nadie hablaba de otra cosa y las cervezas, botellas de vino y tragos combinados desaparecían en las gargantas de los parroquianos con una rapidez inusual.

Don Rubén, el concesionario del club, temiendo agotar su stock de bebidas alcohólicas, tuvo que conseguir con un amigo propietario de un restaurante le pasara, en calidad de préstamo, unas pocas botellas de vino, cervezas y pisco, para poder cubrir el sobre consumo repentino que le estaba afectando.

Fue esta la razón por la que el dueño del restaurante, don Elías, se impuso de la derrota sufrida por Pedro y Osvaldo. Naturalmente que la divulgó entre sus habituales clientes, que por cierto también practicaban el juego del dominó en su negocio e incluso algunos habían participado en el campeonato comunal, sin alcanzar lugares más avanzados.

Comentaban al día siguiente, que un par de horas después del acontecimiento, la noticia ya se había divulgado de tal manera que, incluso, en el cabaret de la Tía Ruth fue motivo de conversación de los clientes con las asiladas, y los que no se impusieron esa noche, lo supieron al día siguiente por cuanto fue publicado en el diario El Rancagüino, incluyendo fotografías de los campeones derrotados vergonzosamente por los novatos desconocidos, de los cuales, por supuesto, no se tenían fotografías. El diario se dio el lujo de inventar entrevistas con los ganadores y de obtener respuestas respecto de las técnicas usadas para conseguir el triunfo, agregando que habían aprendido a dominar el juego en la ciudad de Neuquén, en Argentina, donde este juego es tan popular como el fútbol.

Todo lo escrito, era falso, salvo la derrota.

Hasta los apellidos de los ganadores tuvieron que ser inventados ya que en el club social donde se había realizado el evento, eran conocidos sólo por sus nombres, puesto que ni siquiera eran clientes habituales, sino ocasionales.

Varios periodistas de radios locales, como perros zorreros, olían las huellas y seguían las pistas para conseguir las verdaderas identidades y hacer entrevistas directas con los desconocidos y anónimos vencedores de “Los Invencibles”, como eran denominados Pedro y Osvaldo. Sólo se sabía que no eran Rancagüinos y que sus nombres eran Guillermo y Antonio.

El canal de televisión local mandó un equipo periodístico a investigar y no pudiendo obtener información alguna, recurrieron a la policía para conseguir la confección de retratos hablados y con ellos dar la noticia que todo el mundo quería conocer con detalles. Sin embargo, todo esfuerzo resultaba estéril, como si a estos nuevos héroes se los hubiese tragado la tierra.

La Federación Chilena de Dominó, aprovechando su organización a nivel nacional, encargó a todas las Asociaciones del país, rastrear la verdadera identidad de Guillermo y Antonio, para citarlos e integrarlos a la selección nacional que próximamente debía participar en un campeonato Sudamericano. Nuevamente no fue posible saber el paradero de estos verdaderos fantasmas. Nadie se explicaba que dos personas “maestras” del dominó, no pertenecieran a club alguno, ni fueran conocidas en el ambiente dominocero o bien la información se estaba guardando de adrede para que estos jugadores no fueran tentados por otros clubes.

Los medios de comunicación a nivel nacional, por supuesto que se impusieron de la noticia y dieron un comunicado, por así decirlo, suave, ya que al igual que todos, carecían de información suficiente para divulgar el hecho con fuerza. De todos modos designaron a sus mejores reporteros para que concurrieran a Rancagua y obtuvieran antecedentes más sólidos en que respaldar esta tan importante noticia que seguramente remecería las bases de la Federación Chilena de la especialidad y provocaría profundas investigaciones sobre la seriedad de los campeonatos e incluso se realizarían auditorias para comprobar el correcto uso de los recursos económicos entregados por el Gobierno de Chile.

En buenas cuentas, las consecuencias de esta noticia podrían llegar a ser catastróficas, no sólo en el ámbito del juego, sino también en el administrativo, y eso que nadie había pensado aún en qué pasaría si se llega a saber en el extranjero. Seguro que se les perdería el respeto a los jugadores chilenos y serían objeto del escarnio internacional.¡Eso si que sería grave!

Hubo un diario, un poco más avanzado, que se atrevió a titular: “Vencidos los Invencibles” y en el texto decía: “Una pareja, al parecer de fantasmas, derrotó vergonzosamente a los Invencibles Pedro Córdova y Osvaldo Durán, campeones regionales de dominó de la sexta región. Ahora no se sabe quién representará a la región en el campeonato nacional, si serán Los Invencibles o esta pareja de fantasmas. Usted juzgue.”

Mientras tanto, Pedro y Osvaldo ya ni se atrevían a salir de sus casas y los encuentros diarios con sus amigos, a tomar el café de las 11,00 hrs., los suspendieron simplemente dejando de asistir. Tenían temor a los comentarios y a las múltiples preguntas que les formularían sus amigos.

¿Qué explicación podrían dar? En realidad fueron bien ganados, no se encontraban ebrios, ni les afectó la trasnochada, ni estuvieron desconcentrados y ni siquiera cometieron errores garrafales. Todo sucedió, simplemente, porque los contrincantes, que efectivamente son malos, jugaron inspirados quien sabe por qué santo. Lo que hacían, les resultaba bien, como el cazador que dispara con los ojos cerrados y bota una tórtola al vuelo. Esas cosas no tienen explicación alguna, sólo suceden y hay que aceptarlas. El error estuvo en haber corrido el riesgo que creyeron no existía.

El problema grande para ellos, es que ahora nadie les cree. Todos piensan que no tienen posibilidad alguna de ganar, enfrentándose a verdaderos jugadores y en esos términos la región iba a hacer el ridículo en el campeonato nacional.

Similar problema tiene también la Asociación Regional que se ha quedado sin jugadores que la representen en el Nacional. ¿Quién se atreve a mandar a una pareja que ha sido derrotada por dos desconocidos? Y si no se manda a Los Invencibles que arrasaron con el resto de los competidores, ¿ A quién van a mandar?.

Pareciera que la única solución es desplegar todos los medios disponibles para ubicar a la pareja ya apodada Los Fantasmas y conseguir se comprometan a ser los representantes de la VI Región. De este modo, por lo menos, todos estarían de acuerdo en que se hizo los más grandes esfuerzos para tener los más idóneos jugadores existentes en la región.

Todos los integrantes de la Asociación Regional por unanimidad, dieron el visto bueno a este plan y dejaron constancia detallada en acta, de ello.

Debían mandar a cada uno de los pueblos de los alrededores de Rancagua, a una pareja de investigadores que portaran los retratos hablados confeccionados por la policía (no tenían otro medio de identificación) y se entrevistaran con los dirigentes de las Juntas de Vecinos, a fin de conseguir fueran identificados y ubicados, los ya famosos “fantasmas”. Contaban con dos o tres policías jubilados que podían aportar su experiencia y conocimientos en estas lides y además estaban dispuestos a cooperar.

La Asociación, por su parte, tenía que hacer un esfuerzo económico y entregar pasajes y viáticos a estos investigadores que, gratuitamente, aceptaron llevar a cabo la misión encomendada.

Las parejas de investigadores serían enviadas a Machalí, Doñihue, Coltauco, Graneros, San Francisco, Requínoa, Rosario, Quinta de Tilcoco, Coínco y Rengo. Estas eran las localidades más importantes de la Provincia de Cachapoal, cercanas a Rancagua y en ellas se dispuso centrar la búsqueda. Eran diez pueblos y se asignaron dos a cada pareja de investigadores, de modo que el esfuerzo era bastante grande.

Si esta estrategia no resultaba, lo único que se podía hacer era enviar a los Invencibles y correr el riesgo del ridículo.
La decisión había sido tomada en reunión solemne y por unanimidad del directorio de manera que ya no había forma de desistirse o de cambiar los planes, además que se disponía de muy poco tiempo. Las cartas estaban jugadas y no se podían retirar de la mesa.

Los investigadores tenían una semana de plazo para informar el resultado de sus gestiones. Así entonces el trabajo debía realizarse con rapidez pero a la vez con meticulosidad para conseguir el objetivo.

Comenzaron a recorrer, conforme a lo planificado, las Juntas de Vecinos mostrando a los integrantes del directorio los retratos hablados de que eran portadores, sin conseguir el reconocimiento de ninguno de los dos Fantasmas.

Al borde de la desesperación y la oscuridad, se vio una luz, que señalaba una primera pista de la que agarrarse.

En el pueblo de Rosario, una persona identificó a Guillermo. Se trataba de un individuo natural del pueblo, que había trabajado en una industria de Rengo y que, en la actualidad, estaba viviendo en la ciudad de Concepción. Ocasionalmente viajaba a Rosario a visitar a su suegra radicada en esta localidad. Se supo también que tenía una hermana residente en el mismo paraje.

Como pareciera que todo debía complicarse en esta investigación, se estableció que la suegra de Guillermo era una viejecita de noventa y ocho años, que tenía luces y sombras de las personas y que no podía aportar información alguna. Su hermana se encontraba en Santiago y no volvía hasta dos días después.

El día indicado estaban los investigadores entrevistándose con la hermana de Guillermo y pidiéndole antecedentes sobre su teléfono y dirección, pero esta señora dudosa de la veracidad del planteamiento que hacían dos desconocidos, se negaba a proporcionar información alguna, formándose una pequeña discusión que hizo salir a su esposo para ver qué sucedía.

Fue entonces que uno de los investigadores sacó el retrato hablado y lo comparó con este nuevo personaje. Cuál no sería su sorpresa, al establecer que se trataba de Antonio y que, lógicamente, era cuñado de Guillermo.

La primera etapa estaba concluida. Los Fantasmas estaban plenamente identificados y Antonio había reconocido ser ellos los que habían vencido a los Invencibles, hacía un par de semanas en el Club Social. Ahora sólo faltaba convencerlos para que representaran a la VI Región en el campeonato nacional.

Antonio se encargaría de convencer a su cuñado para concurrir al Club y entrevistarse con la directiva de la Asociación para darle un corte definitivo a este asunto que a todos tenía tan preocupados. La reunión sería el sábado a las 21,00 hrs.

Guillermo se comprometió a llegar a Rosario el viernes por la noche, para tener tiempo de conversar el tema con calma y detalladamente con Antonio. Mal que mal se estaban enfrentando a una situación totalmente insólita para ellos y debían resolverla de manera honrosa y sin dañar ni avergonzar a nadie.

- ¡Hola cuñado, cómo estás! Saluda Antonio

- Muy bien…sólo un poco preocupado por el forro en que estamos metidos.

- ¿Has pensado qué vamos a hacer?

- Si…he pensado muchas cosas, pero no encuentro nada que me deje totalmente satisfecho.

- Me pasa exactamente lo mismo. Sin embargo creo que lo primero que debemos decidir es, si vamos a aceptar o no y dependiendo de ello trazar el camino a seguir.

- Estoy de acuerdo y…¿Vamos a aceptar o no?

- Yo estaba esperando que tú tomaras la decisión y yo estaba dispuesto a aceptarla y seguir hasta las últimas consecuencias.

- ¡¡¡Nooo…pues cuña!!! Mejor hagámoslo al revés. Decide tú y yo te sigo.

- ¡Está bien! Yo creo que no debemos ir al campeonato nacional. Si lo hiciéramos no sólo haríamos el ridículo, y eso sería lo de menos, sino también dejaríamos a la Región como la mona y eso no sería justo.

- ¡Comparto plenamente la decisión! Ahora hay que decidir la ruta para llegar a desistir, sin quedar como gallinas ni tampoco como indiferentes a los intereses regionales.

- Creo que tengo la solución. Escucha bien…A Pedro y Osvaldo les interesa muchísimo ir al campeonato nacional, ya que es la única oportunidad que tienen de recuperar el prestigio. Lo que debemos hacer es jugar con ellos un partido decisivo y la pareja ganadora será la que vaya a Santiago.

- Y si, por esas cosas de la vida, les ganamos de nuevo…¿Qué vamos a hacer nosotros en Santiago? Considera que van a estar nerviosos y nosotros no, porque no tenemos nada que perder.

- Esa va a ser la gran jugada nuestra. Antes del partido les vamos a decir que nos dejaremos ganar, siempre y cuando ellos paguen los tragos y la comida que se consuma y que digan públicamente que van a pagar, como homenaje a nuestra hidalguía de haberles dado la oportunidad de reivindicarse. Si se niegan, nosotros no les damos la oportunidad a ellos y sí a los vice-campeones regionales. Estoy seguro que esta vez, no se atreverán a correr el riesgo.

- Tienes razón…primero porque se mueren de ganas de ir al nacional y después al sudamericano y segundo porque si llegaran a perder de nuevo contra nosotros, no los agarrarían ni en el campeonato infantil de los barrios.

- Entonces mi querido cuñado, manos a la obra. Mañana a las 20,30 horas nos vamos para Rancagua a entrevistarnos con los de la Asociación y después a jugar. Yo me encargaré de citar a Los Invencibles y de ponerlos al tanto de nuestros planes.

- Seguro que se van a encoger enteros, pero van a terminar aceptando sin chistar y agradecidos.

Antonio y Guillermo tenían el convencimiento que con la estrategia urdida, quedaban todos en buen pié. En primer lugar ellos, por haber dado la oportunidad a Los Invencibles, en segundo lugar Osvaldo y Pedro, porque aparecían, al fin, como verdaderos ganadores y justos representantes de la Región y en tercer lugar la Asociación Regional, por haber mandado a los mejores.

El sábado llegó y también las 21,00 horas. En el Club Social se llevó a efecto la reunión programada.

- Nosotros nos hemos tomado la libertad de pedirles concurrir a esta reunión, a fin de solicitarles humildemente, representen a la VI Región en el próximo campeonato nacional de dominó a realizarse en Santiago, en tres semanas mas.
Las palabras de don Víctor Donoso, Presidente de la Asociación, estaban llenas de solemnidad y formalidad.

Y agregó:
Nos hemos informado que ustedes han proporcionado una derrota estruendosa a nuestros campeones regionales, avergonzándolos y haciéndolos parecer niños extraviados que no saben hacia donde ir. Frente a esta realidad indesmentible, hemos hecho los más grandes esfuerzos por ubicarlos y pedirles este inmenso favor. Por supuesto que la Asociación no sólo correrá con los gastos que signifique esta representación, sino también les proporcionará un viático diario que les permita tener un buen pasar mientras permanezcan en el evento.
¿Estarían dispuestos a tamaño sacrificio, por nuestra querida Región del Libertador O”higgins?

- Nosotros, dice Guillermo, estamos dispuestos a cualquier sacrificio que signifique engrandecer esta tierra que nos vio nacer, sin embargo consideramos –y se lo planteo con mucho respeto- poco justo, que se haya tomado una decisión tan drástica con los campeones regionales, basados sólo en un partido que no reunía las formalidades que corresponden.

- Por esta razón, agrega Antonio, queremos pedirle nos permita jugar un partido, con las formalidades propias de un campeonato, con Los Invencibles y quienes ganen este partido serán, sin lugar a dudas, los mejores representantes regionales. Usted sabe que no basta un triunfo para erigirse en campeón, ni una derrota para ser perdedor.

- Encuentro que tienen razón, dice don Víctor, y consulta al resto de la directiva, que con aires de judicatura, asienten en señal de aprobación. Entonces, hay que citar de inmediato a Osvaldo y Pedro, para definir hoy mismo.

Alguien dice: Están acá, se encuentran en el salón central.

- Si es así, vamos al juego, sentencia don Víctor.

Guillermo y Antonio, se miraban con complicidad. Todo estaba resultando tal cual lo habían planificado y sin que se presentara tropiezo alguno.

Por su parte, Pedro y Osvaldo, ponían expresiones de incredulidad, con el más pulcro histrionismo y consultaban qué había pasado para que la directiva cambiara de opinión de un momento a otro y les diera una nueva oportunidad.
El propio don Víctor fue nombrado árbitro del encuentro. En realidad era el hombre más idóneo para el cargo por su reconocida seriedad e imparcialidad.

El partido se jugaría a los ciento cincuenta y un puntos y los ganadores debían tener una diferencia mínima de veinte puntos con los perdedores, en caso contrario, se jugaría un nuevo partido en similares condiciones y tantos fueran necesarios hasta cumplir con los requisitos establecidos.

Antes de iniciar el partido, hacen una pedida de trago y Los Fantasmas proponen pedir una botella de Whisky etiqueta negra, del mejor. La proposición fue aceptada pese a las miradas torvas de sus contrincantes.

Se inicia el partido y en el primer juego ganan Los Invencibles con veintidós puntos.

El segundo juego lo ganan Los Fantasmas con cuarenta y cinco puntos.

Osvaldo mira a Antonio con cara de pocos amigos y le proporciona feroz puntapié en las canillas, por debajo de la mesa.

Tercer juego, ganan Los Fantasmas con treinta y seis puntos.

Esta vez fue Pedro quien golpeó igualmente las canillas de Guillermo.

Cuarto juego, ganan Los Invencibles con una encerrada fenomenal y se adjudican cincuenta y ocho puntos.

Ahora Pedro y Osvaldo se dan la mano felicitándose mutuamente e invitan a todos a brindar con ellos.

Quinto juego, ganan Los Invencibles con veinticinco puntos.

Nuevos apretones de manos, felicitaciones y brindis.

Sexto juego, ganan Los Invencibles, con veintisiete puntos.

Osvaldo dice: Los tenemos de uno…compañero. Llevamos ciento treinta y dos puntos. Ahora los matamos y se terminaron las dudas. Salud.

Séptimo juego, ganan Los Fantasmas con treinta y cuatro puntos.

Puntapié en la canilla para Guillermo que hizo una jugada fenomenal.

Octavo juego, ganan Los Fantasmas con veinticinco puntos.

Canillazo para Antonio, que aguantó estoicamente y se limitó a esbozar una sonrisa.

Noveno juego, ganan Los Invencibles con veinte puntos y ganan el partido con ciento cincuenta y dos puntos contra ciento cuarenta de Los Fantasmas. Brindis general y suspiros de alivio de Osvaldo y Pedro que se encontraban empapados de sudor.

Don Víctor como árbitro, decreta que no se ganó por veinte puntos de diferencia de manera que hay que jugar otro partido.

Los Fantasmas proponen hacer un descanso y comerse un lomo- pobre acompañado del mejor tinto gran reserva existente en el Club y por supuesto que Los Invencibles que habían ganado el partido no podían negarse, aunque sus miradas eran asesinas.

Los comentarios de los espectadores estaban repartidos. Algunos confiaban en Los Invencibles y otros, que se encontraban sorprendidos con el rendimiento de Los Fantasmas, apostaban por éstos, además que se estaban ganando la simpatía porque no hacían aspaviento alguno cuando dominaban y por último, aumentaban el consumo sin miramiento alguno a sabiendas que el riesgo de perder era mayor para ellos y en consecuencia tendrían que pagar la cuenta.

Pero, cualquiera que fuesen los comentarios, los espectadores estaban sumamente entusiasmados con el partido por lo parejo de los juegos y los puntajes, lo que hacía mantener la incertidumbre.

Bien comidos y bebidos, Los Fantasmas piden otra botella de Whisky y la comparten hasta con los espectadores, que, por supuesto agradecieron, casi con un aplauso.

Se reinician las acciones y rápidamente Los Invencibles se ponen a la cabeza del partido, que terminan ganando con bastante facilidad de ciento sesenta y uno contra ciento tres.

Verdaderos triunfadores Los Invencibles. Pedro y Osvaldo se abrazan efusivamente y hasta más de una lágrima de emoción corrió por sus mejillas.

Fueron felicitados por los perdedores y hasta por el propio árbitro don Víctor.

La Asociación Regional los nombró en ese mismo momento como representantes regionales en el campeonato nacional. Se les aclaró de inmediato que por ser asociados y pertenecientes a un club, sólo se les pagarían los pasajes y el resto de los gastos debían salir de sus propios bolsillos o de su club.

Así y todo, Osvaldo y Pedro estaban felices y siendo Pedro, un poco más dicharachero que Osvaldo, quiso ser él quien dijera las palabras de agradecimiento que habían convenido con Los Fantasmas:

- Señores directores de la Asociación de Dominó de la Sexta Región, señor concesionario del Club Social, amigos todos. Osvaldo y yo queremos agradecer, de todo corazón la oportunidad que Antonio y Guillermo nos han dado para recuperar nuestro prestigio de dominoceros que tanto nos ha costado adquirir y que habíamos perdido producto de una mala noche. Ellos son hombres de honor y valor que no han dudado ni un instante en jugar, a una partida, el gran prestigio que habían ganado y que los había llevado a erigirse como los mejores de la región. Se la jugaron derecha y honradamente, como es su costumbre, y créanme que fueron rivales muy difíciles de vencer. Es por esta razón que, con Osvaldo, hemos decidido romper, sólo por esta vez, la tradición de este juego en que la cuenta la paga el que pierde. En homenaje a estos honorables amigos y leales competidores, la cuenta la pagamos hoy NOSOTROS.

Todos los presentes aplaudieron efusiva y prolongadamente, tan noble actitud de Los Invencibles.

El valor del consumo alcanzó la módica suma de ciento cinco mil pesos y don Rubén, al momento de entregarles la cuenta, les dice por lo bajo: “Les hice un buen descuento…se lo merecen”.

Osvaldo, que es un poco más cerebral que Pedro, le comenta: “Sabes una cosa Pedro, quisiera saber quienes son los verdaderos triunfadores, ellos o nosotros”.

El Dominó

domingo, 12 de abril de 2009




E L C I E G O G A E T E




El tac, tac, tac, del bastón del ciego Raúl Gaete era inconfundible. Caminaba a tranco largo y rápidamente, como era su costumbre, abriéndose paso con su bastón que golpeaba el pavimento de la acera como señal de alarma indicadora de su presencia. Siempre con gafas muy oscuras que le cubrían los ojos hasta por los costados y en su mano izquierda la caja con su acordeón.

Él era delgado, mediana estatura, moreno, peinado con el pelo engominado y una partidura al lado como tirada con regla, sin que un solo pelo estuviera fuera de lugar.

Le gustaba hablar modulando muy bien y pausadamente, ya que decía que su ceguera le inhabilitaba solamente los ojos, pero no le impedía expresarse correctamente o tener buenos modales.

Soltero, de aproximadamente treinta y dos años y vivía en casa de sus padres a pesar de ganar dinero suficiente, como para independizarse, animando con su música reuniones sociales, fiestas familiares y cualquier otra actividad que requiriera sus servicios.

Su padre, era un pescador artesanal que se sentía orgulloso de su hijo, puesto que a pesar de su invalidante ceguera, se ganaba la vida honradamente y sin los grandes sacrificios que significaba la actividad pesquera, el trabajo en las minas y en el propio puerto. Es un excelente hijo, solía decir, ayuda a su madre en las tareas del hogar con una pulcritud impresionante, como si viera más que ella.

Y, en realidad que Raúl hacía cosas impresionantes.

- Buenos días Raulito.

- Buenos días señora Irene. ¿Cómo están por su casa?¿Cómo llegó Luis?

- Muy bien, muchas gracias.

- Qué bueno, me alegro mucho que así sea.

-Buenos días Raulito.

- Buenos días don Ramón. ¿Y la señora Elvira? ¿Se ha aliviado algo de esos dolores reumáticos?

- No es mucho lo que mejora, pero algo mejor, gracias.

Y así seguía todo su camino saludando a todo el mundo sin equivocarse ni confundirse jamás con las personas. Todo el pueblo lo conocía y él conocía a todo el pueblo.

- ¡Buenos días señor, pase por aquí, en qué le podemos servir!.

- Buenos días mi Mayor, tengo interés en conversar con usted.

- Muy bien, acompáñeme a mi oficina, dice el Mayor de Carabineros Rubén Aravena, al momento que lo toma del brazo para guiarlo.

- Suélteme por favor mi Mayor, que yo soy capaz de llegar perfectamente. Me basta que usted camine delante de mí.

- Perfecto, sígame entonces. Una vez en la oficina, sin señalarle absolutamente nada, el Mayor le indica que tome asiento.

- Muchas gracias. Con su bastón tanteando en semicírculo y con la más absoluta soltura, comenzó a avanzar y una vez que tocó un sillón, comenzó a palparlo por su contorno hasta percatarse de lo que se trataba. Dobló su bastón en tres o cuatro partes y se sentó.

- Usted dirá, dice el Mayor, en qué le puedo servir.

- Sólo quiero hacerle una pregunta. Resulta que se ha formado una nueva cofradía religiosa, usted debe saber de qué se trata esto.

- Si, por supuesto, el asunto de los bailes religiosos.

- Efectivamente. Esta gente está reuniendo fondos para comprar los instrumentos y mandarse a hacer los uniformes, de manera que han organizado una fiesta bailable que se realizará el próximo sábado en casa de uno de los socios. Esto no tendría ninguna importancia si en dicha fiesta no se fuera a vender alcohol y usted sabe que ahí comienza el problema. Me han pedido les preste mis servicios musicales y yo no quiero verme envuelto en problemas de ninguna índole.

- Muy bien, lo felicito por pensar y comportarse así, pero no veo cuál es su consulta.

- Mi pregunta es: ¿si yo estoy animando musicalmente esa fiesta que no cuenta con permiso para vender alcohol, me afecta a mí también esta infracción?

- No. No le afecta, pero yo le advierto que generalmente este tipo de actividades terminan en una borrachera generalizada, donde son frecuentes las pendencias a veces extremadamente violentas.

- Por eso no se preocupe mi Mayor que yo con este bastón me defiendo lo más bien y soy bravo como el que más. Tengo mi experiencia y ni siquiera han conseguido despeinarme o botarme las gafas.

- Muy bien, usted sabrá… Ahora soy yo quien quiere hacerle algunas preguntas, pero a modo de una simple conversación.

- Diga no más.

- ¿Cómo supo usted que yo era el Mayor?

- Yo soy ciego “profesional”, mi Mayor, yo aprendí a ser ciego. Estudié en Santiago, en una escuela para ciegos, de modo que se de usted más de lo que se imagina.

- Conforme, pero no ha contestado mi pregunta.

- Está bien, se lo explico. Todo el mundo sabe que hace una semana llegó a esta ciudad un mayor nuevo. Los Carabineros me conocen y me dicen, igual que el resto de la gente Raulito, de modo que en la Comisaría el único que me podía decir señor era el Mayor recién llegado. Así de fácil.

- Muy bueno su racionamiento y ¿qué más sabe de mi?

- Se que debe medir un metro setenta y tres o setenta y cuatro.

- ¡Preciso! ¿Y eso como lo supo?

- Muy fácil. Yo mido un metro setenta y al conversar con usted me di cuenta que era un poquito más alto que yo. Se también que usted no es gordo ni flaco, es mediano y eso lo supe cuando usted me dio la mano al saludarme y le puedo agregar que debe tener alrededor de cuarenta años, porque es más o menos la edad en que llegan a este grado. Como se puede dar cuenta, todo es una simple deducción lógica y muy rápida que hacemos los “no videntes” como nos dicen ahora a los ciegos.

- Y usted podría decirme ¿cuál es el color de mi piel y mis cabellos? Le consulta el Mayor, intentando sorprenderlo con la pregunta.

- Por supuesto que puedo. Usted es moreno de pelo negro. Imagino que se estará preguntando cómo supe eso. Para que se forme una idea de cómo somos los ciegos, le diré que eso lo supe desde que dieron la noticia de su llegada en la radio local. Y es tan simple como lo anterior. Si usted es de apellido Aravena, tiene que ser moreno de pelo negro. ¿Dónde se ha visto un Aravena rubio? En esto podría haberme equivocado, pero las probabilidades estaban conmigo.

- En realidad usted me ha sorprendido, pero si yo lo hiciera salir al corredor acá afuera de mi oficina y le pusiera una serie de obstáculos, ¿podría usted sortearlos sin problema alguno?

- Naturalmente que si puedo. Sométame de inmediato a esa prueba. En la escuela para ciegos las hacíamos con mucha frecuencia y yo las ganaba todas, era el de mayor sensibilidad y rapidez. Usted talvez no me va a creer, pero en los recreos nos hacían jugar fútbol con una pelota que tenía un cascabel en su interior y eso era suficiente para nosotros.

El Mayor armó en el corredor una especie de cancha de obstáculos, compuesta de bidones vacíos y llenos, botellas, tiestos papeleros de las oficinas, tarros y un cordel amarrado a todo el ancho para que el ciego tropezara. Todo en un trecho aproximado de quince metros.

El ciego Gaete fue instalado al comienzo del corredor y se le indicó que caminara con la misma rapidez que lo hacía en la calle.

Hizo su recorrido poco menos que al trote, no volcó ni siquiera una botella y el cordel prácticamente lo saltó, dejándolos boquiabiertos a todos los que estaban presenciando la prueba.

- ¿Quiere hacerme otra prueba u otra consulta mi Mayor? ¡Ah! Aquí había como diez funcionarios presenciando el espectáculo. ¿Cómo lo supe? Los escuché hacer comentarios. Ya se lo dije mi Mayor, yo soy ciego “profesional”.

- Una última consulta. ¿Por qué usa esos anteojos tan oscuros, que le cubren los ojos por todos lados y que parecen antiparras para soldar?
¿No podría usar algo más presentable?

- Lo que sucede, mi Mayor, es que tengo los ojos blancos y eso los hace ver demasiado feos, además que llaman la atención de la gente y con estos anteojos no se ven ya que los cubro hasta por los costados. Por último no discutirá usted que son un modelo típico de los ciegos, de modo que cualquier persona que nos vea sabe de inmediato nuestra condición y nos tiene una consideración especial.

- Tiene usted toda la razón.

El Mayor Aravena quedó verdaderamente admirado de la habilidad de este hombre para desenvolverse, captar la realidad que le rodeaba y sacar deducciones con tanta precisión. Tanto así que en muchas oportunidades, encontrándose en reuniones sociales, comentó la entrevista que había tenido con el ciego Gaete y la impresión que éste le había producido.

Hubo también oportunidades en que el Mayor se encontró con Gaete en actividades sociales, aniversario de algún club deportivo o social y el ciego, al momento de saludarlo, invariablemente le decía, empleando, de adrede, un tono de suficiencia: ¿Tiene alguna preguntita que hacerme mi Mayor? A lo que éste, también bromeando siempre, contestaba: ¡Yo no hablo con ciegos que ven! Era una relación un tanto amistosa, aunque nunca sobrepasó estos límites de convivencia y confianza.

Fue un día de invierno que la Capitanía de Puerto anunció que a raíz de un terremoto producido en Japón, se aproximaba a las costas chilenas una marejada con características tan violentas que podría tener consecuencias catastróficas si no se tomaban las medidas precautorias que el caso aconsejaba. La principal de estas medidas consistía en evacuar la totalidad de las casas ubicadas a menos de una cuadra del borde costero. El pueblo tenía tan poco plano, que más allá era prácticamente imposible que alcanzara el agua, salvo que se tratara de un cataclismo.

Esta noticia se conoció alrededor de las veinticuatro horas y motivó, por supuesto, una reunión urgente de las autoridades para adoptar las medidas que el caso ameritaba.

Se acordó que una camioneta de la Armada y otra de la Municipalidad se dividirían el sector para pedir por altoparlantes a los pobladores del sector amagado que abandonaran sus casas y se dirigieran a lugares más altos, dada la proximidad del maremoto.

Naturalmente que la mayoría de las personas se encontraban durmiendo y fueron despertadas por los altavoces que, en realidad, dieron la noticia exagerando la proximidad y la magnitud de las olas, originando una histeria colectiva que, pese a los esfuerzos de los Carabineros por tranquilizar a la población, provocó que la gente saliera de sus casas arrancando hacia los cerros, tal cual se encontraban en esos momentos, tratando sólo de salvar sus vidas que veían peligrar por la inminente salida del mar.

El griterío era espantoso, mezcla de llanto, temor y desesperación. La gran mayoría descalzos, los niños semi desnudos, mujeres y hombres en ropa de dormir, otros en calzoncillos y más de alguno como Dios lo echó al mundo arrebozado sólo con una frazada tomada al pasar. Todos corrían hacia los sectores altos, atropellándose unos con otros sin importarles edad, sexo, invalidez o cualquier otra razón de consideración en tiempos de paz. El asunto era salvar el pellejo a como diera lugar. Era una verdadera avalancha de seres humanos que al tiempo de arrancar proferían maldiciones u oraban pidiendo a Dios misericordia.

- La gente se desesperó, mi Mayor, mírelos como corren. Parecen conejos huyendo del incendio del bosque. Comenta el Cabo Leiva.

- Así no más es. La información se les entregó demasiado exagerada y todos creen que el mar ya se está saliendo. Fíjese que muchos de los que van arrancando tienen vehículo y ni siquiera se dieron el tiempo para huir en él.

- ¡Mire allá mi Mayor…al individuo de calzoncillos negros y polera blanca! ¡Ese que se abre paso a manotones a diestra y siniestra!

- ¡Sí lo veo! ¿Qué pasa con él?

- ¡Es el ciego Gaete, mi Mayor! Sin anteojos y sin bastón es casi irreconocible este huevón.

- ¡Y ve lo más bien! Seguro que con el susto recuperó la vista. Estaba sorprendido el Mayor Aravena al ver al ciego huyendo mezclado en la multitud y atropellando, sin consideración alguna, a quienes corrían delante de él pero más lento. Decidió, entonces, desenmascararlo.

- Cabo Leiva, vaya corriendo, alcance al ciego y con el pretexto de darle una protección especial, lo trae aunque sea a la fuerza. ¡De inmediato antes que se nos pierda!

- A su orden mi Mayor, contesta Leiva y rápidamente se dirige a cumplir su cometido.

A los diez minutos volvió con el ciego al hombro, que pataleaba y daba golpes de puño en la espalda del Cabo Leiva tratando de soltarse y huir al tiempo que profería todo tipo de insultos y groserías. Lo más curioso de todo es que sus ojos estaban totalmente normales y veía lo más bien.

- ¡Cálmese hombre…tranquilícese si no quiere que tome algunas otras medidas que estoy seguro no le van a gustar! Le increpó el Mayor.

Se sosegó Gaete, pero al parecer no se daba cuenta –talvez producto de la histeria colectiva que se estaba viviendo- que estaba sin anteojos y sin su bastón, de modo que su comportamiento volvió a la normalidad como si hubiese tenido estos elementos.

- Disculpe, mi Mayor, pero el susto es tan grande que me descontrolé y la gente no tiene, en estos casos, ninguna consideración con nadie, ni siquiera con nosotros los no videntes. Mírelos como corren con frenesí, desaforados.

- Eso sucede con las multitudes, se contagian y actúan sin razonamiento alguno. ¿Ve al grandote con sombrero plomo, como pisotea al que se le ponga por delante? Le consulta el Mayor con picardía.

- Para ser sincero, no veo a nadie con sobrero y es difícil que alguien se haya detenido a ponerse un sombrero para después arrancar.

- Mire bien, en estos momentos va a pasar por detrás de aquel kiosco azul. Le insiste el Mayor casi burlonamente.

- Verdaderamente no veo a nadie como usted me dice. Veo el pelotón de gente corriendo pero no a alguien grandote y con sombrero.

- ¡Bah! ¡Se me había olvidado que usted es ciego! Dice el Mayor y agrega, con una marcada y evidente ironía: como está viendo tan bien y tiene los ojos más normales que los míos…

En esos momentos recién se da cuenta Gaete que se encuentra sin anteojos y que ha sido sorprendido en un engaño que mantenía desde los siete años.

- A esa edad me encontraba en la escuela jugando con mis compañeros y sufrí una caída golpeándome la cabeza violentamente. Estuve inconsciente un par de minutos y al momento de despertar escuché que alguien adulto decía que tenía los ojos blancos y que probablemente el golpe me había afectado la vista. Yo, pese a mi infancia, descubrí que en esas condiciones se me daba un trato especial y comencé a fingir ceguera. Volviendo los ojos hacia arriba conseguía ponerlos blancos y al ser sometido a exámenes me limitaba a decir que no veía. Los oftalmólogos no lograban descubrir la razón del mal, puesto que los ojos estaban sanos y no existía razón alguna para que estuvieran vueltos hacia arriba. ¡Pero ahí estaban! Terminaron concluyendo que el problema era de orden psiquiátrico y examinado por estos especialistas también me encontraron normal. Pero el problema subsistía, seguía sin ver y con los ojos vueltos hacia arriba. No hubo forma de hacerme recuperar la vista. Me negué porque me trataban muy bien y complacían todos mis caprichos. Mejor no podía estar.

Como decían que mis ojos blancos eran tan feos, para que no me los vieran, pedí a mis padres que me compraran anteojos muy oscuros y con ellos llegué a la escuela para ciegos en Santiago, usando una beca que me otorgó la Municipalidad. Por supuesto que en dicho establecimiento destaqué como el mejor alumno en todas las asignaturas y por lo mismo era el ejemplo para el resto de mis compañeros, lo que jamás hubiese conseguido en la escuela para niños normales. Mis padres orgullosos de mi, mostraban mis calificaciones al Alcalde y con ellas a la vista, se me prolongaba la ayuda por otro año.

Con el tiempo mi aparente ceguera era algo tan normal, que ya me fue imposible deshacerme de ella y tuve que continuar fingiéndola hasta hoy que, por culpa del maremoto, usted me ha sorprendido.

- ¿Qué vamos a hacer ahora pues, mi amigo? Usted no nos puede pedir que digamos que lo encontramos con los ojos blancos, cuando además de nosotros mucha gente lo debe haber visto corriendo y estrellando a medio mundo.

- Usted, mi Mayor, debe decir la verdad, es decir que quiso protegerme y cuando me traían al furgón, se dieron cuenta que yo tenía los ojos normales y veía perfectamente. Solamente le voy a pedir a usted y a mi Cabo Leiva, que no cuenten la historia de mi ceguera. Se imagina la tremenda vergüenza para mi familia si se llega a saber que hace como veinticinco años que estoy fingiendo estar ciego. Se los pido por favor de todo corazón. Ya me encargaré yo de arreglar esto de alguna forma.

- Conforme, quédese usted tranquilo, que de nosotros nadie va a saber algo. Seguro que después vamos a conocer el epílogo de su historia. Ahora que todo está volviendo a la normalidad, váyase tranquilo a su casa.

- Muy bien, mi Mayor, muchas gracias.

- Se da cuenta usted Leiva, todos los días parece que hay algo nuevo con qué sorprendernos. ¿En quién puede creerse ahora? No se trata tampoco de desconfiar de todo el mundo, pero si, de no aceptar de buenas a primeras todo lo que se nos informe. Ya ve usted, veinticinco años engañando hasta a sus padres. ¡Hay que aprender la lección!

- Es cierto, mi Mayor, por crédulo uno termina haciendo el papel de idiota.

A la semana, se comentaba en todo el pueblo, que el ciego Gaete había recuperado la vista con motivo del maremoto. Los médicos dieron como explicación que siendo su ceguera de tipo psiquiátrica, fue necesaria una presión tan fuerte como el temor a perder la vida, para que los ojos retomaran su posición normal, pudiese ver y así correr a protegerse.
Nunca…alguien se enteró de su verdadera historia…hasta hoy.

Original de
SANDOKA

















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martes, 25 de noviembre de 2008

El temor del señor Cura


EL TEMOR DEL SEÑOR CURA



- Yo necesito la patente señor Alcalde. Considere usted que vengo de la Capital de la Región a instalarme a acá y sea como sea mi negocio, va a darle un poco más de vida al pueblo y hasta podría aumentar el turismo.

- Está bien señora Elvira, pero usted debe comprender que somos una Comuna Rural, con escasa población y donde la gente es demasiado conservadora e incluso mojigata. Su negocio no va a pasar desapercibido.

- Pero ya verá usted que lueguito se acostumbran. Si ya no hay pueblos en Chile donde no haya un negocio con patente de Cabaret que, por lo demás, son absolutamente legales.

- A Dios gracias en nuestro pueblo no se ha entregado ni una y no quiero ser yo quien pase a la historia por haber sido el primero en autorizarla.

- Sin embargo, señor Alcalde, va a tener que autorizarme quiéralo o no, porque la ley está conmigo.

- Se equivoca, señora, porque si yo consigo con el Consejo Municipal eliminar las patentes de esa naturaleza, usted se va a tener que quedar con las ganas, por mucho que tenga el local arrendado, adaptado y pagado un año anticipado, con el mobiliario, la iluminación y los letreros instalados, o ya cuente con la autorización del Servicio de Salud del Ambiente.

- Si usted se pone en esa posición, señor Alcalde, yo me veo en la obligación de declararle la guerra y créame que tengo los contactos suficientes como para amargarle la vida a usted, al municipio y al pueblo mismo. Estoy absolutamente segura que se va a arrepentir de esta negativa y que va a terminar teniendo pesadillas conmigo todas las noches. Sólo voy a dejarle una inquietud, para que vaya pensándolo: ¿Con la vida que yo he tenido, usted cree que hay algo que se diga de mí, que me pueda afectar? ¿Cree usted que en mi negocio, se saben cosas que el resto de la gente desconoce? Y por último ¿Cree que sería bueno que se conocieran? Piénselo señor Alcalde…hasta luego.

La señora Elvira Castro era una mujer de aproximadamente cincuenta años, alta, delgada, morena de ojos pardos, que se mantenía estupendamente bien. Fue prostituta desde jovencita y tuvo la previsión de ahorrar dinero para instalarse con su propio negocio –en la Capital Regional- cuyo manejo dominaba a la perfección. Por lo mismo conocía a importantes personajes que, en algún día de juerga habían aparecido por su local y que ella se había encargado de darles una atención preferencial y privada, poniéndoles a disposición a las más jóvenes y hermosas cortesanas. De igual manera había empleado algunas triquiñuelas, para dejarlos comprometidos con ella, por el resto de sus días.

Ahora había arrendado la casa patronal de un fundo, cuyo dueño había fallecido y los herederos no tenían interés por la actividad agrícola de modo que la tierra también se encontraba arrendada.

En medio de un frondoso y añoso parque, estaba la casona de dos mil doscientos metros cuadrados construidos en forma de cuadrado, con corredores que miraban hacia un patio central interior de hermosos y bien cuidados jardines que rodeaban una fuente que, según decían, había sido traída de Perú, como trofeo, después de la guerra del pacífico.

Doña Elvira, con muy buen gusto, la había adaptado a sus necesidades, creando distintos ambientes. Entre ellos sobresalía el salón oriental, el árabe y el tropical. En cada uno de ellos las cortesanas ejecutaban danzas y se vestían con los atuendos propios y típicos de la cultura que representaban.

La inversión había sido muy importante y por lo mismo no estaba dispuesta a dejarse vencer tan fácilmente. Era una persona que había luchado mucho en su diario vivir y este Alcalde moralista no la iba a amedrentar ni menos a derrotar.

La guerra iba a ser durísima. La noticia ya se había divulgado por todo el pueblo y, como era de esperarse, las opiniones estaban divididas.

Un importante y numeroso grupo defendía la instalación del negocio, aduciendo que en una democracia todos tenían derecho a ganarse la vida como mejor les pareciera, mientras no se infringiera las disposiciones legales vigentes y si existía en la ley la patente de Cabaret, era porque este tipo de local comercial era legal. De manera que no había razón alguna para negársele su instalación. Por lo demás, la concurrencia al negocio era voluntaria y libre. Alegaban, por último, que la gente tenía confusión entre lo que era un “Cabaret” y lo que era un “Prostíbulo” y tenían el convencimiento que eran lo mismo con distinto nombre, lo que por cierto es un error.

Por otro lado, los opositores se escudaban en la moral y las buenas costumbres. No hay que olvidar, decían, que la ocasión hace al ladrón y la concupiscencia de la carne es demasiado tentadora para hombres inescrupulosos, de los cuales el pueblo estaba lleno. La gente decente, honesta y cristiana se vería en la obligación de emigrar, por no exponer a sus hijos a los escándalos que, seguramente a diario, serían el obligado comentario de los vecinos. Más aún, temían que las meretrices, ya entrando la noche, salieran a la puerta del negocio a invitar a los transeúntes, vestidas por supuesto, con prendas que dejarían ver más allá de lo pudoroso y decente.

Era el único tema de conversación.

- Yo creo, decía la señora Elena (vecina que según decían, tenía un pasado bastante oscuro) que no hay razón alguna para tanto escándalo. Si estos negocios existen en todos los pueblos de Chile y ningún pueblo ha muerto por ello ¡Por qué no puede existir acá?

- Lo que sucede, mi querida señora, le contesta don Gervasio, es que nosotros estamos acostumbrados a una vida sana, sin malas costumbres ni escándalos.

- Pero don Gervasio, si las personas pueden concurrir a tomarse un trago, compartir un momento, bailar y no armar escándalo alguno o ¿Acaso es obligación terminar peleando después de tomarse un trago?

- Por cierto que no; pero somos gente provinciana que no tenemos la cultura de las grandes ciudades y por una mujer buena moza y ligera de ropa, muchos se van a destripar por ganar sus favores.

- Yo creo que los dos tienen un poco de razón, dice la señora Raquel que recién se incorpora a la conversación. Y pienso que nosotras tenemos que ponernos firmes y ser capaces de controlar el comportamiento de nuestros hombres. Si hemos podido mantenerlos a nuestro lado, pese a las tentaciones de tantas rameras sin título que andan por ahí, con mayor razón los alejaremos de las profesionales de la lujuria. Para que ustedes sepan, yo no les tengo ni una pizca de miedo a estas competidoras, puesto que también tengo lo mío.

Ya nadie podía ocultar el tema o dejar de comentarlo. La situación se le comenzó a complicar al Alcalde que, en realidad, no encontraba a que lado ubicarse para no perder popularidad, hasta que uno de sus asesores le dio la solución: Debía convocar a todas las directivas de las organizaciones sociales de la Comuna a una consulta popular. Para ello debían presentarse con un poder que les autorizara a votar a favor o en contra de la instalación del Cabaret. Estas organizaciones, más el Consejo Municipal, serían, en definitiva los que tomaran la decisión y el Alcalde, como Pilatos, se lavaría las manos.

Como la idea era buena el Alcalde optó por llevarla a efecto y expresó su decisión mediante la instalación de carteles ubicados en los lugares más concurridos, como igualmente difundirla por la radio local. Se fijó en un mes la fecha de realización de dicha consulta, a objeto los pobladores tuviesen tiempo suficiente para interiorizarse bien del tema y discutirlo en profundidad.

Doña Elvira comenzó a poner en práctica suavemente sus argucias, para conseguir los votos favorables a sus fines.

- ¡Aloo…qué gusto de saludarlo don Manuel! Habla Elvira Castro.

- El gusto es mío, Elvirita. ¿En qué la puedo servir?

- Como usted sabe, estoy postulando a una patente comercial en su pueblo y le agradecería mucho que usted me apoyara en esta gestión.

- Si, por supuesto, cuente con mi voto.

- Pero, necesito también que de su opinión favorable en el programa radial de las noticias. Bastaría con que dijera: ¡¡Yo soy partidario de otorgar la patente!! Y le pusiera mucha fuerza al decirlo.

- Bueno, si por casualidad me entrevistaran, yo daría mi opinión en ese sentido, pero usted sabe que es muy difícil que me entrevisten, ya que no soy autoridad. Trataba de eludir el bulto don Manuel.
- Pero usted don Manuelito es presidente de todas las Juntas de Vecinos y por lo mismo es una persona muy influyente en la opinión pública y goza de mucho prestigio. Le aviso, además, que ya hablé con el dueño de la radio y en quince minutos hay un reportero para la entrevista. Con el mismo reportero le estoy mandando un sobre con la copia de la foto que se tomó con la Gina cuando estuvo en mi negocio con su compadre el Concejal Omar Jofré. Él ya recibió su foto y por supuesto que lo entrevistaron hace menos de una hora. Dijo que él era ferviente partidario de las libertades personales y empresariales y que lucharía porque se respetara este derecho. Cada una hora, durante todo el mes, van a repetir esta frasecita y espero que usted diga algo parecido a lo que yo le he insinuado para que lo repitan también.

- Bu…bue…no Elvirita, ahí veremos.

- Gracias don Manuelito, yo se que me va a ayudar ¡Adios!

Por supuesto que no fue la única llamada, ni la única presión que ejerció con éxito doña Elvira.

El Juez del Crimen recibió por correo ordinario un sobre con una foto en la que se encontraba completamente desnudo acostado con una mujer en similares condiciones, sin cubrirse ni una parte de su cuerpo. Reconoció a la mujer y la situación, pero no tenía recuerdo alguno de haber posado en esas condiciones. Junto a la fotografía una pequeña nota en la que se le pedía apoyar la patente en entrevista radial que se le efectuaría.

Igualmente recibieron similares fotografías y fueron entrevistados por la radio los siguientes personajes públicos: Agente del Banco, Presidente de la Cámara de Comercio, Director del Hospital, Presidente de Rotary Club y Club de Leones. Todos, por supuesto, dieron opiniones favorables a la instalación del negocio.

Lideraba la oposición al negocio el Padre Ambrosio, Cura Párroco del lugar y contaba con el apoyo de una serie de organizaciones de carácter religioso entre ellas: Las Hijas de María, las Devotas del Rosario, las Seguidoras de San Benito, las Hermanas de la Cruz y otras similares, todas integradas exclusivamente por mujeres.

El trabajo del señor Cura se centraba en la presión que ejercían las dueñas de casa al interior de sus hogares, recurriendo a principios morales, éticos, tradiciones cristianas, buenas costumbres y futuro de la juventud. Lanzó a la calle a sus mujeres a conversar y convencer a otras no participantes de las organizaciones religiosas, del peligro que significaba para el pueblo la instalación de un negocio cuya finalidad era el pecado capital de la lujuria.

La guerra era sin piedad y sin tregua. De lado a lado las bombas esparcían cientos de injurias salpicando a quien osara defender la posición opuesta. Degenerados, inmorales, libidinosos, pecadores, escandalosos, gritaban por un lado y por el otro les contestaban mojigatos, santurrones, solapados, cínicos, falsos, embusteros.

Aun faltaban quince días para la consulta y la situación del pueblo se hacía insostenible. La intolerancia de ambos bandos había llegado a extremos insoportables. Las personas se habían abanderado de tal forma que el problema había pasado a ser algo personal que estaba enemistando a los vecinos y dificultando la convivencia cotidiana.

Incluso los escolares azuzados por sus padres discutían entre ellos con argumentos que ni siquiera entendían, limitándose a repetir lo que escuchaban. Eran verdaderos diálogos de sordos en los que se esgrimían argumentos que muchas veces contradecían la posición que supuestamente defendían.

Ya, prácticamente todos, deseaban que llegara luego el domingo próximo, día en que, a las doce en punto, se llevaría a efecto la consulta tan publicitada, tan peleada y tan trascendente para el pueblo.

Doña Elvira dispuso de la radio toda la tarde del sábado, con programas musicales, repetición de las entrevistas a los personajes públicos, arengas pro libertad, pro adelanto, pro justicia, pro trabajo, pro turismo y no conforme con ello, cuando la tarde moría y aparecían las primeras sombras de la noche, tres vehículos provistos de parlantes recorrían el pueblo pidiendo el apoyo de la comunidad para que presionara a sus representantes y dieran el voto favorable a lo que consideraban justo y legal.

Fue el último golpe de doña Elvira. El tiempo se había cumplido y ya no había más que hacer. Tenía confianza en la campaña realizada y mucha seguridad en que sería la triunfadora, pese a que reconocía que el Cura había sido un adversario sumamente duro y batallador inclaudicable.

Y tenía toda la razón, ya que el Cura Ambrosio era quien iba a dar el último golpe con el que pretendía ganar el combate por knock out. Para ello, tomando como excusa la consulta, decidió realizar sólo una misa a las diez de la mañana de modo que lo último que escucharan quienes tenían que emitir su votación, fuera su palabra.

La iglesia se encontraba completamente llena, con fieles de pie en los pasillos e incluso no se pudo cerrar las puertas porque la gente no cabía toda en el interior. Las autoridades y demás representantes del pueblo, pedían –supuestamente- el apoyo divino para tomar la decisión más conveniente a los intereses comunitarios.

El Cura Ambrosio feliz con la feligresía. Sólo para Pascua de Resurrección y para la Misa del Gallo se veía tanta gente.
Su sermón debía, por supuesto, estar orientado al acontecimiento cívico que se llevaría a efecto en un par de horas y efectivamente así fue.

Queridos hermanos: Hoy es un día muy especial para nuestro amado pueblo. Hoy, nosotros, sus habitantes nos jugamos, por medio de nuestros representantes, un futuro de paz, tranquilidad, sosiego, seguridad, moralidad y santidad, versus un futuro de pecado, inmoralidad, lujuria, y destrucción familiar.
No podemos permitir que Satanás usando a una persona ajena a nuestra comunidad, quebrante la armonía, la amistad, la buena vecindad, la generosidad, la tolerancia y la solidaridad que siempre ha reinado entre nosotros y que últimamente ha sido destruida.
Matrimonios que no se hablan, hijos desorientados, vecinos que se niegan el saludo, jefes que presionan a sus subalternos, organizaciones sociales de bien que apoyan la indecencia. Todo es caos, porque todo es demoníaco.
Lo peor que temo, hermanos, es que estas meretrices seguramente traerán enfermedades venéreas que contagiarán a los hombres y éstos pegarán el contagio a sus esposas y más de alguno a su amante y así las enfermedades se multiplicarán rápidamente de tal forma que antes que se alcancen a tomar las medidas sanitarias correspondientes, ESTAREMOS TODOS CONTAGIADOS.
A la semana siguiente, se extendió la patente correspondiente y el negocio fue bendecido por el Cura Ambrosio.

Original de ANTONIO SANDOVAL LENA



El huacho Contreras

E L H U A C H O C O N T R E R A S





Eran los primeros 30 años de Carabineros y muy pocos se interesaban por ingresar a la Institución, ya que, además de tener que cumplir una función peligrosa, la paga era sumamente baja. De ahí que muchas veces la selección del personal no se hacía precisamente buscando a los de mayor cultura o educación, sino a aquellos que tuvieran un cuerpo robusto y el valor necesario para afrontar situaciones de peligro extremo.

Fue así como llegó a la Institución el Cabo Rosendo Contreras Huerta. Debe haber tenido sexto preparatoria cursado en escuelita de campo, donde, en aquella época, bastaba con que los alumnos supieran leer, escribir y machacar un poco con las cuatro operaciones matemáticas. Sabían además que para el 21 de mayo se desfilaba, para el 18 de septiembre habían ramadas e igual cosa para la Pascua y el Año Nuevo.

Para la época talvez no era necesario para un Carabinero tener mucha más instrucción general, bastaba con eso; pero sí era necesario que supiera cuándo podía detener a una persona y por qué; cuándo podía hacer uso de su arma de servicio y un par de detallitos más. Esto, se lo enseñaban en los cursos de reclutamiento que, por lo demás, eran sumamente breves.

Lo que verdaderamente era importante y en lo que se ponía mucha atención, era en la actitud que el hombre asumiera ante una situación de peligro. Debía ser osado, temerario, resuelto, decidido, dispuesto a todo, muy pero muy leal y con un gran espíritu de sacrificio y de cuerpo.

Las situaciones que había que afrontar en la vida policial de la época, eran sumamente difíciles, principalmente en la lucha contra el cuatrerismo que asolaba los campos y desmoralizaba a los ganaderos que sufrían las consecuencias de estos robos perpetrados por verdaderas bandas organizadas como tales y que poseían armamento de fuego de gran poder, con el que se enfrentaban, sin miramientos de ninguna especie, con los Carabineros, de manera que éstos no sólo debían tener la instrucción necesaria para estos fines, sino también y lo más importante, el valor suficiente para guerrear con estos delincuentes que no tenían Dios ni ley y por lo mismo eran capaces de ahorcar con sus propias manos a su adversario si se les presentara la ocasión.

A esta estirpe de Carabineros pertenecía Contreras. Una descripción de su físico podía servir para describir a miles de hombres. Moreno, estatura media, complexión mediana, pelo negro y liso, sin cicatrices ni señales que lo hicieran distinguirse. Es decir, era un hombre completamente hecho en molde.

No ocurría lo mismo con su forma de ser. De carácter muy fuerte, impetuoso, mal genio, intolerante y absolutamente carente de paciencia. Muy disciplinado. Le gustaba cumplir las órdenes de inmediato y cuando él las daba exigía su cumplimiento en similares términos. Sus compañeros decían que El Huacho –así lo apodaban, quien sabe por qué razón- vivía de mal genio, enojado y por lo mismo no se jugaban bromas con él.

En el pueblo pasaba igual cosa. La gente ya lo conocía y naturalmente le tenían respeto y miedo, una mezcla de ambas características, pero no dudaban en recurrir a él cuando la situación los favorecía, pues sabían que no iba a dejar el problema para el día siguiente.

- Cabo Contreras.

- Ordene mi Teniente

- Mañana va a salir de patrullaje montado, hacia el sector de Las Palmas, pasando por El Almendral y La Olla, donde va a cumplir algunas órdenes judiciales.

- A su orden mi Teniente.

- Va a aprovechar también de consultar a los ganaderos del sector si han tenido últimamente problemas de cuatrerismo y en caso que no los hayan tenido, advertirles que se cuiden porque en las vecindades de ellos, hacia El Boldal han estado robando y no sería raro que se pasen para Las Palmas.

- A su orden mi Teniente.

- ¡Ah! Una última observación y muy importante por lo demás. Mañana corresponde Entrevista con el personal del Retén La Rinconada, en el lugar denominado El Paso, que me imagino usted conoce. En todo caso está en el límite de nuestro sector con el de ellos. El sendero lo va a llevar hasta unas inmensas rocas que están en la cima misma del cerro. Ese es el lugar preciso de la Entrevista.

- Si mi Teniente. He ido varias veces a Entrevistas en ese lugar y lo conozco bastante bien.

- La Entrevista es a las 11,30 horas de modo que va a tener que salir de aquí a más tardar a las 06,00 horas y de regreso visitar a los ganaderos.

- Mi Teniente, una consulta.

- Dígame.

- ¿Quién me acompaña?

- El Carabinero Mejías. Ya está notificado.

- A su orden mi Teniente. El Carabinero Mejías no era santo de la devoción de Contreras. Lo encontraba físicamente muy debilucho, ya que era flaco, desgarbado, de tez blanca-pálida, pelo castaño ondulado y ojos zarcos; además, falto de carácter y se lo pasaba todo el día y todos los días, chacoteando y haciéndose bromas con los otros Carabineros. Le parecía que era un pajarito que se pasaba la vida sin que nada fuera serio. Incluso en asuntos del servicio les hacía bromas a los detenidos por delitos graves y cuando caían detenidos por ebriedad, se divertía haciéndolos hablar tonteras. En fin, su existencia era una jugarreta y eso era totalmente opuesto a la filosofía de vida de Contreras, donde todo era serio.

Seguro que durante el patrullaje no iban a tener siquiera de qué hablar y Mejías, en esas soledades de la cordillera de la costa, lo más probable es que se entretuviera cantando alguna canción mejicana que tanto le gustaban, ya que con su jefe no se podía hablar en broma, como era su costumbre y le agradaba.

De acuerdo a lo ordenado, a las 06,00 horas en punto se iniciaba el patrullaje montando, Contreras, el caballo Endiablado y Mejías la yegua Estatua.

Rollo delantero y trasero, conforme; armamento y munición, conforme; libreta de patrullajes, conforme; herraje de los caballares, conforme; órdenes judiciales para cumplir, conforme. Todo en regla, como de costumbre.

Antes de salir, Mejías ya estaba bromeando con el Carabinero Aguilar, que se encontraba de guardia, ironizando sobre lo entretenido que sería el patrullaje junto al Cabo Contreras, ya que lo más probable es que no cruzaran palabra en todo el día.

Era pleno invierno por lo que aún se encontraba oscuro y el tiempo era frío. Los pronósticos metereológicos indicaban que ese día llovería, por lo que llevaban puesta su manta de castilla y en el rollo la manta de agua. Se respiraba humedad en el ambiente y una suave y gélida brisa anunciaba que la lluvia se encontraba próxima. Los cerros de la Cordillera de la Costa, que era hacia donde se dirigían, se encontraban coronados de espesas nubes que, seguramente, derramarían su agua con abundancia en esos parajes.

El campo se veía triste con los árboles sin hojas, con los vacunos y caballares adelgazados por la escasez de pasto y con la falta de movimiento en las labores agrícolas. Todo estaba asolado, desértico y falto de vida. Hasta los pajaritos con sus plumas englobadas para protegerse del frío, emitían tímidos pío pío, sin gorjeos ni trinos armoniosos como los primaverales.

Tal cual Mejías había presupuestado, el patrullaje se realizaba en absoluto silencio por parte de ambos funcionarios. Cada uno ensimismado en sus propios pensamientos. Mientras Contreras pensaba como solucionar el problema de unas goteras de agua que tenía en su casa cuando llovía, Mejías no podía sacarse de la cabeza a Catalina, una niña hermosa con la que estaba pololeando y que la había conquistado gracias a su simpatía y alegría de vivir, y de la que, a pesar del poco tiempo de su relación amorosa, ya se sentía completamente enamorado.

Después de un par de horas de rápido caminar de los caballos y encontrándose ya en los faldeos de los cerros costeros, Mejías comenzó a entonar sus típicas canciones mejicanas, llenas de tragedias de amor y de agudos ayayay, mientras Contreras con una indiferencia aparente, las seguía mentalmente. Un par de veces, sí, no se calló un comentario…
- ¡Ya pu iñor! ¡Cántese otra, porque esa ya l”a cantao dos veces!

- A su orden mi Cabo, replicaba Mejías con una sonrisa picarona en sus labios y comenzaba otra canción…”Voy a contarles un corrido muy mentado….” Y reflexionaba para sí mismo: “En una de esas, capaz que haga cantar a este viejito enojón”.

El camino se terminaba y se iniciaban unos sinuosos senderos que, para alguien no baquiano, se transformaban en verdaderos laberintos imposibles de descifrar. Por supuesto que no era el caso de Contreras ya que hacía varios años que trabajaba en la Tenencia Chépica y dominaba la geografía de todo el sector jurisdiccional, bastándole sólo algunos puntos de referencia para orientarse con perfección incluso en la oscuridad de la noche.

- A ver Mejías, pare el canto y mire p”al bajo allá a la izquierda, onde está esa roca colorá. ¿Ve algo raro?

- Si usted se refiere a aquella roca que está como a setecientos metros, yo no veo nada raro, contestó Mejías, al tiempo que se empinaba en las estriberas y con la mano aumentaba la visera de su gorra como protegiéndose de los rayos de un sol inexistente.

- Ahora tampoco veo na, pero me pareció haber visto dos o tres jinetes y capaz que uno d”ellos sea don Jonás Riquelme y nos invite a un platito de porotos p”al almuerzo.

- Puede que sea él, porque aquí estamos en su fundo o bien su capataz don Jacinto Maldonado. A mi, mi Cabo me da lo mismo cualquiera de los dos que nos invite. Total, los porotos son ricos en loza de Penco o en platos de greda de Pomaire. Por último, la guata no sabe de pituquerías.

- Así no más es, remató Contreras. Si estamos con suerte, podríamos encontrarnos con ellos más adelante y si no, hay que echar mano al sanguchito e” queso no más. ¡Vamos andando!.

Un par de horas después y habiendo Mejías agotado su repertorio de canciones mejicanas, llegaban al sector El Paso con media hora de anticipación para la Entrevista programada. Desmontaron, soltaron la cincha para darle un poco de alivio a los pingos, les sacaron los bocados y con una soga los amarraron a unos matorrales para que ramonearan un poco. Aprovecharon también ellos de desentumecer y estirar un poco las piernas con algunas elongaciones y sentadillas, de fumarse un pitillo y de desbeber.

Quince minutos después, en un recodo del sendero y por entre el monte bajo, a unos cincuenta metros de ellos, asomó una pareja de Carabineros.

- ¡Buenos días mi Cabo! Cabo Oyarzún y Carabinero Terán del Retén La Rinconada, se presentan sin novedad a la Entrevista.

- ¡Buenos días! Contesta Contreras, al tiempo que estira la mano para saludarlo. ¿Cómo está usted y cómo están las cosas por su sector?

- En lo personal y en el Cuartel las cosas andan bastante bien, pero donde hemos tenido problemas es en el robo de ganado. Hay una banda que dicen que la comanda un tal “Loco Rosendo” que no ha dejado fundo sin esquilmar. Lo peor es que ya han matado a dos peones que los tenían cuidando el ganado en la noche, incluso armados con escopeta. Se sabe que han tratado de defenderse porque se encontraron cartuchos de escopeta disparados, pero de la escopeta misma ni rastros. Nosotros hemos dado vuelta al revés el sector y no encontramos ni huellas de estos badulaques. Dicen también que el Loco Rosendo es fácilmente reconocible porque tiene una cicatriz muy profunda desde el ojo izquierdo hasta la barbilla. En cualquier parte que sea visto, hay que detenerlo, pero con mucho cuidado porque es el demonio mismo.

- ¿Y se sabe cuántos son los de esta banda?

- Con seguridad no, pero comentan que no son más de cuatro y que cada uno vale por cuatro de nosotros. Así de bravos son.

- ¡Ojala entonces que no nos encontremos con ellos, porque me da chusto! ¡Mucho, mucho chusto! intervino Mejías, bromeando, como era su costumbre.

- ¡ En el redondel se ve el torero mi Carabinero!. Hay que sentir las balas chiflando la oreja pa saber lo que uno calza. ¡Me condenara que a uno le tirita hasta la pajarilla!

Contreras escuchaba el diálogo y dejaba constancia en la libreta de patrullajes, de la información que le estaba entregando el Cabo Oyarzún, ya que tenía que ponerla en conocimiento de su Jefe para que adoptara las medidas correspondientes.

Más novedades no hubo en el ámbito policial de manera que estuvieron más o menos tres cuartos de hora compartiendo la amistad y contándose anécdotas propias y ajenas. Agotado el tema, prepararon sus respectivas cabalgaduras, se firmaron mutuamente las libretas de patrullaje y emprendieron el regreso a sus Cuarteles.

De nuevo a los senderos de los cerros de suave pendiente y con mucho monte, donde predominaban los maquis, boldos, espinos, litres y por aquí o por allá uno que otro quillay.

Los caballos instintivamente saben que van de regreso a la querencia y apuran el paso con una cadencia uniforme que se modifica sólo por alguna gradiente demasiado pronunciada.

El tiempo había empeorado por esas serranías y estaba dejando caer una suave pero tupida lluvia de gotas pequeñas que unidas a un viento arremolinado les mojaba el rostro y corría cual copioso sudor por el cuello hacia el tórax empapándoles la ropa interior, al tiempo que era presagio de la tormenta que vendría más adelante.

Alrededor de las cinco comenzando a oscurecer, la tormenta se había desatado con toda su fuerza. Truenos que parecían rodados de cientos de inmensas rocas, precedidos de relámpagos que iluminaban kilómetros a la redonda. El cabalgar se estaba haciendo demasiado peligroso, principalmente cerro abajo por lo resbaladizo del camino debido al barro que se había formado.

Mejías ya no cantaba. Ahora cabalgaba, junto a su Jefe, con la cabeza semi- inclinada tratando de protegerse algo de la lluvia y el viento. Ambos en silencio rumiando cada uno sus pensamientos que se hacían repetitivos. Los músculos ateridos y la piel insensible por el frío, clamaban por un refugio y una taza de agua caliente que les desentumeciera las tripas.

Como si los deseos hubiesen producido el milagro, a no más de trescientos metros de ellos, saliéndose un poco del sendero que seguían, una pequeña columna de humo les anunció la presencia de una cabaña que había construido dentro de su fundo don Jonás Riquelme, precisamente para dar protección a sus trabajadores cuando los sorprendiera la noche o una tormenta, como en este caso. Incluso tenía un cobertizo para protección de las bestias.

- ¿Le parecería bien, Mejías, que pasáramos a esa cabaña a descansar un rato y calentar un poco el cuerpo? O seguimos no más.

- Yo creo mi Cabo que sería bueno que pasáramos a calentar los fierros y si tenemos suerte a lo mejor nos convidan un matecito o aunque sea una taza de agua caliente, porque el frío me tiene congelá hasta la fé de bautismo.

El ulular del viento, el ruido de los truenos y la lluvia acallantaba cualquier otro bullicio, de modo que pese a verse luz en el interior de la cabaña, nadie se asomó a recibirlos. Dejaron los caballares en el cobertizo donde ya había tres y antes de llamar a la puerta, Contreras hizo una señal de silencio a Mejías y atracó el ojo a una rendija que había entre las resecas tablas de la cabaña.

Había tres individuos que, alumbrados por un chonchón, jugaban a las cartas y bebían. Los dos que lograba ver Contreras desde su posición, no tenían el aspecto de ser trabajadores del campo y su ojo y tincada policial le hizo sospechar que se trataba de cuatreros. Hizo una seña a Mejías para que, desde otra posición tratara de ver al tercero.

A los dos minutos regresa Mejías y con una sonrisa franca pero silenciosa le informa, con un susurro, a su Jefe lo que ha visto: “Mi Cabo…ahora nos van a tiritar los calzoncillos a los dos. El otro bribón que está ahí, es nada menos que el Loco Rosendo”.

- Ahora tenemos dos posibilidades: nos vamos calladitos como hemos llegado y aquí no ha pasado nada o nos enfrentamos a esta banda y que sea lo que Dios quiera, propuso Contreras.

- Si yo tuviera que decidir, dijo Mejías, los enfrento y ahí vemos si son mejores que nosotros, como dicen. Total, mi Cabo, usted sabe: “Nadie se muere el día de la víspera”. ¡Pongámosle no más! Agregó desafiante.

- Y usted cree Carabinero, que el Huacho Contreras se v”achicar?. El único temor que yo tengo es por usté qu”es tan re flacucho. Por mi, me la juego solo, aunque me vaya con los tres p”al otro mundo.

- Flacucho pero no debilucho po mi Cabo, ya verá usté que no me tiembla el pulso. ¡Si ya estoy ansioso de entrar en acción!

- ¡Aquí vamos a ver entonces!. Por aquí por esta rendija, se ve la puerta de la cabaña y se nota que la tienen apuntalá con un tronco chico, suficiente solo pa que no se abra. Vamos a ir por ese lado y de una pura patá a la puerta, el tronco va a volar por el aire. Entramos con la carabina con bala pasá y los apuntamos altiro. Los hacimos pararse a un lado, con las manos arriba y usté los registra. Después uno por uno los va ir amarrando. Los echamos arriba e los caballos y partimos. Como a las diez de la noche estaríamos llegando al Cuartel. ¡Está listo Carabinero!

- Hace rato que estoy listo, mi Cabo. Cuando quiera.

Ambos funcionarios rodeando la cabaña, llegaron a la puerta y ante un gesto de Contreras, se fueron contra ella que cedió sin que significara mayor esfuerzo, ni un nuevo intento.

Los individuos sorprendidos pero acostumbrados a reaccionar ante emergencias, lanzaron los naipes al aire e intentaron sacar sus armas. Uno de ellos lo consiguió sustrayendo desde debajo de su manta, una carabina recortada, pero fue abatido de inmediato por un certero disparo del Carabinero Mejías, que le atravesó el tórax como si lo hubiese tenido de mantequilla. Una contracción involuntaria de sus músculos le hizo disparar su arma en cualquier dirección, sin provocar daño alguno.

Los otros dos, levantaron rápidamente sus brazos en señal de rendición.

- ¡Mejías!, Ordenó Contreras, ¡Regístrelos!

El Carabinero Mejías se terció la carabina y procedió al registro del individuo que tenía más próximo, quitándole un revólver que tenía en la cintura y procediendo de inmediato a amarrarlo lo suficientemente firme como para que no tuviera posibilidad alguna de soltarse. El Carabinero sabía hacerlo bien.

El siguiente era el Loco Rosendo que, con los ojos achicados, miraba en todas direcciones como buscando el espacio suficiente para huir. Su expresión no era de temor, sino más bien de decisión. Sin embargo las circunstancias no le dejaban alternativa alguna. Se acercó Mejías con una actitud triunfalista y comenzó el registro encontrándose de frente al detenido. Bajo los brazos, nada; en la cintura, un revólver; en la cintura por la parte de atrás, un cuchillo; por la pierna izquierda, nada; por la pierna der…no alcanzó a terminar.

El Loco Rosendo extrajo desde la manga de su chaqueta de huaso, un segundo cuchillo y lo clavó en la espalda del Carabinero Mejías un par de veces antes que Contreras le atravesara la cabeza de un disparo. El tercer cuatrero, pese a estar amarrado de manos, quiso reaccionar lanzando puntapiés y fue igualmente abatido.

Mejías, de bruces en el suelo, vomitaba un par de bocanadas de sangre y respiraba agitadamente.

- ¡Por la cresta mijito! ¡Lo clavó muy adentro! Consulta Contreras, con voz temblorosa y los ojos llenos de lágrimas.

- Estamos bien, mi Cabo, contesta Mejías, “tres bandidos por un Paco” y no “cuatro Pacos por un bandido” como dicen.

- ¡Cállese mejor m”hijo! Ya verá que vamos a salir d”esta.

Contreras hizo una cama en el suelo con las dos mantas de castilla, acomodó bien a Mejías y salió a matacaballo en busca de ayuda a las casas patronales de don Jonás Riquelme, que eran las más cercanas.

Una hora después estaba de vuelta con el propio don Jonás, su capataz don Jacinto y un par de trabajadores que traían una especie de angarilla que haría las veces de camilla.

El Carabinero Mejías estaba sumamente pálido, seguramente por la sangre perdida, aunque aparentemente no era mucha y no daba muestras de afligimiento o incluso de nerviosismo.

Sobre las heridas se le puso unos apósitos de género y con una sábana vieja se confeccionaron vendas para, por lo menos, evitar que siguiera sangrando mientras era trasladado al hospital de Santa Cruz que era el más cercano.

En una camioneta del año 35 que tenía don Jonás, que por lo demás era el único vehículo motorizado que existía por el sector, trasladaron a Mejías hasta el Hospital de Santa Cruz donde se le practicaron los primeros auxilios y siguieron con él, en ambulancia, hacia San Fernando.

El Cabo Contreras no se separó de él ni un segundo. Le hablaba, lo animaba, le daba valor, le pedía que tuviera fuerzas y que luchara por su vida. Ya no le decía Carabinero, ahora le decía hijo. Por su parte Mejías, que nunca perdió el conocimiento, lo miraba con ojos maliciosos y esbozaba una leve sonrisa, como queriéndole decir: este trato humano que está teniendo…se va a saber y caro le va a costar.

Estuvo con él, tomado de su mano, hasta que pasó al pabellón de operaciones ya que, según dijo el médico, había que reparar partes internas de su cuerpo que habían sido dañadas.

En un escaño que había al lado afuera del pabellón, estaba Contreras, sentado, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza afirmada con ambas manos. El llanto, que se esforzaba por hacer silencioso, le estremecía su cuerpo. Lloraba como el padre que ha perdido a su hijo, sintiendo el dolor en el corazón mismo y lo peor de todo es que tenía el convencimiento de haber sido el responsable de esta tragedia. Se había dejado llevar por el desafío que le planteó Mejías cuando le dijo:”Si yo tuviera que decidir…los enfrento aquí mismo” y él fue débil de carácter al aceptar el reto de su subalterno. Debió haber analizado detalladamente la situación. Pero no…¡Cómo el Huacho Contreras no iba a correr el riesgo!. Su prestigio de hombre rudo y osado, del que se enorgullecía, no podía ponerse en juego. Ahora estaba derrotado, sin fuerzas y sin explicaciones que dar. ¡Bonito procedimiento policial! Tres bandidos muertos y un Carabinero, que era un niño aún, a punto de morir también. ¡Se había lucido!.
Hacía ya dos horas que se encontraba en el lugar, cuando llegó su Jefe de Tenencia, el Teniente Carmona y el Comisario de Santa Cruz, Mayor Olivares. Habían sido avisados de lo ocurrido por el propio Jonás Riquelme que, de regreso de Santa Cruz hacia su fundo, pasó a Chépica a informar lo acontecido. Dichos Oficiales fueron informados en el hospital de Santa Cruz sobre el destino del lesionado.

Encontraron a Contreras deshecho. Parecía que cargaba sobre sus hombros un peso que se le hacía insoportable. Su rostro, normalmente de expresión dura y decidida, era el de un niño solitario e indefenso. Miraba a sus Jefes y no emitía palabra alguna. Era una mirada que no veía, perdida, sin vida, sin brillo, ausente…

- ¿Le han dicho cómo está Mejías? Le interrogó el Mayor.

- No mi Mayor, desde que entró a la operación, hace ya más de dos horas, no he sabido nada.

- Y antes de entrar al pabellón de operaciones ¿Cómo estaba?

- Muy mal, mi Mayor. Recibió dos puñaladas en la espalda y había perdido mucha sangre, si parecía transparente de pálido que estaba. Yo creo que va a ser muy difícil que aguante, no ve que es tan re flacucho este niño.

Estas últimas palabras brotaron de la boca de Contreras como un susurro tembloroso. Apretó los labios y agachó la cabeza para que su Jefe no viera que un par de lágrimas corrían por sus mejillas. No podía sacar de su mente la imagen del Carabinero botado en el suelo vomitando sangre y esa imagen le estaba enloqueciendo.

- No se aflija anticipadamente, mire que los flacos, muchas veces, aguantan más que los maceteados, lo tranquilizó el Mayor.

- Ojala sea así, mi Mayor. Este niño no tiene por qué pagar las imprudencias cometidas por mí, que me dejé llevar por el orgullo de ser considerado valiente y decidido, que por lo demás es lo único de lo que me puedo enorgullecer.

- Ese tema lo veremos después, con tranquilidad y serenidad, por ahora sólo debe preocuparnos la salud de este muchacho.

Dos horas después salió del pabellón el médico de Carabineros doctor Sepúlveda, empapado en sudor producto de la tensión a que se vio sometido con la operación. Se le notaba agotado pero estaba optimista.

- Buenas noches, mi Mayor, saluda el doctor y comienza su informe: El Carabinero llegó con dos heridas penetrantes en el dorso que, feliz y milagrosamente, no le dañaron ningún órgano vital. El peligro mayor radicaba principalmente en que presentaba un cuadro de anemia aguda, provocado, por supuesto, por la abundante pérdida de sangre; pero hemos reparado el daño y le hemos transfundido suficiente sangre como para que se recupere.

- ¿Está diciendo doctor que el Carabinero se va a salvar?

- Si todo se da con lógica y no se nos presentan problemas de otra índole, se va a salvar y no tendría por qué quedar con secuelas de ninguna naturaleza. Ahora está durmiendo y lo hará hasta mañana. Yo creo que a eso de las diez de la mañana lo pueden venir a ver, para informarse de su estado. Por ahora, no hay nada más que hacer. Buenas noches.

- Buenas noches doctor y muchas gracias.

Procedían a retirarse cuando Contreras se acercó al Mayor y le pidió que le otorgara el feriado correspondiente al año anterior, que se le adeudaba. Su petición fue hecha con tanta vehemencia que al Mayor no le quedó sino acceder a ella, considerando, además, que estaba pasando por una situación difícil y necesitaba el descanso. Le ordenó, eso si, que no saliera de la guarnición hasta que no se le tomara declaración escrita sobre lo acontecido.

Contreras fue a su casa a Chépica y se dio una ducha con agua bien caliente no sólo para desentumecer el cuerpo sino también para relajar los músculos y nervios. Poco o nada conversó con su mujer sobre lo sucedido, mientras se tomaba solamente una sopita porque dijo no tener hambre. Tuvo un sueño agitado, lleno de pesadillas en las que veía que un desconocido apuñalaba a uno de sus hijos, despertando sobresaltado un par de veces y mojado en sudor que le obligó a mudarse el pijama.

A las seis y media ya estaba en pié desayunando para dirigirse al hospital de San Fernando. Un par de sándwiches de queso era todo su equipaje. A las ocho y media ya estaba en el hospital esperando que el médico pasara visita para informarse sobre el estado de Mejías y después pasar a verlo y acompañarlo durante todo el día. Algo puede necesitar este niño, se decía, y no hay quien lo ayude o lo atienda.

Diez días estuvo hospitalizado el Carabinero Mejías después de los cuales fue dado de alta y enviado a su domicilio, que era el Cuartel de la Tenencia Chépica, dada su condición de soltero. Fueron los mismos diez días que Contreras no se movió de su lado. Se retiraba en la noche cuando el enfermo se dormía y llegaba en la mañana antes que éste despertara. Una vez en el Cuartel, la rutina de Contreras no varió. Llegaba a las siete, a las siete y media lo estaba bañando, como había aprendido lo hacían en el hospital, a las ocho le daba desayuno y a las nueve y media lo hacía levantarse para que caminara un poco afirmado de él, porque así lo había recomendado el médico, a las doce y media le servía el almuerzo, las once a las cuatro y media, y a las siete y media una sopita caliente para que durmiera arropadito, decía él.

Dos o tres días después de la operación, Mejías ya era el mismo de siempre, con la broma a flor de labios, siempre jocoso y, aunque maltratado, sonriéndole a la vida. La cercanía que mantenía con Contreras, le había dado alitas también para tomarse cierta confianza y jugarle algunas chanzas que el resto de los funcionarios celebraban como si se tratase del más grande cómico del mundo, mientras comentaban entre ellos: “Murió violentamente el Huacho Contreras…lo mató el Flaco Mejías”.

Ante las bromas de Mejías, Contreras sonría y lo miraba con la ternura del padre chocho que observa a su retoño haciendo una diablura.




Original de
ANTONIO SANDOVAL LENA


















domingo, 18 de mayo de 2008

LA CAJA DE ZAPATOS

Don Felipe era un hombre viejo, solitario, silencioso, pensativo, humilde y tranquilo. Era viejo porque sus ochenta y cinco años se reflejaban claritos en cada una de las múltiples arrugas de su rostro, manos y seguro también en el resto del cuerpo. Solitario, no porque viviera abandonado y sin compañía, sino más bien porque se apartaba del resto, seguramente a hacer recuerdos de los años idos que, a veces, hacían asomar a sus labios un rictus que semejaba una sonrisa y otras provocaban que una lágrima rodara por sus resecas mejillas.

Su humildad era patente en su actitud frente al resto de las personas: daba su opinión muy breve, sólo cuando era absolutamente necesario darla y siempre para bien; contestaba generalmente con monosílabos y jamás hablaba de si mismo; muy rara vez miraba directamente a los ojos, bajando la vista como si se encontrase siempre frente a un superior; nadie le escuchó nunca una queja, ni de enfermedades, ni de malos tratos, ni de frío, calor, hambre, sed, pobreza o lo que fuera.

Nadie podía decir siquiera si don Felipe vivía o permanecía. Desde que murió su mujer, la finada Alicia, hacía ya dieciocho años, a él le cambió la vida. Se le acabó la chispa, decían. Nunca más cantó, ni tocó la guitarra, ni contó chistes y bruscamente se alejó de las amistades, encerrándose en una vida conventual que no abandonó nunca.

Su hija de nombre Alicia, igual que su madre, se mudó a vivir con él, junto a su esposo y sus tres hijos de 12, 14 y 16 años y todos trataban de hacerle la vida agradable preocupándose principalmente de cubrir sus necesidades básicas y de respetar su rutina y su silencio.

Para una persona de su edad, podríamos decir que tenía una vida normal y sin sobresaltos ni problemas de ninguna naturaleza. Su mente absolutamente lúcida y su memoria envidiable para cualquier persona.

¿Había, entonces, algún motivo de preocupación o de curiosidad?

Sí, lo había y era algo raro, y nadie se atrevía a tocarle el tema, no porque él se fuese a enojar, sino por respetar su privacidad, aunque por otro lado, se corría el riesgo de parecer ante él, como indiferente a su persona.

Don Felipe diariamente repetía la misma rutina. Se levantaba, desayunaba y se iba a sentar a su mecedora que, en verano, mantenía a la sombra de una acacia y, en invierno, próxima a una salamandra que no se apagaba mientras duraran los fríos. Lo desusado era que jamás se separaba de una caja de zapatos. La llevaba donde fuese, al comedor, al baño o al dormitorio y siempre estaba al alcance de su mano, como si temiese que alguien se interesara por su contenido, que él debiese guardar a toda costa.

- Mamá ¿Por qué el abuelo no se desprende ni un segundo de su caja de zapatos? consulta Daniel, el mayor de los niños.

- No lo se, pero tú puedes preguntarle.

- No me atrevo a hacerlo y no es que le tenga miedo, sino que parece que es algo tan de él, tan propio, es como si fuera un secreto, jamás ha dicho algo referido a ella.

- Bueno, hijo, es su derecho y él tendrá sus razones y nosotros no tenemos por qué inmiscuirnos en su vida.

- Entiendo, mamá, pero me gustaría mucho saber por qué.

- Tu hermano menor, Julio, también me preguntó lo mismo y tampoco quiere incomodar al abuelo preguntándole. Incluso tu hermana, Lorena, que es su regalona, no se atreve a averiguarlo.

Hacía ya cinco años que el abuelo había tomado la manía de portar su caja de zapatos y desde entonces que todos sentían una tremenda curiosidad por conocer su contenido o saber las razones que tenía para guardar tanto secreto.

En más de una oportunidad en que el abuelo salió de casa, sin portar la caja, Daniel se había introducido a su dormitorio y pese a registrarlo minuciosamente, no había podido dar con ella. Por supuesto que todo debía quedar en su lugar, porque el abuelo seguía una rutina de orden tan rigurosa que de inmediato se hubiese percatado que alguien entró en su pieza y aunque, lo más probable, es que no hubiese dicho palabra, todos se habrían sentido mal por haber cometido esta imprudencia.

Ahora hacía ya un mes que se encontraba postrado en cama afectado de una enfermedad renal sumamente dolorosa. Había comenzado con decaimiento y leves dolores lumbares, por lo que había decidido no levantarse, pero, como era su costumbre, nadie sabía de los dolores que le aquejaban y que se intensificaban día a día, hasta que le escucharon quejarse mientras dormía. Recién entonces se llamó un médico que le dio un tratamiento y remedios para calmar su sufrimiento.

Sus parientes le colmaban de mimos y regaloneos preparándole comidas que sabían le gustaban, acompañándolo, conversándole y haciéndole recordarse del pasado lejano.

Sus nietos llegaban del colegio, tomaban una taza de leche, se comían un sándwich como era su costumbre y se sentaban al borde de la cama del abuelo a entretenerlo un rato con relatos de lo acontecido, durante el día, con sus amigos y compañeros. El viejo los miraba y sonreía, generalmente sin emitir palabra alguna.

Todos notaban que la vida del abuelo se iba extinguiendo progresiva y rápidamente. Se estaba adelgazando producto de la pérdida del apetito, la dosis de analgésico aumentaba, sus ojos se resecaban y prácticamente se pasaba el día durmiendo. El médico que lo atendía decía que dada su edad avanzada y su condición de deterioro, era presumible esperar que los días del abuelo llegaran a su fin muy pronto.

En la casa, todos estaban viviendo un duelo anticipado. Miraban dormir al abuelo y les parecía que el momento había llegado, de modo que a cada momento se acercaban a comprobar si aún respiraba. Sin embargo al poco rato se sentaba y tomaba una sopita de sémola que su hija le había preparado especialmente para él. Era el momento que sus nietos aprovechaban para visitarlo y hacerle notar, con palabras y actitudes, el cariño que le tenían.

Pese a su estado, el abuelo no separaba de su lado la caja de zapatos e incluso cuando dormía, ponía una mano sobre ella para evitar que alguien la alejase de su lado. Verdaderamente era sorprendente el celo con que la cuidaba. Todos pensaban que si a alguien se le hubiese ocurrido quitársela, el viejo habría saltado como fiera herida que usa sus últimas energías en defender su prole, con tal de recuperarla.

Fue una noche que, por razones de estudio, Lorena se quedó en pié hasta una hora en que el resto de la familia ya dormía y al momento de ir a acostarse decidió pasar a ver al abuelo. Grande fue su sorpresa al entrar a su pieza y encontrarlo despierto y semi recostado, revisando su caja de zapatos.

- ¿Qué pasa abuelito, por qué está despierto tan tarde? Le consulta suave y amorosamente.

- No pasa nada, mi amor, es sólo que estoy desvelado, contesta el abuelo, con una voz monótona y casi inaudible.

- ¿Está preocupado por algo?

- No, hacía recuerdos, nada más.

- Y ¿Por eso revisaba su caja de zapatos?

- Si, aquí tengo guardada casi toda mi vida, por supuesto que solamente lo menos importante.

- Abuelito ¿y tú me podrías contar tus recuerdos? Le consulta Lorena adoptando una actitud regalona, y agrega ¿O son sólo secretos tuyos?

- No, mi amorcito, lo que pasa es que para otras personas, los acontecimientos de mi vida no tienen ninguna importancia, ni sentido. Además, las cosas que guardo carecen de todo valor material y hasta pueden ser irrisorias. Yo he tenido una vida sin hechos anecdóticos, ni heroicos, ni sobresalientes.

- Lo que tú dices podría ser para otras personas, pero no para mí que soy tu nieta regalona y la que más te quiere.

Lorena lo mira con ojos tiernos, toma una de sus manos y cariñosamente la besa, presionando delicadamente al abuelo para que le muestre la caja de zapatos.

- ¡Está bien! Accede el abuelo y pone sobre su regazo y destapa su caja de zapatos. ¡Dime, qué quieres saber!

Lorena quedó totalmente sorprendida. En la caja de zapatos había un montón de tonteras que constituían desperdicios o basura. Rápidamente pasó por su mente la idea de que el abuelo estaba con alguna falla mental propia de su edad, pero rechazó de inmediato tal pensamiento, por cuanto su comportamiento cotidiano era totalmente normal. De todos modos la sorpresa la tenía paralizada y sin hallar qué decir ni qué preguntar.

- ¿Te sorprendí? ¿Acaso pensaste que había cartas, joyas u otros objetos de valor?

- En realidad, abuelito, no había pensado nada, pero igualmente me causan extrañeza las cosas que aquí tienes. ¿Qué te recuerda este calcetín roto?

Al abuelo se le iluminó la cara con una sonrisa que, talvez, en otros tiempos y en otras condiciones de salud hubiese sido una carcajada vibrante.

- Estábamos con tu abuela en la fiesta de matrimonio de mi hermana Matilde y su marido pertenecía a una familia muy distinguida y de mucho dinero, de modo que ésta se realizaba en el club social del pueblo y asistían los personajes más destacados de Peralillo. Yo me había mandado a hacer un traje a la medida con casimir inglés y tu abuela un vestido copiado de una revista de modas italiana, con finísimas telas. Como siempre todo se deja para última hora, me vestí apurado y no me di cuenta que me puse un calcetín que tenía una rotura en el talón. Cuando estábamos arrodillados en la iglesia, tu abuela se dio cuenta y me lo dijo. Desde ese momento no me atreví ni siquiera a caminar delante de otras personas, para que no me vieran. Tu abuela, que le encantaba bailar y era muy buena bailarina, no paró de hacerlo en toda la noche con quien quiso invitarla. Me miraba y se reía. Incluso me dijo que me autorizaba a bailar con la mujer que yo quisiera. No puedo olvidar su carita picarona y risueña haciéndome piruetas y guiños. ¡Cómo disfrutó aquella fiesta riéndose sanamente de mi!. Pero más me alegré yo viéndola como se divertía ¿Crees que debo deshacerme de ese calcetín?

- ¡Nooo, yo lo guardaría por siempre! Además que es una situación divertida que vale la pena recordar.

Acá hay una tarjeta de adhesión a una cena bailable a beneficio de los bomberos, y ésto ¿Qué recuerdos te trae?

- También son recuerdos divertidos. Estábamos bailando con tu abuela, la pista se encontraba llena total y a pesar de ser una música lenta nos topábamos ocasionalmente con otras parejas. Fue entonces que yo me tiré un “peo”, que salió tan hediondo, que la gente comenzó a arrugar la nariz y a desplazarse hacia otros lados. Naturalmente que yo asumí igual comportamiento y a tu abuela le ha venido un ataque de risa tan grande e incontrolable, que se hizo pichí en medio de la pista y de la gente, abrazada conmigo. El pichí le corrió por las piernas, le empapó los zapatos y formó una poza en el suelo, sin que la gente se diera cuenta de ello. Por supuesto que, de inmediato, nos retiramos del baile y nos fuimos a casa. Tu abuela no paraba de reír e incluso al día siguiente se acordaba y volvía su hilaridad. Cada vez que se acordaba de este hecho, aunque hubiesen pasado años, le atacaba la risa.

- ¡Abuelitooo, que eres cochino! ¡Cómo no se iba a reír la abuelita, con la actitud cínica que asumiste! Creo que yo también me hubiese hecho pichí de la risa.

El abuelo estaba disfrutando haciendo estos recuerdos y narrándoselos a su nieta, a esa hora de la noche en que cualquier conversación adquiere una intimidad especial y la mente pareciera recordar hasta el último detalle.

- ¡Mira lo que encontré acá! Una boleta de pago de un motel.

- Hicimos un viaje en auto al sur con tu abuela y a mitad de camino tuvimos una panne que no pudimos solucionar y lo más próximo para dormir fue un motel que se encontraba a orillas de la carretera. Con esa boleta yo molestaba a tu abuela delante de mis amigos contándoles historias inventadas en las que ella me exigía que la llevara a un motel y como ella era muy pudorosa, se ruborizaba con mis cuentos. Muchas veces quiso quitarme la boleta y romperla, pero siempre me las ingenié para esconderla y sacarla sólo en el momento oportuno.

- ¡Tú eras bien malulo abuelito! Te gustaban mucho las bromas y los chistes.

- Efectivamente así era, pero desde que ella se fue, se me quitaron los deseos de hacer bromas y reírme. Ya no hay nada que me provoque gracia o que yo encuentre chistoso, salvo estos hechos que te acabo de narrar y otros pocos que guardo en mi recuerdo.

- ¿Y este cordelito, te recuerda algo también o está acá sólo por casualidad?

- Si, también es parte de mis recuerdos.

Resulta que tu abuela, tenía obsesión por tener un perro. Quería uno chico que ella pudiese mantener dentro de la casa y enseñar. Desde que los niños crecieron, se casaron y se fueron de la casa, alegaba que no tenía de qué preocuparse y se aburría. Necesitaba un perro que la acompañara, tener con qué entretenerse e incluso con quien rabiar un poco. Fue tanto lo que insistió que un día decidí comprarle uno. Fuimos a una tienda de venta de mascotas y la hice elegir un perrito. Se decidió por un cachorro terrier de dos meses, precioso, que me costó un ojo de la cara, porque era inscrito y tenía antepasados ganadores. Tu abuela de inmediato lo bautizó como Sansón, porque con su solo nombre debía imponer respeto. De regreso a casa, pasamos a tomar once donde una comadre que no soportaba los animales dentro de la casa, así que nos prestó un cordelito y lo dejamos amarrado ya que el patio no ofrecía la seguridad necesaria. Total…Sansón era tan pequeño y nuevo, que no necesitaba más seguridad que esa. Tomamos once con toda tranquilidad y después hicimos una larga sobremesa. Cuando llegó el momento de partir, grande fue nuestra sorpresa al comprobar que Sansón no se encontraba por ningún lado. Sólo estaba el cordelito amarrado en el mismo lugar que lo habíamos dejado y ni siquiera estaba cortado. Lo buscamos por todos los rincones del barrio y consultamos a la mayoría de los transeúntes, sin encontrar ni siquiera una posible pista, de modo que tuvimos que volver a casa sin nuestra gran adquisición. Tu abuela estaba tan triste, que yo, pretendiéndola hacer reír, me fui todo el camino de regreso a casa, arrastrando el cordelito, silbando y llamando a Sansón como si hubiese estado atado en el otro extremo. Una vez en casa, tu abuela se puso a llorar desconsoladamente y me acusó de burlarme de ella. Por supuesto que tuve que comprarle otro perrito para consolarla y naturalmente no le puso de nombre Sansón.

- Pero abuelito, yo, en el lugar de ella, también hubiese sentido que te burlabas, cuando ella estaba sufriendo.

- Eso ocurre muchas veces en la vida, mi amor. Hacemos algo con la mejor de las intenciones y los resultados son desastrosos. Pero no siempre hay que medir las actitudes por los resultados. Si tenemos malas intenciones en nuestro accionar y obtenemos éxito…¿Debe juzgarse lo hecho, como bueno?.

- Tienes razón abuelito. En varias oportunidades me ha sucedido que no he sido comprendida en mi accionar y se me ha juzgado mal, en circunstancias que he actuado movida por las mejores intenciones.

- Eso es lo importante. Siempre hay que actuar movido por el bien, por lo menos así quedaremos con la conciencia tranquila y en paz con Dios.

- Abuelito, volviendo a tu caja de zapatos. Yo he observado que guardas una serie de cosas que, por supuesto, te traen recuerdos, pero no he visto cartas, fotografías, anillo de compromiso y otras cosas que son verdaderamente importantes en la vida de las personas ¿Acaso, a ti, esas cosas no te interesan?

- Por supuesto, mi amor, que me interesan, pero…¿Crees que no recuerdo el rostro de mis padres, fallecidos hace más de cuarenta y cinco años, porque no tengo una foto de ellos? ¿Crees que no recuerdo a tu abuela y los detalles de nuestro matrimonio? ¿Crees que necesito fotos para recordar a mis hijos y mis nietos? Los hechos importantes y trascendentes de nuestra vida, indudablemente que la guían, encausan y conducen por una senda determinada y no necesitan de materialidades para recordarlos, pero los que le dan el sabor dulce o amargo, el aderezo que le da sapidez, está en los hechos cotidianos, comunes y corrientes en nuestro vivir. Si estos hechos comunes no tienen un complemento material que los traiga a nuestra memoria, desaparecen y jamás podremos disfrutar de ellos, en circunstancias que le han dado vida a nuestra vida. Ahí nace la importancia de todas estas chucherías que yo guardo con tanto celo.

- Está bien, abuelito, siento que en todo lo que has hecho en tu vida, has tenido la razón y también la tienes en lo que ahora me dices. Eres sabio de la vida.

- Por supuesto que no todo lo he hecho bien, como tampoco he tenido siempre la razón, lo que sucede es que el hombre se hace viejo muy pronto y sabio demasiado tarde, por eso a estos años pareciera que tengo una sabia respuesta para todo; y tú antes que te logres dar cuenta, vas a estar igual que yo, hablando estas cosas con tus nietos.

Ahora, mi amor, creo que debes ir a la cama, para que descanses, duermas un poco y te encuentres en buenas condiciones para la prueba que debes rendir mañana.

Si Dios quiere, ya tendremos otra oportunidad de seguir nuestra conversación.

- Bueno, abuelito, una vez más tienes razón. Pero, una última consulta. ¿Por qué no permites que nadie vea tu caja de zapatos?

- Te imaginas, mi amor¿ qué pensarían de mi otras personas que vieran todas las fruslerías que aquí guardo? Por supuesto que creerían que estoy con demencia senil y la evidencia de los hechos les haría pensar que tienen la razón y por supuesto que no me darían el trato normal que me dan. Pero yo tampoco puedo citar a una reunión familiar para explicar el por qué de mi comportamiento y los recuerdos que cada objeto me trae. Prefiero, entonces, que se mantengan con la curiosidad y seguir tal cual hemos estado hasta ahora.

- Por enésima vez, abuelito, la razón es tuya.

Lorena se acercó a su abuelo y besó su frente con mucha ternura y un sentimiento de amor muy especial. Sabía que su abuelo la quería con todas sus fuerzas y que gozaba de su preferencia y ella sentía también un amor muy profundo por este anciano padre de su madre.

Esa noche no pudo conciliar el sueño. Recordaba palabra por palabra los relatos que le había hecho y los razonamientos que hacía. Sentía que era una niña afortunada con tener un abuelo tan tierno, cariñoso y sabio.

La mañana llegó mucho más rápido de lo que esperaba y el cruel despertador le avisó que era hora de levantarse. Como era su costumbre, una buena ducha y un abundante y apetitoso desayuno le dieron las energías suficientes para iniciar con ánimo las actividades cotidianas.

Rindió la prueba que tenía programada para ese día y quedó con la certeza que había contestado correctamente cada una de las preguntas formuladas. Se sentía feliz ya que estaba pasando un buen día. Todo estaba resultando a la perfección…hasta que llegó a su casa. Antes de entrar notó que algo anormal había ocurrido. Apuró el paso y se dirigió directo a la pieza del abuelo ya que algo interno e inexplicable le hizo pensar en él.

El abuelo yacía en su cama, vestido elegantemente con su traje más fino, camisa blanca y corbata de seda. Sólo estaban esperando la llegada de las pompas fúnebres con el ataúd.

Lorena sintió que la vida también terminaba para ella. Las piernas le flaqueaban, su cuerpo le temblaba, una sudoración fría la empapaba y sintió que en cualquier momento se desmayaría, más su mente se sobrepuso y logró controlar su cuerpo. Se acercó al abuelo, lo abrazó, lloró en silencio apoyando su cabeza en el pecho del cadáver, le besó en la frente, como acostumbraba a hacerlo y le dijo en voz alta ¡¡Muchas gracias abuelito!!

Naturalmente que nadie dijo nada ni hizo consulta alguna sobre el agradecimiento de Lorena. No era el momento ni el lugar apropiado para hacer averiguaciones de ninguna índole.

A Lorena le quedaba sólo la íntima satisfacción de haber sido la última en charlar con el abuelo y la única conocedora de los secretos que guardaba la caja de zapatos.

Supo después que al momento que le llevaron desayuno a la cama, se percataron que el abuelo había muerto durante el sueño.

Estaba semi-recostado y tenía abrazada su caja de zapatos.




Original de
ANTONIO SANDOVAL LENA