domingo, 24 de febrero de 2008

TODO UN SUEÑO


-¡Comandante ¡ La próxima semana se va a hacer el tiempo necesario para que inspeccione los Destacamentos de la frontera. Hay que cumplir la pauta de inspecciones y yo, lamentablemente, no dispongo del tiempo para hacerlo personalmente.

Presénteme una planificación en la que me indique, con claridad, los días, Destacamentos que visitará, medios que necesita, personal que requiere y viáticos.

Esto último, solo en caso de ser estrictamente necesario, pues usted sabe que los recursos que disponemos para ello son muy escasos y yo los necesito para concurrir a las reuniones de Prefectos en la Jefatura de Zona.

-¡A su orden mi Coronel ¡ Mañana, sin falta, tendrá en su oficina la planificación en los términos ordenados.

Al Comandante Martínez le encantaba el trabajo en terreno. Por él, hubiese pasado su vida en actividades al aire libre, compartiendo la función policial con sus subalternos, dirigiendo operativos, solucionando .problemas comunitarios, reuniéndose con las Juntas de Vecinos, clubes deportivos y sociales, etc. etc. La oficina lo ahogaba, le quitaba la vitalidad, lo amodorraba, lo entumecía, en fin, no era para él un trabajo que lo mantuviera inmóvil.

La cara le cambió, su ánimo ya no estaba decaído, incluso comenzó a silbar despacito alguna de las tantas marchas que conocía y que tanto le gustaban.
La planificación estuvo lista en un par de horas, habiéndose tomado, incluso, el tiempo para consultar a los subalternos que lo acompañarían, por si alguno tuviese inconvenientes. Por lo demás necesitaba sólo tres funcionarios: el Sargento Garrido, que era chofer-mecánico y conocía el altiplano de la Provincia El Loa como la palma de su mano; el Cabo Morales, que era Marenga, (Mariscal enfermero de ganado) algo así como paramédico animal y el Cabo Pérez, armero.

Todos felices de acompañar a su Comandante en esta travesía por la frontera Chileno-Boliviana.

Siempre era bueno salir de entre “las patas de los caballos” que era la función policial y pasar unos días en una actividad distinta y entretenida, más aún cuando era sabido que invariablemente ocurría algún hecho fuera de lo corriente que hacía del viaje una aventura que sería comentada entre sus compañeros de trabajo por varias semanas.

El Lunes 5 a las 07,00 horas, saliendo del cuartel, de modo que los quiero aquí a las 06,30 horas les ordenaba el Comandante.

Debemos salir antes de que llegue mi Coronel ya que en caso contrario nos comienza a dar instrucciones como si fuésemos chiporros ( Carabineros recién contratados) se explayaba el Comandante con una actitud que demostraba un trato familiar con los subalternos que lo acompañarían. Talvez porque no era la primera vez que salían juntos en inspecciones similares, usaba esta forma apaisanada.

Y continuaba: Yo quiero que usted Garrido, se ponga de acuerdo con Morales y Pérez y analicen bien lo que necesitamos para el viaje, de modo que no nos falte nada. Usted sabe que después no hay donde apertrecharse de nada y no hay forma de volver hasta que no terminemos nuestra misión. Así entonces dejen todo listo el Domingo en la tarde para que no perdamos tiempo el Lunes y salgamos a la hora programada.

-¡A su orden mi Comandante!

Los ojos les brillaban de ansiedad a los funcionarios y desde ese momento comenzaron a contar las horas que les faltarían para iniciar el viaje.

El resto de los funcionarios, los miraban con una cierta envidia. Cualquiera de ellos hubiese querido partir en esta aventura tan entretenida y además salir, por algunos días de la vista del jefe directo- Mayor Pinto- que siempre está corrigiendo y llamando la atención por detalles carentes de toda importancia. Pero así son las cosas:”la suerte de uno no es de otro”.

Como es costumbre y obligación en carabineros, las órdenes se dan para ser cumplidas, por lo que el Lunes 5 a las 06,30 horas ya se encontraban en el cuartel los tres funcionarios que acompañarían al Comandante Martínez en esta misión.

Revisaban y repasaban acuciosamente la lista de pertrechos que necesitaban, a objeto no hubiese nada que lamentar mas adelante: combustible suficiente, herraduras para el ganado, material para aseo de armamento, dos ruedas de repuesto, aceite, agua y un sinnúmero de otros elementos y artefactos.
Cinco minutos después llegó el Comandante y toda la revisión comenzó de nuevo. El, personalmente, tenía que comprobar que todo estaba en orden, mal que mal era el responsable de la misión.

El Sargento Garrido lo observaba con actitud de suficiencia, como queriendo demostrar que todo estaba en orden porque él lo había organizado y efectivamente así era. Todo en su lugar, sin faltar ni sobrar nada, por eso que al terminar la revisión del Comandante y después de haber dado su aprobación, se atrevió a bromear diciendo: Se fija mi Comandante, donde el Sargento Garrido mete las manos, las cosas salen a la perfección y si Garrido no está, seguro que tenemos problemas. Por algo tengo más grados que el aguardiente.

-Sí Garrido, eso salió en el Mercurio, le replicó el Comandante siguiendo la broma. Pero punto aparte, embarquemos y partamos, ya son cinco para las siete.

Primer destino, Ollagüe, límite norte de nuestro sector jurisdiccional, en la frontera con Bolivia. Por allí pasa el tren que sale desde Calama al pueblo de Abaroa en Bolivia.

El camino, como todos los caminos del desierto es polvoriento e interminable, con culebreos sin sentido y rectas que parecen tiradas con regla. Ni una hebra de pasto, ni un animal, ni un insecto. Solo tierra y piedras en lomajes y cerros que parecen todos iguales, calcados.

Al principio, la conversación era ágil y entretenida, pasando de un tema a otro y haciendo recuerdos de anécdotas propias y ajenas, por supuesto todas relacionadas con el trabajo; pero a medida que el tiempo pasaba, los relatos se hacían mas y mas lejanos hasta llegar a no hablar, donde solo el ronronear del motor de la doble cabina interrumpía el brutal silencio del desierto.

La monotonía del desierto calaba profundo en el comportamiento de los pasajeros de la doble cabina o 4 x 4 como nombraban la camioneta. Sólo el Sargento Garrido se mantenía con los sentidos puestos en los vericuetos y sinuosidades del camino.

Contribuía también a la modorra la falta de oxígeno que, a medida que se subía, se hacía más notoria, además que los conocedores del altiplano aconsejan la menor actividad física posible ya que es muy fácil sufrir insoportables dolores de cabeza y hemorragias nasales intensas a causa de la disminución de la presión atmosférica. Es lo llamado puna.
Después de pasar por el Retén Ascotán a 4.100 mts. sobre el nivel del mar, comenzamos a bajar hacia el poblado de Ollagüe ubicado en el límite mismo con Bolivia.

El Capitán, Jefe de la Subcomisaría Ollagüe, tenía conocimiento que sería inspeccionado, por lo que la Guardia ,estaba dispuesta para rendir los honores correspondientes para estas ocasiones.

¡La vista a la derecha a mi Comandante ¡
¡¡¡ Atención…vista a la de..re !!!

Como un latigazo se volvieron simultáneas las cabezas de los funcionarios en formación, llevando la vista al Comandante que, recibidos los honores, saludó con voz potente y clara.

¡Buenos días Guardia!

¡Buenos días mi Comandante! Contestó la Guardia en coro.

El Comandante Martínez con el pecho pletórico de emoción y sintiendo que el corazón le latía hasta la garganta, ingresó al Cuartel para iniciar la inspección.

Por lo menos, la primera parte, la de los honores, había sido perfecta. Las órdenes bien dadas y ejecutadas. La presentación personal de los funcionarios, impecable. Pelo bien cortado, botas brillantes, terciado con hebillas pulidas, pantalones planchados a la perfección, en fin, todo como idealmente debe ser.

Se sentía orgulloso el Comandante Martínez de ver a sus Carabineros tan bien presentados como los que hacían guardia en La Moneda, en circunstancias que se encontraban en las soledades del altiplano.

La inspección estuvo buena. Uno que otro detalle sin mayor importancia, fue corregido de inmediato.

Sus acompañantes igualmente cumplieron con sus obligaciones sin inconveniente alguno y por supuesto informaron a su Jefe.

-¡Ganado en buenas condiciones sanitarias y debidamente herrado mi Comandante!

-¡Armamento operativo, limpio y bien mantenido, munición en buenas condiciones y bien almacenada, mi Comandante!

Llegó la hora de partir.
Al Comandante Martínez le venían recuerdos de su juventud, cuando él fue también Jefe de Tenencia o Subcomisario independiente. ¡Qué tiempos aquellos!. ¡Cómo pudieron pasar tan raudamente! ¡Qué época más linda!

En el pueblo chico era autoridad y se sentía autoridad, pues no solo era cosa de serlo, había que sentirse y comportarse como tal. Nunca olvidó que su padre un día le dijo: La mujer del César….”.

Concentrado en estos recuerdos que le provocaban una cierta melancolía, no sintió el viaje hacia su próximo destino: El Retén Inacaliri.

Este era un Cuartel que se encontraba en medio del altiplano, donde no había nada en 200 kms. a la redonda. ¡ Qué salvaje, vivir en esta soledad tan espantosa ! . Sin embargo los funcionarios estaban acostumbrados y no renegaban de su destino. Incluso había algunos que habían servido por tanto tiempo en la frontera, que no querían salir de ella.

El Jefe de Retén, Sargento Primero Hinostroza, era un hombre fogueado en su trabajo, canchero y seguro de sí mismo, de modo que la presencia del Comandante no le produjo nerviosismo alguno, más aún cuando él siempre mantenía su Cuartel y documentación en condiciones de ser inspeccionada. Ni siquiera ordenó hacer aseos extraordinarios ya que éstos se realizaban a diario y prolijamente.

Toda la inspección pasó como por un tubo. No hubo nada que objetar al funcionamiento de ese Destacamento…hasta que el Marenga informa:”

-Mi Comandante…hay una mula demasiado gorda y el personal me informa que está así porque no la montan por ser indócil.

-¡¡¡ Indócil!!! ¿Quien dijo tamaña barbaridad?

-Efectivamente mi Comandante, intervino el Jefe de Retén, hemos tratado muchas veces de montarla y resulta imposible dominar a esta bestia. Incluso yo informé por escrito a mi jefatura sobre esta situación, pidiendo que me cambiaran esta mula porque no me sirve.

El Comandante Martínez era tozudo y orgulloso, además que le gustaba lucirse ante sus subalternos, de manera que encontró en este hecho la oportunidad de demostrar quien era verdaderamente él.

-Muy bien pues, yo les voy a enseñar cómo se doma este animalito. Han de saber ustedes que yo soy “maestro de equitación”, de modo que esta bestia, como la llaman, va a quedar transformada en una oveja.

-¡¡¡ Jefe de Retén!!! Ordene que me ensillen el animalito.

-A su orden mi Comandante. ¡Cabo Sánchez, pídale cooperación al Marenga y ensillen la mula! y con cierta ironía….Mi Comandante nos va a dar una lección de domadura.

El Cabo Sánchez se dirigió a las caballerizas con el Marenga, a cumplir la orden, al momento que comentaban: Mi Comandante no sabe en el forrito que se está metiendo, si a esta diabla no ha habido quien le aguante ni 30 segundos en el lomo y después la puta madre tira patadas como contratada. Es peligroso lo que mi Comandante quiere hacer pero…él sabrá. Es grandecito ya, como para darle consejos, más aún cuando se las mandó que era maestro de equitación. Parece que no sabe distinguir entre una mula y un caballo.

Pusieron un saco en la cabeza de la mula para taparle los ojos, ya que es sabido que con los ojos tapados los equinos se quedan tranquilitos y comenzaron a ensillarla con mucha delicadeza para que ésta no se pusiera nerviosa antes de tiempo.

Mientras tanto el Comandante hacía recuerdos de sus tiempos de Teniente, cuando amansó un potro árabe que nadie había podido con él. Se jactaba de tener piernas firmes para aguantarle cualquier corcovo a la mulita gorda.

Sacaron la mula de la pesebrera, siempre con la cabeza tapada y la pusieron en una explanada bastante amplia para que hubiese el mínimo peligro cuando comenzara la fiesta.

Todos estaban expectantes. Algunos incluso preocupados de lo que pudiera pasar.

-Lista la mula mi Comandante, dijo el Cabo Sánchez cuadrándose ante el Jefe.
-Bien pues muchachos, aquí vamos a ver quien manda, si la bestia o el hombre, expresó el Comandante al momento que se dirigió decididamente al lugar en que se encontraba el animal.

Sin destaparle la cabeza, el Comandante montó la mula.

Se acomodó, afirmó bien las bridas, apretó las piernas con todas su fuerzas (que no eran pocas) y ordenó con firmeza: ¡¡¡ Sáquenle el saco de la cabeza!!!

Sacaron el saco y arrancaron rápidamente para evita las patadas que seguramente comenzarían a ser lanzadas por la mula en todas direcciones.

No pasó nada. La mula se encogió como gibando el lomo y ahí se quedó quietecita.

Ante esta pasividad, el Comandante sacó un coraje a toda prueba y abriendo las piernas las dejó caer en los ijares de la mula con todas su fuerzas…..

¿¿¿¿¿ QUE TE PASA VIEJO ????? . Con tus piernas apretaste las mías tan fuerte que me despertaste y después comenzaste a pegarme. ¿Qué es lo que estabas soñando?
¡¡¡¡ Ja ja ja ja……..!!!! Ay vieja, estaba domando una mula….mejor mañana te cuento el sueño. Fue …..MARAVILLOSO.

El Comandante Martínez, hacía ya dos años que se había retirado de Carabineros.



Original de
ANTONIO SANDOVAL LENA