lunes, 19 de noviembre de 2007
EL COMPROMISO
Era un Domingo de invierno y el Cabo de Carabineros Pablo Calderón iniciaba su turno a las 07,00 horas. Aún estaba oscuro y hacía bastante frío, pero él, hombre joven y vigoroso estaba acostumbrado a estos quehaceres, de modo que no le afectaba en su ánimo la condición atmosférica.
Era un hombre alegre, de buen carácter, bromista, optimista y siempre dispuesto a colaborar con quien lo necesitase. Esto hacía que sus compañeros sintieran por él una especial simpatía.
Estas mismas características le impulsaban también a ayudar, hasta donde le era posible, a la gente que se lo pidiera cuando se encontraba de servicio o incluso fuera de él.
Pero no había que confundirse, porque si alguien pensaba que era débil de carácter, estaba muy equivocado, ya que junto a estas características, también estaba dotado de una fuerte personalidad y de un tesón a toda prueba. Así, si había algo que él consideraba que debía hacerse, lo más probable es que terminara haciéndose, porque ponía todo su empeño y empuje para que así fuera, aunque tuviese que trabajar días, semanas o incluso meses en conseguirlo, pero su perseverancia no disminuía un ápice.
En realidad, éste era un verdadero personaje, distinguido de todo el resto, felizmente por sus virtudes.
En su aspecto físico era un hombre completamente común, aunque su rostro tenía rasgos que lo mostraban como una persona voluntariosa: ojos un poco chicos, cejas tupidas, nariz recta, pómulos bien marcados, mandíbula semi cuadrada, boca de labios delgados y pelo negro levemente ondulado.
Ese domingo fue asignado a un sector donde los prostíbulos se encontraban uno al lado del otro por ambas aceras y por espacio de aproximadamente tres cuadras.
Casas antiguas de fachadas continuas pintadas de extravagantes colores y algunas con letreros colgantes que las identificaban con nombres extraños sacados quien sabe de que novela o simplemente productos de la imaginación de su propietario, que pretendían llamar la atención de los posibles clientes. Una luz roja en el pórtico, señal característica e identificadora de estos locales nocturnos, completaba el paisaje.
Calderón recorría su sector que a esas horas se encontraba prácticamente desierto, aunque por aquí o por allá un curadito afirmado en el muro de una casa, fumaba un cigarrillo tan trasnochado como él mismo. En general, todo tranquilo, indicando talvez que la noche del Sábado se habían desarrollado las actividades propias del lugar en completa paz.
No era precisamente este ambiente tan tranquilo el que más agradaba a Calderón. Prefería un poco más de movimiento y actividad. Se paseaba observando con minuciosidad cada rincón por si hubiese pasado algo digno de ser investigado.
Siendo más o menos las 09,00 horas y cuando ya había perdido las esperanzas de acción se acerca a él, un hombre de aproximadamente 40 ó 45 años, 1,80 mts. de estatura, contextura gruesa, manos grandes y toscas, moreno, de pelo tieso y desordenado y en general de apariencia vulgar, que evidentemente tenía el aspecto de no haber dormido durante toda la noche y haber bebido más de lo razonable.
- Buenos días mi Cabo…saluda con voz temblorosa producto seguramente de la trasnochada.
- Buenos días, contesta Calderón, adoptando, por supuesto, una actitud de autoridad. Y agrega…qué se le ofrece.
- Lo que sucede, mi Cabo, es que anoche tuve un percance, contesta el individuo, demostrando seguridad en sí mismo.
- Está bien, replica Calderón al momento de sacar desde su fornitura una libreta y un lápiz para tomar nota de la información que le daría el hombre y acto seguido comienza su interrogatorio: ¿Cuál es su nombre?
- Evaristo Soto Pérez, mi Cabo.
- ¿Edad?
- 42 años.
- ¿Estado civil?
- Casado.
- ¿Profesión u oficio?
- Trabajo en la vega, como cargador de camiones.
- ¿Dirección?
- Calle Los Colihues Nr. 234 de esta misma comuna.
- ¿Carné de identidad?
- Pero mi Cabo, yo no sé por qué usted me pregunta tantas cosas, si el que va reclamar soy yo mismo y aquí estoy en cuerpo presente para eso.
- Si eso yo lo sé hombre; pero lo que pasa es que tengo que saber quién es el reclamante. Cómo se le ocurre que voy a recibir un reclamo no sé de quién. Qué cree usted que voy a decir al juzgado…que reclamó alguien que no tengo idea quien es, ni qué hace, ni donde vive… pensarían que soy el rey de los estúpidos. Así que déme la información que necesito.
- Está bien. Carné Nr. 9.847.0….
- Conforme. Dígame ahora…¿Cuál es su percance?, como usted le llama.
- Resulta, mi Cabo, que anoche yo estuve tomándome unos tragos en el cabaret “Chuchulita” y parece que se me anduvo pasando la mano, porque me quedé dormido en un sofá. Cuando desperté ahora en la mañana como a las 06,00 hrs. me di cuenta que me habían robado $ 20.000 que tenía en el bolsillo del pantalón.
- ¿Y usted aceptó así de buenas a primeras que le hubieran robado y no alegó nada? Le interrumpió Calderón.
- No pus mi Cabo…si desde que desperté que estoy alegando pa que me devuelvan mis luquitas que, incluso, las tenía aparte porque eran pal puchero de la semana.
- ¿Y qué explicación le dan?
- Ninguna. Solamente dicen que nadie ha robado nada y que me mande cambiar del lugar.
- Si las cosas son como usted me dice, vamos a ver cómo solucionamos este problemita. ¿En qué cabaret me dijo que sucedieron los acontecimientos?.
- En el “Chuchulita”, mi Cabo. Está a mitad de la cuadra siguiente.
- Muy bien. Vamos, entonces, a conversar con esa gente, a ver qué explicaciones tienen. Y agregó: una preguntita más ¿Usted tiene testigos o pruebas de que tenía ese dinero que dice le robaron?, porque si no es así, va a ser su palabra contra la de ellos y en ese caso no va a recuperar un peso ni en los tribunales.
- Si, mi Cabo, tengo de testigo a mi amigo Luis Matamala que todavía se encuentra ahí, está quedado con la Jennifer. Con él llegamos juntos y yo le comenté que tenía esas 20 luquitas y que tenía que guardarlas para la casa.
Caminaban a paso rápido, de modo que antes de cinco minutos ya se encontraban frente a la puerta del cabaret señalado por Evaristo.
El Cabo Calderón, con la decisión que le caracterizaba llamó a la puerta golpeándola con los nudillos de su mano y como nadie respondiera, repitió los golpes por dos o tres veces y cada vez con mayor intensidad, hasta que se escuchó una destemplada voz de mujer que con fuerza preguntaba quien llamaba, agregando, por supuesto una grosería.
- ¡Carabineros! Respondió Calderón con similar firmeza.
- ¡Ya voy, ya voy! Déme un minuto para abrigarme un poco que hace tanto frío.
- Muy bien; pero apure la maniobra, que el tiempo no sobra.
Al poco rato apareció en la puerta del negocio, una mujer sesentona, regordeta, absolutamente despeinada, con un olor a azumagado que hedía a tres metros de ella, con facciones de hombre y de aspecto francamente desagradable.
- ¿Qué se le ofrece, mi Cabo? Consultó con voz aguardentosa y tufo a trago avinagrado.
- Tenemos un pequeño problema señora…
- Norma. Completó la mujer, y agregó: soy la regente del negocio.
- Bien, señora Norma, como le decía, tenemos un pequeño problema.
- Usted dirá, interrumpió la mujer.
- Si señora, si usted me deja hablar le voy a explicar con claridad de qué se trata.
Este señor que está aquí a mi lado, dice que anoche estuvo de cliente en su local, que se le pasó la mano con los tragos y se quedó dormido en un sofá y que, cuando despertó, se percató que le habían sustraído del bolsillo de su pantalón $ 20.000. Agregó que le presentó a usted el reclamo correspondiente y no había sido escuchado ni menos se le había resuelto el problema. Dice, por último, que tiene un testigo que sabía que él tenía ese dinero y del uso que le daría. ¿Qué me puede usted decir al respecto?
- Bueno, mi Cabo, usted comprenderá que yo no puedo estar pendiente de lo que hacen las chiquillas con los clientes, porque tengo que atender el bar, preocuparme de la música y otros menesteres, de modo que cada una responde por lo que hace.
- Muy bien, dijo Calderón y dirigiéndose a Evaristo Soto le consulta: ¿Con cual chiquilla estuvo usted?
- Con la Jessica, mi Cabo.
- Entonces señora Norma, que venga la Jessica de inmediato.
- Conforme, replicó la regenta, dirigiéndose al interior de la casa en busca de la muchacha.
Al poco rato regresó acompañada de una mujer alta, de hombros anchos, morena, de pelo rubio oxigenado, voz ronca, despeinada y de aspecto trasnochado. El no haberse sacado el exagerado maquillaje, le daba la apariencia de una vulgaridad desmedida. Aun así, no aparentaba más de 27 ó 28 años.
- ¿Cuál es su nombre señorita? Le interroga Calderón.
- Tengo dos nombres, mi Cabo, le responde la muchacha. Y continúa…el nombre artístico y el nombre verdadero.
- A ver, deme los dos.
- Bueno. El artístico es Jessica de Castro y el verdadero Ramón Fuentes Robles.
Por supuesto que Calderón comprendió de inmediato a quien se estaba dirigiendo. Sin embargo, sin dar muestras de asombro, continuó con lo suyo con absoluta normalidad.
- Este caballero, indicando a Evaristo, la acusa de haberle sustraído desde el bolsillo de su pantalón un billete de $ 20.000, mientras él –en estado de ebriedad- dormía en un sofá que se encuentra en el salón del local. ¿Qué me puede usted decir al respecto?. Le advierto que dispongo de poco tiempo y necesito que me diga la verdad de inmediato ya que en caso contrario vamos a tener que ir a arreglar este asunto a la Comisaría y como usted debe saber, en el cuartel las cosas se solucionan de otra forma. Calderón pretendía amedrentar a la muchacha para que dijera la verdad, con la amenaza de llevarla al cuartel.
- Si, mi Cabo, yo tengo claro que tengo que hablar con la verdad porque en caso contrario salgo perjudicada.
- Sí, pues chiquilla, intervino la Regenta, siempre hay que ir con la verdad por delante.
- Ya, vamos entonces con los hechos, según usted.
- Mire, mi Cabo, este caballero y yo estábamos bailando en el salón y tomando unos tragos. Y usted debe saber que la combinación de tragos con el baile tropical, que de por sí es calentón, más algunos bailes lentos bien apretados y uno que otro besito, fueron caldeando los ánimos y los cuerpos de él y mío, hasta que me pidió que nos fuéramos a acostar. Yo le dije lo que cobraba y estuvo de acuerdo. Nos fuimos a la cama y al comenzar a desvestirnos preferí decirle la verdad, es decir, que yo no era lo que él se imaginaba y me contestó que no le importaba. Entonces tuvimos relaciones que, según conversamos, nos dejaron satisfechos a los dos. Mientras descansábamos estuvimos charlando y él me preguntó qué era lo que yo sentía cuando tenía relaciones. Traté de explicárselo lo mejor que pude, pero como parecía que no me entendía con claridad, le propuse que probara y… él aceptó.
Evaristo Soto no hallaba dónde meterse, su rostro cambiaba de colores pasando por el arco iris completo, su mirada se clavó en el infinito y sus labios comenzaron a temblar notoriamente.
La Jessica continuó…fue entonces, mi Cabo, que yo al tomarlo de los tobillos, como carretilla, me di cuenta que tenía algo escondido en el calcetín del pié derecho, lo saqué y era un billete de $ 20.000 que guardé, porque, usted comprenderá, yo no hago ese tipo de trabajos, de manera que sólo cobré lo hecho y barato, porque para mi eso es un tremendo sacrificio.
Todo lo que se diga, mi Cabo, contrario a lo que le acabo de declarar, es falso y si este hombre es bien hombre, tendrá que reconocerlo así.
Se hizo un silencio en el que podría haberse escuchado el motor de un satélite artificial.
Fue Calderón quien lo rompió.
- Muy bien. ¿Qué me dice ahora señor Soto? ¿Tiene algo que replicar?
Evaristo Soto estaba mudo y su respiración era muy agitada. Tenía los ojos inundados de lágrimas que lograba mantener quien sabe por qué milagro.
- ¡Hable hombre! Le insistió Calderón. Niéguelo o afírmelo; pero no se quede callado.
- Sí, mi Cabo, dijo Evaristo con un hilito de voz casi inaudible.Todo lo que dijo la Jessica es verdad.
Y continuó entre sollozos…tengo tres hijos que ya son grandes y he caído en lo peor que puede caer un hombre. Qué pensarían ellos y mi mujer si supieran lo que me ha pasado. Creo que lo único que me queda es quitarme la vida, para que nunca se enteren de esta degeneración a la que ha llegado su esposo y padre. Retiro mi reclamo y disculpen las molestias.
Se aprestaba a marcharse, cuando intervino Calderón.
- Mire, mi amigo. Evidentemente que usted ha tenido una conducta, desde todo punto de vista, reprochable. Ha echado por tierra su condición de hombre-macho, de esposo y de padre, eso es innegable y probablemente usted mismo no se lo perdone jamás; pero aquí las cosas las arreglo yo y se hacen como yo lo dispongo. ¡Estamos claro! Entonces vamos a hacer un compromiso formal entre los cuatro que acá estamos. “Nunca, jamás en la vida nadie se va a acordar de este asunto, ni menos lo comentará”. Si alguien más lo llegara a saber, ya me encargaré yo de averiguar quien faltó a este compromiso y de hacerle pagar las consecuencias de esta deslealtad. Agregó, por último, con voz potente y clara: ¿Estamos de acuerdo?.
Todos contestaron al unísono: “Si, mi Cabo”.
Dicen que el Cabo Calderón, una vez terminado su servicio, dio cuenta no haber tenido novedades, es decir, durante su turno nada sucedió. Dicen también que ese día se le vio silencioso, alicaído y triste, aunque nadie supo por qué.
Evaristo Soto nunca más bebió una gota de alcohol, ni menos aún visitó un negocio nocturno de esa naturaleza. Tampoco vio jamás al Cabo Calderón.
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