miércoles, 3 de octubre de 2007

EL ASALTO

Debe haber sido un domingo de un hermoso verano en un tradicional balneario de la zona central. Todo transcurría con la más absoluta tranquilidad y los veraneantes disfrutaban de sus vacaciones junto a sus familias como si estuviesen en el patio de sus casas. A pesar que la afluencia de público era bastante, no se habían producido hechos delictuales importantes. Uno que otro hurto menor, alguna pendencia nocturna producto del estado de ebriedad de los participantes, accidentes de tránsito leves y en general, situaciones que no revestían mayor importancia policial y que podían catalogarse de rutinarias.

El Capitán Raúl González, recién trasladado al pueblo, estaba contento con su nueva destinación y tenía la sensación que su estadía en él le sería grata. El clima: ideal; la población era reducida durante el ochenta por ciento del año y estaba compuesta por pescadores, empleados públicos y municipales, comerciantes y algo también de agricultores. Es decir, sólo gente trabajadora y buena.

Las estadísticas indicaban que hacía cinco años se había cometido un homicidio producto de una pelea de ebrios y aún después de pasado tanto tiempo, todavía se comentaba el hecho como algo absolutamente extraordinario. Antes de ésto, no se tenía memoria de otro hecho similar.

González era un hombre un tanto introvertido, de pocos amigos y pocas palabras, muy observador y dedicado el ciento por ciento a su trabajo y su familia, de manera que si realizaba alguna actividad de tipo social, era solamente porque su función se lo exigía. Talvez por esta forma de ser es que lo tenía bastante incómodo el hecho que su antecesor no le hiciera entrega de la única vivienda fiscal existente en el lugar y que le correspondía a él por ser el Jefe de la Subcomisaría y esto le impedía traer a su familia que, momentáneamente, se mantenía en casa de sus suegros. Esta situación le obligaba a dormir en el cuartel y a pagar pensión en un restaurante del lugar.

González, era también muy preocupado de la imagen que él, como jefe, proyectaba hacia la comunidad, de manera que el restaurante elegido para su alimentación tenía que ser de un buen nivel social lo que maltrataba aún más su siempre escuálido bolsillo, amén de la molestia que le significaba tener que vestirse de civil dos veces al día para ir a almorzar y cenar, puesto que consideraba de mal gusto estar de uniforme en un negocio con venta de alcohol; pero, por el momento, no tenía alternativa alguna sino esperar se le entregara la casa; por lo demás, no podría pasar mucho tiempo para ello.

Este domingo más o menos a las 22.00 horas el Capitán González se encontraba cenando, como ya se le había hecho una costumbre, en una mesa que había elegido porque tenía una vista al mar privilegiada, ideal para su condición de solitario. Vestía un pantalón de tela, una casaca cortaviento y una polera de algodón, común en esta época y calzaba un par de mocasines. Es decir, era como un veraneante más.

A pesar de encontrarse ensimismado en sus pensamientos se percató que tres individuos, vestidos igualmente como turistas, se habían sentado en la mesa que estaba inmediatamente detrás de la suya. Llamó su atención, el hecho que uno de ellos llevara un maletín porta documentos, nada usual para un veraneante, situación que vio por el reflejo de ellos en el vidrio de la ventana.

Nada hubiese importado si él no escucha la conversación que estos individuos tenían y que realizaban en voz muy baja, lo que, por cierto, le significó hacer un esfuerzo extraordinario para oírlos. Y vaya lo importante que era esta conversación:

- Tenemos que juntarnos en la puerta del banco a las 08,50 horas, pero que nadie se de cuenta que andamos juntos, porque algún funcionario se puede percatar de nuestras intenciones o algún cliente les puede dar el soplo, decía el que parecía llevar la voz cantante y ser el líder del grupo.
- Sí, está bien, estoy de acuerdo, dijo uno.
- Yo también, agregó el otro.
- Entonces, continuó el jefe, apenas abran las puertas del banco, vamos a entrar rápidamente para sorprenderlos. Tú te vas de inmediato a las cajas y tú a la oficina del Jefe Administrativo. Yo me encargo del Agente. Así les quitamos toda posibilidad de acción o mejor dicho de reacción. Hacemos la pega rapidito y nos vamos al balneario vecino a pasarlo bien.

Los otros estuvieron de acuerdo nuevamente. Dieron por cerrado el tema y conversaron otros asuntos sin importancia, ya en un volumen bastante más normal.

El Capitán González, medio atragantado con el postre de frutas, ni siquiera se sirvió su agüita de hierbas como era su costumbre. Se levantó de la mesa y se fue al cuartel a toda prisa. Una vez allí se puso su uniforme y se preparó para el arduo trabajo que le esperaba. Tomó el teléfono y llamó a la casa del Agente del banco que, a esa hora -23,00- ya se encontraba acostado. Sin embargo insistió en hablar con él.

- Señor Agente habla el Capitán González
- Capitán… qué se le ofrece
- Necesito hablar con usted en forma urgente acá en el cuartel y le ruego que no comente esto ni siquiera con su señora. Es un asunto de suma gravedad y muy delicado
- Pero, Capitán ¿no me puede dar una luz sobre el tema de la reunión tan urgente que me solicita a estas horas de la noche?
- Por teléfono no, señor
- Entonces yo no voy a asistir a su reunión. Usted comprenderá que yo mañana tengo mucho que hacer y no me puedo dar el lujo de asistir a reuniones el domingo a las once de la noche. Perdóneme pero le pido me deje dormir
- Señor Agente, le quiero advertir que si usted no concurre a mi oficina en estos momentos, yo le aseguro que durante el día de mañana a usted lo echan del banco y le aseguro, además, que no estoy bromeando. No se lamente después de no haber sido notificado. Buenas noches

El Capitán González había dicho lo último de manera muy cortante y poco cortés, incluso terminando la llamada sin esperar respuesta.

Pidió un plano del pueblo y comenzó a elaborar un plan que le permitiera cercar el sector con el mínimo de personal, pues para estos efectos era poco del que disponía; pero tampoco estaba dispuesto a dejar que estos maleantes consiguieran su objetivo.

No pasó media hora, cuando le anunciaron que el Agente del banco se encontraba en el cuartel y quería hablar con él. Por supuesto lo hizo pasar de inmediato.

- Señor Agente, le ruego me disculpe pero la situación que le voy a exponer, le convencerá que tengo razón al haberlo citado a mi oficina en este día y a esta hora

El Agente, aún sumamente molesto, contestó: ¡Más le vale Capitán!

Con un "Verá usted..." el Capitán comenzó a narrarle toda la conversación que había escuchado en el restaurante y a explicarle lo que lo convencía que no se trataba de delincuentes comunes, sino de extremistas. A medida que avanzaba en el relato, el Agente cambiaba de colores y se tomaba la cabeza a dos manos pensando que él estuvo a punto de no concurrir a la reunión. Y pensar que al día siguiente a primera hora su banco sería asaltado, más aún cuando los asaltos a los bancos eran pan de todos los días.

- ¡Dios mío, Capitán y pensar que no le creí sobre la urgencia de su citación, ahora soy yo quien le pide disculpas!
- Bueno, no se preocupe, ahora lo importante es que armemos una buena defensa y sean ellos los sorprendidos. Debemos reducirlos antes que alcancen a actuar ya que, como usted sabe, los extremistas andan armados hasta los dientes y no tienen ninguna consideración. Si les damos la más pequeña oportunidad, capaz que nos acribillen a balazos a todos
- Es cierto, esta gente no tiene Dios, ley, ni conciencia. Son capaces de matar a su madre a sangre fría
- Bueno, vamos a lo nuestro, continuó el Capitán: Como yo les escuché decir que uno iba a atacar las cajas, otro la oficina del Jefe Administrativo y el tercero la oficina suya, entonces en esos lugares es donde los vamos a sorprender. En la calle no podemos hacerlo porque no sabemos quienes son ya que no les vi la cara, además se darían cuenta que somos Carabineros y abortarían su plan y nosotros tampoco podríamos hacer nada en su contra. Como ve, la única posibilidad es atraparlos dentro del banco; pero usted no se preocupe porque vamos a actuar solamente nosotros
- Pero... y ¡¿Cómo lo va a hacer Capitán?!

El Agente, no podía más, estaba con los nervios destrozados, le temblaba la barbilla, las manos le sudaban heladas, las rodillas le tiritaban, en fin, estaba hecho un verdadero guiñapo. Jamás pensó verse envuelto en una situación semejante y observaba con cierta envidia la sangre fría del Capitán que planificaba las acciones a seguir.

- Pienso poner dos hombres por cada uno de los lugares que van a ser atacados y como en cada lugar va uno solo de ellos, los dos míos los harán añicos, ya verá

El Capitán hizo una pequeña pausa, miró fijamente al Agente y continuó con voz entera:

- "Llegaremos al banco a las siete de la mañana, todos vestidos de terno y corbata, como corresponde a un empleado bancario y, a medida que vayan llegando los funcionarios, los vamos a esconder en algún lugar seguro y los Carabineros van a ocupar el lugar de ellos. Así entonces, los cajeros serán Carabineros, el Jefe Administrativo va a ser un Sargento y yo seré el Agente, porque de acuerdo a lo escuchado, el jefe de ellos se va a tirar a la oficina suya y ahí nos veremos las caras. Como ve, ustedes no tendrán participación alguna y por lo mismo no correrán ningún riesgo

- Tenemos una sala de reuniones que se encuentra ubicada en la parte posterior del edificio. Ahí, creo yo, podemos refugiarnos los funcionarios del banco, sugirió el Agente.
- ¿Puede usted hacerme un croquis de las dependencias del banco?
- Por supuesto, si me conozco hasta el último rincón. Hace ya cuatro años que trabajo en esta oficina; recibió una hoja de papel tamaño oficio que le pasó el Capitán y comenzó a trazar un plano de la planta del inmueble.
- Muy bien. Las acciones se van a desarrollar de la siguiente manera: Como ya dije nosotros, los Carabineros, llegaremos al banco a las siete de la mañana y entraremos directamente a la sala de reuniones. Allí esperaremos la llegada de los empleados del banco. Así entonces: llegó un cajero, lo dejamos en la sala de reuniones y salen de ahí dos Carabineros a ocupar su lugar y lo mismo repetimos con el Jefe Administrativo y con usted, de manera que nadie se percate que el banco tiene más gente que la normal. El guardia abre las puertas del banco a las 09,00 horas y rápidamente se esconde detrás de algún escritorio u otro lugar seguro. Los extremistas, de acuerdo a sus planes, se dirigirán a los sitios señalados y ahí los estaremos esperando muertos de la risa y con los brazos abiertos ¿Qué le parece, señor Agente? ¿Alguna objeción al plan?
- Me parece, Capitán, que está sumamente claro y sólo tengo una consulta: ¿Qué pasaría si alguno de estos terroristas logra huir a sangre y fuego?
- Buena pregunta, pero eso ya lo tengo planificado: Tendré un anillo que cubrirá la manzana completa y dos franco-tiradores ubicados en el techo de la casa que queda frente a la puerta del banco. Bien, señor Agente, usted no hable con nadie sobre esto, trate de dormir y mañana a las siete nos encontramos para que nos abra la puerta del banco. Eso es todo con usted. Yo tengo mucho que hacer todavía. Buenas noches
- Buenas noches, respondió el Agente y se dirigió a su casa.

Verdaderamente iba asustado. Mil ideas bombardeaban su cabeza y lamentablemente todas malas y trágicas.


Por su parte, lo primero que hizo el Capitán González fue citar urgente al cuartel al Sargento Meneses, que era su segundo a bordo y que se caracterizaba por su serenidad ante situaciones adversas y difíciles. Había demostrado en muchas oportunidades su aplomo y dominio de sí mismo, como igualmente su decisión y valentía. Por otra parte, Meneses conocía bien al personal y sabría a quienes elegir para las acciones al interior del banco, que eran las más complicadas y donde se requería ser más osado y temerario.

En 15 minutos, el Sargento Meneses se presentó en el cuartel y se puso a disposición de su jefe.

- Escuche bien, Meneses, lo que le voy a contar. Resulta que hoy, mientras me encontraba cenando, llegaron al negocio tres individuos que se sentaron en la mesa detrás de la mía…

Narró el Capitán todo lo acontecido y le puso en antecedentes sobre el plan de acción que había elaborado.

- Necesito que usted me ayude a seleccionar al personal que va a actuar. Yo no los conozco todavía y la situación es demasiado difícil como para improvisar.
- A su orden, mi Capitán, me quedó clarita la película. Voy a seleccionar de inmediato a la gente
- Meneses, le interrumpió el Capitán, nadie más que el Agente del banco y usted sabe sobre esto y quiero que se mantenga el secreto hasta mañana cuando instruyamos al personal sobre el procedimiento. Por ahora hay que citarlos de civil y con terno y corbata, pero que no sepan para que.

Un nuevo "a su orden mi Capitán" y Meneses se retiró a su función.

Esa noche ni el Capitán ni el Sargento ni el Agente, pudieron conciliar el sueño. Cada uno, en lo suyo, estuvo analizando paso por paso lo que había que hacer al día siguiente y haciéndose preguntas que, a esas alturas, ya no tenían respuestas. Las cartas estaban jugadas y había que afrontar lo que viniese.

La noche se hizo demasiado larga y demasiado tensa para ellos; pero la mañana tenía que llegar.

A las 06,00 horas ya estaba en el cuartel el Capitán y el Sargento. Ambos vestidos correctamente de civil y, efectivamente, como empleados bancarios.

El resto del personal había sido citado a las 06,30 horas manera que no alcanzaran a hablar con nadie sobre los acontecimientos que sucederían dentro de poco. El secreto era fundamental para sorprender efectivamente a los extremistas: No podía olvidarse que ellos también manejan su servicio de inteligencia, de manera que no podía darse luz alguna.

Siguiendo las formalidades habituales, el Sargento Meneses ordenó distribuir el armamento y la munición e hizo ingresar al personal a una salita que cumplía la función de comedor, a la espera que el Capitán impartiera las instrucciones del caso. Los Carabineros, acostumbrados a situaciones imprevistas, ni siquiera preguntaban de qué se trataba y suponían que muy pronto lo sabrían.

El Capitán González, con un aspecto grave, más allá de lo normal en él, impartió detalladamente las instrucciones y les instó a actuar con valentía y decisión, recordándoles que habían hecho un juramento de honor de rendir la vida si fuese necesario en defensa del orden y de la patria.

- Cabo Primero Valencia y Cabo Segundo Tapia, se encargarán de la Caja Nº. 1; Cabo Primero Leiva y Carabinero Pino, Caja Nº 2. Usted, Sargento Meneses, con el Cabo Segundo Pérez se hacen cargo de la oficina del Jefe Administrativo y yo, con el Cabo Primero Huerta, voy a la oficina del Agente, declaró con voz firme el Capitán.

Con voz aun más grave y pausada y mirando a los ojos a cada uno de los funcionarios, agregó:

- Les repito una vez más: Hay que actuar sin contemplación alguna y sin dar ventajas ni oportunidades. Estamos enfrentándonos a terroristas, gente instruída en el extranjero en esto de las guerrillas. Son extremadamente peligrosos y saben que nosotros, los Carabineros de Chile, somos más peligrosos y valientes que ellos ¡¡¿Alguna duda, algún temor... a alguien le tiritan los calzoncillos?!!

- ¡¡¡No mi Capitán!!! Fue una sola voz. Palabras que salieron del alma misma de los Carabineros que se encontraban ansiosos, ya, de entrar en acción. La arenga del Capitán les había calado en las profundidades del espíritu.

A las 06,55 horas se encontraban en el lugar en que se realizarían los acontecimientos. El Agente los esperaba inquieto, hacía quince minutos que se paseaba de un lado a otro esperando la llegada de los Carabineros y mirando el reloj a cada instante. Abrió la puerta trasera del banco para los Carabineros que trabajarían en el interior. El resto fue distribuido de acuerdo a lo planificado. Incluso a esa hora se habló con el dueño de la casa donde se instalarían los francotiradores, quien estuvo dispuesto a prestar toda su colaboración: mal que mal iba a participar en un asunto policial que seguramente aparecería hasta en la televisión.

Todo estaba listo y dispuesto, sólo había que esperar a las 09,00 horas para que ardiera Troya.

Y… la hora llegó.

En la puerta del banco esperaban siete personas, incluidos los tres terroristas y dos Carabineros.

Se abrió la puerta y el guardia rápidamente se fue a encerrar al baño.

Los terroristas siguieron su plan al pie de la letra: Uno hacia las cajas, otro a la oficina del Jefe Administrativo y el tercero a la oficina del Agente.

Una vez que los Carabineros se dieron cuenta de quienes eran, cayeron sobre ellos sin darles tiempo ni siquiera de amagar sacar un arma y comenzaron a darles una pateadura de padre y señor mío. Si un terroristas intentaban decir algo no lo conseguía, porque recibían una bofetada en la boca; mientras un Carabinero lo sugetaba el otro le torcía los brazos para ponerle las esposas. En resumen, los tres fueron reducidos, silenciados, aporreados y revolcados en menos que canta el gallo. No se les permitió emitir palabra alguna porque había gente civil que no tenía por qué imponerse de los detalles del procedimiento.

El Capitán González, orgulloso de su personal y de los resultados obtenidos, mandó los detenidos directamente al cuartel, con claras instrucciones que no hablaran absolutamente con nadie hasta que él no los interrogara.

Inmediatamente después se dirigió a la sala en que se encontraban los empleados bancarios a notificarles que todo había concluido sin que se registraran problemas mayores, salvo un par de mesitas de arrimo y un teléfono que cayó desde un escritorio, que se encontraban deteriorados, producto de la refriega. Lo demás todo en orden y los terroristas detenidos y camino al cuartel.


Los funcionarios del banco, impresionados por la eficacia y rapidez del procedimiento, le brindaron al Capitán un caluroso aplauso que, éste, emocionado agradeció.

De vuelta en el cuartel -y antes de iniciar el interrogatorio- llamó por teléfono a su jefe y le informó, con lujo de detalles, de todo lo acontecido. Recibió, por cierto, una reprimenda por no haber comunicado oportunamente los antecedentes de que disponía y haber corrido con colores propios. Después de todo al Mayor Comisario también le hubiese gustado llenarse de gloria con el procedimiento, ya que era el único caso en Chile en que los terroristas fueron sorprendidos in fraganti. Pero ya todo había pasado y había que dar cuenta del hecho a la Jefatura Superior.

- ¡Meneses!, Llama el Capitán González.
- ¡Ordene mi Capitán!
- Tráigame al jefe de los detenidos, vamos a comenzar el interrogatorio y quiero que usted me coopere.

A los 30 segundos apareció el Sargento con el detenido que hacía las veces de jefe. Era un hombre de aproximadamente unos 45 años, estatura y contextura media, tez blanca, pelo negro peinado con gomina y de facciones medianamente distinguidas. Por cierto que no tenía aspecto alguno de terrorista, sin embargo el Capitán no se dejaba impresionar por la apariencia física de las personas, ni menos en este caso en que el individuo había luchado con fiereza.


Comienza el interrogatorio:

- ¿Cuál es su nombre?
- Andrés Sánchez Albornoz
- Edad
- 42 años
- Estado civil
- Casado
- Domicilio"
- Los Almendros Nº 1240 Ñuñoa, Santiago
- Profesión
- Contador Auditor
- ¿Cuál es su chapa? El Capitán le hablaba en el lenguaje propio de los terroristas
- No tengo chapa, ni alias, ni apodo alguno, que yo sepa
- ¿A qué movimiento subversivo pertenece?
- A ninguno.

El Sargento Meneses había permanecido en silencio observando y escuchando el interrogatorio que realizaba su jefe y, como notara que el detenido contestaba con cierta altanería y demasiada seguridad en si mismo, decidió pedir permiso para hacer algunas preguntas, autorización que, por supuesto, le fue concedida.

- Si no pertenece a ningún movimiento, ni tiene chapa ni apodo ¿Quiere decir que asalta bancos a beneficio personal?
- No, fue la escueta respuesta del detenido.
- ¿A qué se dedica usted, cuando no está asaltando bancos?
- Me dedico a la auditoria de bancos
- ¿¿¿Qué???
- Si señor, trabajo en la casa central del banco donde ustedes me detuvieron y mi función es auditar las sucursales del banco a lo largo de todo Chile
- ¿Y quienes son los individuos que le acompañan?
- ¡Quienes van a ser! También son funcionarios del banco que forman parte de mi equipo de revisores
- Y... ¿usted puede demostrar lo que está diciendo?
- ¡Por supuesto que puedo! Si usted saca mi billetera, que la tengo en el bolsillo interior de mi vestón y que yo no puedo sacar porque me tienen esposado, encontrará un carné que me identifica como auditor del banco

El Capitán y el Sargento, estaban blancos como el papel... y casi esperando se produjera un milagro; el Sargento le sacó la billetera y, efectivamente, encontró el carné que lo identificaba como auditor del banco.

- Euh... Meneses, balbuceó el Capitán, retírele las esposas a este caballero y traiga una escobilla de ropa para que sacuda su traje. Y agregó: hemos cometido el más grande error de la historia policial de Carabineros de Chile. Yo voy a pasar a la historia como el chambón más notable. Seré el hazmerreír de toda la Institución. Me indicarán con el dedo acusador. Nunca más me darán mando independiente. Nadie creerá lo que yo diga ¡Se da cuenta Meneses! Creo que no me queda más solución que pedir la baja de la Institución.

El Capitán estaba a punto de lanzar el llanto. Ahora a él le temblaba la barbilla y le sudaban frías las manos ¿Qué explicación iba a dar?

El auditor Sánchez observaba esta escena con absoluto estoicismo, mientras sacudía su traje con la escobilla que le había proporcionado el Sargento. Y a pesar de haber sido maltratado y denostado, se decidió a hablar.

- Escúcheme Capitán -y perdone mi forma de expresarme- pero aquí estamos cagados los dos: usted y yo. Yo, por haber hablado lo que no debía en el lugar menos adecuado y este comentario mío estuvo tan mal que ¡vea usted lo que ocasionó! Y usted, por haber actuado en forma irracional sin hacer ninguna averiguación suplementaria. Creo que lo que más nos conviene a todos es hacer borrón y cuenta nueva: Aquí no ha pasado nada. Si está de acuerdo conmigo deme su mano como si hubiésemos sido amigos, dijo estirando la suya abierta, con firmeza y genuina intención de sellar un pacto de honor.

El Capitán González no podía creer lo que este señor le pedía y, por supuesto, que no sólo le dio la mano sino también un abrazo de agradecimiento. Después de esto, en su propio auto los fue a dejar al banco donde se narró lo sucedido y se inició el trabajo de auditoria en forma normal.

Cinco minutos después, el Capitán llamó a su jefe pidiéndole que no enviara la comunicación al Alto Mando, por las razones que hemos narrado, lo que felizmente se logró evitar.

Esa noche a las 22,00 horas, como de costumbre, el Capitán González cenó… en compañía del Agente del Banco y de los auditores de Santiago.

Sobre lo sucedido, no se habló ni una sola palabra.


original del CuentaCuentos