El hombre era reconocidamente malo. Había dado muerte a mas de quince personas, sin embargo, en los juicios nunca se le había podido demostrar su culpabilidad.Se las ingeniaba de una u otra forma para aparecer como inocente, a pesar que todo el pueblo sabía que él era el autor de tan atroces delitos.
Presentaba testigos falsos que aseguraban haberlo visto en otro lugar lejano el día y la hora en que el delito se cometió, ya que si no declaraban a su favor, corrian el riesgo de que este individuo les diera muerte a ellos también.
En otras ocasiones robaba el arma con la que cometía el delito y después de cometido, la dejaba en el lugar que su dueño la tenía. Cuando la policía encontraba el arma en poder de su legítimo dueño, comprobaba que las manchas de sangre que presentaba correspondían al muerto y así esta persona era culpada de un delito que no había cometido y el verdadero homicida seguía libre y sin problema alguno.
Tenía miles de formas de eludir la acción de la justicia y miles de razones también por las cuales dar muerte a una persona, sin que su conciencia le ocasinara el mas mínimo remordimiento. Los mataba para robarles, por deudas, por despecho, por rencillas, porque no le daban en el gusto y hasta porque no lo saludaron o lo miraron mal. Cualquier situación era motivo suficiente para él, para acabar con la vida de otra persona.
Por supuesto que todo el mundo le temía y odiaba aunque nadie se atrevía a demostrarle su repudio. Más aún, se le hacían reverencias y se le trataba como si fuera un gran señor, a pesar de ser un vicioso de las drogas y el alcohol que no tenía ni donde caerse muerto.
Pero como ocurre con las cosas de este mundo, todo llega a su fin. Fuera del alma humana, no existe nada que tenga una duración eterna. Las correrías de este individuo, también un día llegaron a su fin. Fue detenido, se le comprobó un homicidio y una vez encarcelado, los que habían sido testigos falsos se atrevieron a confesar que habían atestiguado por miedo. De esta forma se estableció su responsabilidad en todas las muertes que había cometido con antelación.
Fue sometido a un justo juicio y todos los jurados decidieron que era merecedor de la pena de muerte, por lo que sería ahorcado en la plaza pública para que sirviera de escarmiento a todos los delincuentes y a los que quisieran delinquir. Se fijó la fecha de su ejecución a los siete días de firmada la sentencia.
La noticia corrió como reguero de pólvora y todos querían ver el ahorcamiento para asegurarse de que efectivamente este bandido iba a morir, ya que su muerte llevaría tranquilidad y seguridad a los habitantes del pueblo y sus alrededores.
Tres días antes de la ejecución se comenzó a construir el cadalso donde se llevaría a efecto tan atroz pero justa determinación. La gente iba a mirarlo y hacían conjeturas sobre el lugar en que debía ubicarse el ejecutado, el verdugo, que tipo de soga se usaría y una serie de detalles que morbosamente comentaban.
Llegó el día y la hora de la ejecución, las diez de la mañana. La gente se agolpaba en las calles para ver el paso del bandido desde la cárcel a la plaza pública.
Apareció éste rodeado de sus custodios y de un sacerdote que elevaba oraciones al Altísimo pidiendo porque se arrepintiera de las malas obras cometidas.
El caminar era lento debido a que los grilletes de sus pies no le permitían apurar el tranco, mientras el pueblo delirante le gritaba obscenidades y maldiciones.
El momento del ahorcamiento era inminente. El ajusticiado de pié, con las manos amarradas a la espalda.
-¿Tienes un último deseo? Le consulta el Juez Presidente del Tribunal.
-Si, responde el ajusticiado. Quiero decir un secreto al oído a mi madre.
-¡Que suba la madre al cadalso! Ordena el Juez.
La madre, una viejecita flaca y encorvada por el dolor, sube hasta su hijo sollozando.
-¡Acércate y aproxima tu oído a mi boca! Le pide el detenido.
La viejecita confiada, ofrece su oído para que su hijo le diga su secreto y cual no sería su espanto y dolor, cuando éste le muerde su oreja, se la arranca de cuajo y la escupe hacia el público que, horrorizado, ha presenciado tan macabra acción del condenado a muerte.
-¡Esto es mujer! Le grita...para que NUNCA olvides que yo estoy próximo a morir por TU CULPA. Porque nunca te preocupaste de EXIGIRME que caminara por la buena senda; porque nunca CONTROLASTE MIS AMISTADES; porque siempre me DISTE TODO lo que quise; porque me PERMITISTE hacer siempre mi voluntad; porque NO ME GUIASTE por el camino del bien; porque no tuviste el VALOR ni la VOLUNTAD para hacer de mi un hombre útil a la sociedad.
Lo he hecho, además, para que NO COMETAS EL MISMO ERROR con mis hermanos menores.
Dicho lo anterior, se dirigió al Juez:
-¡Magistrado!...¡Estoy listo!
La gente se retiró del lugar, sin pronunciar palabra.
sábado, 9 de febrero de 2008
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