domingo, 6 de enero de 2008

El "meico" japonés

La gente se sentaba en el suelo, en alguna piedra grande, en algún pedazo de tronco o en lo que encontrara a la orilla del largo callejón Canta Rana y otros un poco mas precavidos habían llevado un piso que, por supuesto, les hacía mucho más cómoda la espera.

Habían llegado muy temprano y obtenido un número en un pequeño restaurante del lugar, que les permitiría ser atendidos por orden de llegada y donde aprovechaban de desayunar. Los conocedores del sistema habían llevado un sándwich y un termo con café, para ahorrar unos pesos.

Había personas de los más diversos lugares y condición social. Desde grandes ciudades hasta villorrios desconocidos y, pobres carentes de recursos económicos hasta personas pudientes que esperaban en el interior de lujosos autos. Incluso, ocasionalmente, personas que venían del extranjero.

A poco llegar, ya habían entablado conversación sobre el tema que les era común: la salud.

- Y usted ¿De dónde viene?

- De Lipingüe y usted?

- De aquí de El Huique…está cerquita. Y…¿Dónde queda ese lugar con nombre tan raro?.

- Queda cerca de un pueblo que se llama Los Lagos, por allá en el sur.

- ¿Y de tan lejos, venir por acá?

- Si pues…es la necesidad.

- Y… ¿Cómo dicen que por allá hay tanta gente que sabe hacer esto?

- Si pues…si hay. Pero ninguno tan bueno como este caballero. Fíjese que a mi me lo recomendó una pariente que está radicada en Argentina y de allá viene a verlo cuando tiene necesidad.

- Eso es cierto. El caballero es muy atinado. Dicen que es muy difícil que se vaya a equivocar, casi imposible, no ve que él es japonés y trajo el sistema de allá.

- ¿Y qué le aqueja a usted?

- Yo creo que los riñones, porque tengo unos dolores terribles por aquí por la cintura y las orinas me salen muy amarillas de más. Vamos a ver qué me aconseja una vez que vea las aguas, como le dicen al pichí. ¿Y usted?

- Yo traigo las aguas de un niño que está postrado en cama hace mucho tiempo y los médicos no han podido sanarlo. No tiene fuerza en las piernas el pobrecito y no es capaz de ponerse de pié. Está flaquito como un alambre y sin ánimo ni de comer. Va cada día de mal en peor.

- Y…pasando a otra cosa, ¿Qué número le tocó a usted?

- Me tocó el dieciséis y eso que llegué a las siete. Quién sabe a qué hora me voy a desocupar, no ve que empieza a atender a las diez. Faltan dos horas todavía.

- Uf…a mi me tocó el veintidós. Yo creo que me irá a atender como a las cinco de la tarde, pero una no se puede ir de aquí porque a veces pasan los números rapidito.

- ¿Cuánta gente cree usted que habrá aquí esperando atención?

- Yo creo que, por lo menos, unas treinta y cinco a cuarenta personas.

- Se da cuenta, los últimos van a ser atendidos cerca de las nueve de la noche.

- ¡Qué manera de trabajar de este hombre! Y todos los días es lo mismo, menos
el sábado y el domingo, que descansa.

- Es que dicen que los japoneses son así. Trabajan sin miramientos de horas.
- Si pues, así dicen.
Así como tanta gente concurría al lugar Canta Rana para ser atendida por el ya famoso meico japonés, había otras que no compartían, para nada, del prestigio alcanzado por este pseudo facultativo y alegaban que la gente ignorante se dejaba seducir por el misterio que significaba la nacionalidad del meico y el histrionismo que éste ponía en sus atenciones. Estos…eran los médicos de Santa Cruz, liderados por el Dr. Fabres, Director del Hospital y autoridad sanitaria del sector, que buscaban por todos los medios terminar con este individuo.

Alegaban que muchas personas se atendían por años con el meico sin conseguir mejoría alguna y después llegaban al hospital cuando la enfermedad estaba tan avanzada que ya no tenía remedio. Los pacientes fallecían y parecía que ellos, los médicos alópatas, no habían podido curarlos. Sentían que ya estaba haciendo daño a la sociedad que ellos debían proteger.

Esta era la verdadera razón que los había llevado a entablar la acción judicial en contra de este individuo curandero.

- Buenos días mi Teniente…Sargento Miranda y Carabinero Román –comisión civil- se presentan con un detenido por orden judicial.

Era un día domingo de verano, alrededor de las nueve de la mañana y el Teniente José Martínez, recién llegado a la Segunda Comisaría Santa Cruz, en una actividad absolutamente rutinaria, revisaba los libros de la guardia a fin de imponerse de lo acontecido durante las últimas veinticuatro horas.

- Buenos días…y ¿Cuál es el detenido? Consulta el Oficial.

-¡Este mi Teniente! Dice Miranda, al momento que se hace hacia un costado y señala a un hombre de baja estatura y delgado que se encontraba detrás de él.

-¡Este es el famoso meico japonés, pues mi Teniente!

En realidad el individuo tenía rasgos orientales y ello sumado a su contextura física, le daba el aspecto de ser japonés, razón que justificaba su apodo.

- ¿Por qué me dijo que lo habían detenido?

- Por orden judicial, mi Teniente. Parece que el médico director del hospital
puso una demanda en su contra por ejercicio ilegal de la medicina.

- ¿Tiene a mano la orden, se la mostró al detenido o se limitó a traerlo preso sin explicación alguna?

- ¡Por supuesto, mi Teniente que le di a conocer la orden judicial, aunque, por razones obvias, no se la pasé a él para que la leyera!. Usted sabe que estos individuos aunque parezcan inofensivos, de repente hacen pasar unos tremendos malos ratos. Hace unos días un angelito de estos le rompió una orden judicial al Jefe del Retén Paredones y se quedaron sin documento alguno que justificara la detención. Por suerte que se mantienen buenas relaciones con el Juzgado del Crimen y pudieron conseguir un duplicado.

A todo esto, el meico observaba y escuchaba la conversación del Teniente con el Sargento, como si hubiese estado sentado en el living de su casa. Le faltaba sólo ponerse pierna arriba, encender un cigarrillo y unirse a la cháchara. Su expresión era de la más completa tranquilidad y seguridad en sí mismo.

Aunque el Teniente aceptó la explicación como válida, pues sabía que Miranda era un funcionario muy puntilloso en cumplir con las formalidades que los procedimientos policiales exigían, decidió igual pedirle dicho documento.
¡Muéstreme la orden, quiero verla!

El Sargento echó mano a su bolsillo trasero de donde sacó una pequeña libreta y de entre sus páginas extrajo una hoja de papel muy doblada que pasó a su superior.

El Teniente, con actitud revisora, extendió el papel y lo leyó comprobando que todo estaba en regla, sin embargo llamó su atención que la orden rezaba:”Deténgase al meico japonés”, sin indicar otra identificación más específica, situación que comentó con sus subalternos.

Al parecer, Miranda tenía la explicación. Lo que sucede, mi Teniente, es que el
director del hospital puso una demanda en contra del “meico japonés”, el juzgado extiende la orden de detención en contra del “meico japonés” y nosotros detenemos al “meico japonés”, que es este individuo, por lo demás muy conocido en el sector de Canta Rana, de modo que no había donde perderse.

El Teniente Martínez era un hombre que no se conformaba fácilmente con una explicación que, para él, no era todo tan sencillo.

-¿Así que usted es japonés mi querido amigo? Interrogó al detenido.

- Si señol, y sel japonés, responde.

- ¿Y cuánto tiempo lleva en Chile?

- Yo estal en Chile quince años señol.

- ¿Casado o soltero?

-Yo sel casado.

- ¿Con chilena o japonesa?

- Yo sel casado con chilena señol.

- ¿Tiene hijos?

- Si señol, yo tenel tles hijos.

El Teniente, después de cavilar por algunos segundos y adoptando una actitud de superioridad, casi doctoral, decidió continuar con su interrogatorio.

- Dígame mi amigo…¿Qué significa en japonés “kampai”?

- Kampai señol, quelel decil cuando uno salil pal campo a comel con la familia o amigos.

Aunque la pregunta lo había sorprendido, el meico se mantuvo sereno y había dado su respuesta con bastante seguridad.

-¡Ah! Quiere decir salir de camping. Aclara el Teniente.

- Si señol, eso es salil de camping-

- Y…¿Qué significa “Arigató”?

- Eso señol, sel una folma de llamal a los gatitos. Esto último, el meico lo expresó casi en un susurro, sin convencimiento alguno de lo que decía. Sus ojos casi ocultos detrás de sus párpados rasgados, se movían de un lado a otro sin encontrar punto alguno donde fijarlos y disimular su creciente nerviosismo.

Las explicaciones del meico japonés fueron más que suficientes para el Teniente Martínez. Le había quedado perfectamente claro el origen del detenido. Un par de preguntas más y todo sería aclarado, sin quedar duda alguna. Hasta el propio Tribunal se sorprendería.

Se paró de detrás del escritorio, donde se encontraba, y mirando fijamente al individuo, caminó hacia él con aspecto amenazante y actitud agresiva. Los brazos u poco separados de su cuerpo y los puños apretados eran señal inequívoca de su fiereza.

Todos los presentes dieron por hecho que se produciría una situación violenta y por lo mismo le abrieron paso al oficial que mostraba cara de pocos amigos.

El detenido miraba a unos y otros, sentado como estaba en un escaño, sintiéndose acorralado y esperando lo peor. Su rostro palideció, sus pequeños ojitos se redondearon de espanto y sus manos se acercaron a su cara esperando alcanzar a protegerla del inminente ataque.

- Repentinamente y con voz potente y clara, el oficial lo interroga agresivamente.

- ¿De donde eres tú huevón? Al tiempo que levanta su puño amenazadoramente.

- ¡ No…no señor…no me pegue, si yo soy …de Hualañé!

- ¿Y cómo te llamas? Continuó el Teniente, con igual agresividad, tomándolo de las solapas de una chaquetilla corta que vestía y casi levantándolo en vilo.

- Me llamo José Morales Morales.

Los funcionarios que se encontraban presentes se miraban atónitos ante el descubrimiento hecho por el Teniente y después de diez segundos de silencio, todos explotaron en sonoras carcajadas, incluido, por supuesto, el oficial.

- Mi Teniente, consulta Miranda, ¡No me diga que usted habla japonés!

- ¡Pero…por supuesto! Aprendí el año pasado cuando vino a Chile la Escuadra Japonesa y yo me desempeñé como intérprete, contestó bromeando Martínez.
Muy en serio agregó: Lo único que se de japonés es lo que le pregunté a este hombre y lo aprendí con el profesor de Defensa Personal que teníamos en la Escuela de Carabineros cuando éramos alumnos, porque él era japonés, por supuesto que verdadero y les puedo agregar que la palabra kampai quiere decir “Salud” y arigató, “Muchas gracias”.

“Parece increíble, pero todo lo que se aprende, alguna vez en la vida nos puede ser de utilidad”.