Era aproximadamente la una de la mañana de una fría noche de invierno en San Fernando y caía una suave y persistente lluvia, interrumpida a ratos por fuertes nubadas, que ya se había prolongado por tres días con sus respectivas noches. En las calles desiertas no se veía ni una alma.
Los habituales amantes de la noche se habían recogido temprano, empujados por la lluvia y un viento suave que calaba hasta los huesos. Los negocios habían cerrado sus puertas por carecer de los parroquianos que noche a noche se juntaban en una partida de dominó, cacho o brisca, entretenciones de salón predilectas en la zona.
La excepción eran tres o cuatro prostíbulos, cuyas regentes, demasiado optimistas ,no perdían las esperanzas de recibir algún cliente solitario en busca de compañía para acortar la noche o para pasar el frío junto a una mujer siempre dispuesta a entregar su calor y su amor, a cambio de unos pocos pesos.
Las meretrices con sus minifaldas que difícilmente les tapaban el rabo y unos escotes que dejaban al descubierto sus espaldas y gran parte de sus senos, se aglomeraban junto a una chimenea o alrededor de un humilde brasero, donde hacían avanzar la noche con recuerdos de tiempos mejores o de amores que les habían dejado huellas.
Algunas habían juntado entre todas unos pesos con los que habían comprado un kilito de yerba mate y calentaban las tripas quemándose los labios con una bombilla de lata ordinaria, al tomar esta exquisita infusión. Eso, siempre era mejor que nada, mientras llegara el cliente que les invitara una típica malta con cacao o mejor aún, una ponchera.
Debe haber sido una media hora después de la mencionada, cuando llegó a uno de estos locales, en una ronda de rutina, la pareja de Carabineros compuesta por el Sargento Segundo Carlos Vargas y el Carabinero Sergio Huerta. Venían yertos de frío, aunque bien protegidos por una manta de agua que les cubría hasta las rodillas y que estilaba copiosamente. Por supuesto que su recorrido era de infantería ya que en el Cuartel sólo había un furgón que se mantenía para las emergencias y como no había equipos de radio, no podía salir sino en casos de llamadas de extrema necesidad.
Como ocurre en todas las instituciones y empresas, la mayoría de sus integrantes tienen apodos que nacen generalmente de características físicas o de actitudes de las personas. Es así como al Sargento Segundo Vargas lo apodaban el Colorado por tener su piel este color y al Carabinero Huerta, el Chino, por razones que eran obvias al observar sus ojos.
- Buenos días, señoritas, saluda Vargas con cortesía.
- Buenos días mi Sargento, contestan las muchachas al unísono
- ¿Cómo han estado las cosas por aquí?
- Como ve pues mi Sargento, ni siquiera se ha asomado un cliente. Ustedes son las primeras visitas que tenemos.
- Es que hace muchísimo frío y en la calle no andan ni perros vagos.
- Atráquense un poquito p”acá, p”a que se calienten los pies, invita la “coja Lucha” regenta del local y agrega, si aquí ninguna de las chiquillas “piñisca”.
- A los “piñiscos” es lo único a lo que le tengo miedo, dice el Colorado al tiempo que le hace una seña al Chino y se acercan al brasero donde hervía una tetera que fácilmente hacía cinco litros de agua.
- Entonces hay que sentenciar a las chiquillas p”a que ni los toquen. ¿Se servirían algo p”al frío? ¿Un fuertecito?
- ¡No, no, no…no ve que estamos de servicio! Pero un matecito si que le aceptaría.
- Con mucho gusto pues, dice la Luchita y de inmediato ordena: ¡Marilúz, sírvele a mi Sargento, un mate bien cargao, p”a que caliente un poco el cuerpo y tú Silvana sírvele a mi Carabinero, que es tan re jovencito y viene entumido!
Mientras los funcionarios se tomaban el mate y conversaban con la Luchita y algunas niñas sobre cualquier tema sin importancia alguna, tres o cuatro muchachas hablaban a media voz sobre algo que parecía muy trascendente a juzgar por la preocupación que les causaba.
- Mi Sargento ¿Es verdad que si alguien pasa a caballo a las doce de la noche en punto por la cuesta Centinela, se le sube el diablo al anca disfrazado de cura? Consulta una de estas muchachas.
- ¿De dónde sacó esa historia?
- Un cliente me contó que a él le había sucedido y que el cura le había dicho “vengo por tu alma”, del puro susto le puso las espuelas hasta el pihuelo al pobre manco y lo sacó de la cuesta a todo galope al tiempo que le decía “yo soy cristiano, Satanás” y con los dedos le hacía la cruz. Al llegar abajo de la cuesta ya no tenía nadie al anca, pero por el sudor del caballo se notaba clarito que alguien había estado ahí. Dijo que para pasar el susto había pasado a un clandestino en el sector de Peñuelas a tomarse un trago y que otros parroquianos que había dijeron que a ellos también les había sucedido.
- La verdad es que yo he escuchado varias veces esa misma historia, así como dicen que en el camino a Lo Moscoso sale una chancha parida con seis chanchitos y todos sin cabeza incluida la chancha.
- Pero usted, mi Sargento ¿Cree en esas cosas o son inventos de la gente?
- Yo, no creo ni dejo de creer, pero p”a ser sincero tengo que decir que a lo único que le tengo miedo es a los espíritus y a los muertos. Con los vivos pónganme donde quieran y no voy a aflojar, pero con los que no se pueden agarrar, yo no juego. Así que no ando probando si estas cosas son verdades o mentiras, porque si me resulta verdad, capaz que me muera ahí mismo, porque uno no tiene cómo defenderse.
- Aquí mismo, en esta casa, dijo la Luchita, en la pieza del fondo, dicen que han visto acostada a la finada Luzmira. No ve que ella se mató en esa pieza por penas del corazón. Dicen, los que la han visto, que parece que está esperando a su amor que venga a acostarse a su lado y que se muestra enojada si alguien quiere entrar a la pieza.
- Si po” Luchita, si hasta las chiquillas recién llegadas que no conocen la historia dicen que la han visto y a usted le consta que no han querido dormir en esa pieza ni siquiera acompañadas, acota otra.
- Bueno, esa cuestión de las penaduras si que lo creo, dice el Colorado, porque en la Comisaría murió de una pulmonía fulminante un Carabinero jovencito y muchos lo han visto sacando cosas del roperillo que él tenía en vida y al otro día todo está como si nada hubiese pasado. Son muchos los que lo han visto de manera que no puede dudarse de todos.
La conversación se extendió por un buen rato durante el cual casi todos contaron experiencias propias y ajenas relacionadas con la muerte y penaduras, formándose un ambiente en el que todos estaban un poco asustados y prácticamente nadie se hubiese atrevido a ir a los baños que se encontraban en el fondo del local.
El Colorado, miró su reloj y calculando que hacía mucho rato que se encontraban en el lugar, mandó al Chino que concurriera hasta el paradero de taxis ubicado a dos cuadras de ahí y desde el teléfono de los taxistas llamara a la Comisaría consultando novedades.
- Al salir tápese la boca con el cuello de lana o encienda un cigarrillo, no vaya a ser cosa que lo pesque una corriente de aire y le quede la boca al lado de la oreja, le recomienda.
- A su orden mi Sargento, contesta sumisamente el Chino y sale a cumplir su cometido.
A los cinco minutos regresa corriendo y un poco alterado informando a su Jefe que hubo un accidente de tránsito en la carretera y que les están mandando el furgón para concurrir al lugar. Agregó que él dijo que se encontraban a una cuadra del lugar en que verdaderamente estaban, de modo que tenían que apurarse para llegar a ese lugar antes que el furgón.
Se despidió el Colorado Vargas, agradeció el mate y salió a tranco largo en dirección al lugar acordado para el encuentro con el furgón, que a los pocos minutos llegó al lugar.
- Pasó un caballero a avisar que hubo un accidente de tránsito en la carretera, poco antes de llegar al cruce de Tinguiririca, le informa al Colorado el chofer del furgón, Carabinero Morales. Por si se necesita yo traje una angarilla, agregó.
En el trayecto, el Colorado le comentaba a Morales: “Recién estábamos conversando de muertos, penaduras, apariciones del diablo y puras cosas por el estilo y ahora nos toca ir a un accidente donde probablemente nos vamos a encontrar con algún cadáver”. Como si hubiésemos estado preparando el ánimo para lo que venía. Espero que el Chinito no se me vaya a poner a llorar de tanto susto, no ve que el chiquillo es muy nuevo. Aquí es donde se aprende a ser paco.
Al llegar al lugar indicado, efectivamente encontraron un cadáver humano completamente destrozado. Lo más probable y lógico es que haya sido atropellado por un vehículo pesado que se dio a la fuga. En el sitio del suceso –investigado sin contar con ningún medio - no se encontró huella ni indicio alguno que pudiera dar aunque fuese una leve pista. Por lo demás la lluvia contribuía a lavar el pavimento y a hacer desaparecer los posibles rastros.
En realidad ninguno de los tres funcionarios estaba realizando con agrado su trabajo. Entre recelosos y temerosos ante la muerte y en un lugar con una oscuridad propia del campo en una noche borrascosa, donde hasta la luz de una luciérnaga encandila.
Grandes esfuerzos tuvieron que hacer los funcionarios para poner el cadáver sobre la angarilla, ya que era imposible levantarlo tomándolo de los brazos y piernas, por temor a que éstos se desprendieran del cuerpo. Una vez conseguido este objetivo, fue introducido en el calabozo (parte trasera) del furgón.
Por supuesto que el Chino se negó en forma rotunda a irse en la parte de atrás del furgón junto con el cadáver y el Colorado tuvo que llevarlo prácticamente sentado en su falda ya que la cabina tenía sólo dos asientos. Dijo que prefería que lo dejaran botado en la carretera antes de irse oscuro en el furgón al lado del cadáver, agregó que le había visto la cara al muerto y la tenía tan destrozada que parecía película de terror.
Una vez en la Comisaría, el Suboficial de Guardia debía confeccionar el Oficio Remisor del Cadáver a la Morgue, donde se deja constancia de las características del cadáver (nombre, edad, sexo, etc.), de las lesiones que presenta y de la ropa que viste. Naturalmente que para ello, debe revisarse completamente el cuerpo sin vida, misión que se le encargó al Carabinero Chino Huerta, para que se fuera fogueando en los duros quehaceres policiales.
- ¡Ya pues Carabinero! Lo apura el Suboficial de Guardia, Sargento Primero Chandía. ¡Déme el nombre del finado!
- ¡Y cómo voy a saber el nombre!
- ¡Pregúntele, pues!
- ¡Si no habla, pues mi Suboficial, no ve que está muerto!
Los otros funcionarios que se encontraban en el lugar, lanzaron sonoras carcajadas ante la broma que el Sargento Primero Chandía le hacía al Chino.
- ¿Tiene algún documento?
- ¡Quien sabe! Responde el Chino.
- ¡Regístrelo, pues hombre, parece que ya se está poniendo tonto, cómo no se le va a ocurrir nada!
El Chino hacía esfuerzos sobrehumanos para no vomitar ni salir arrancando, al tener que manipular un cadáver completamente destrozado.
- No, mi Suboficial, no tiene documento alguno.
- Sexo, consulta Chandía.
- Masculino, responde el Chino de inmediato.
-Y ¿cómo lo sabe?
- Porque usa pantalones.
- Ya se puso tonto otra vez. ¿No sabe acaso que por el vestuario no se puede distinguir una mujer de un hombre? En mis tiempos se podía, pero ahora no.
- Y ¿cómo quiere que lo sepa?
- ¡Desabróchele los pantalones y mírele la patente pu”iñor! ¿O quiere que lo vaya a hacer yo? Y agrega como un rezo: Estos Chiporros (Carabinero nuevo) parece que han sido criados con leche de tarro, por lo delicados y amariconaditos que son, todo les da asco o miedo.
Chandía no era un hombre muy tolerante ni paciente, lueguito se ofuscaba.
- Sexo masculino, mi Suboficial, informa el Chino después de haber revisado el cadáver.
- ¡Edad!
- ¡Ahí si que me cagó, mi suboficial! ¿Cómo voy a saber la edad del finado?
- Si no tiene documento alguno, le explica Chandía, que estaba recurriendo a sus últimas reservas de paciencia, tiene que apelar a la observación. Fíjese si es pelado, si tiene patas de gallo, los dientes, la piel, las manos etc. y todo ello le va a indicar una edad aproximada. Pero para eso, tiene que mirarlo bien pues Carabinero.
El Chino tuvo que hacer de tripas corazón y comenzar a observar detalladamente el cadáver para entregar la información que el Suboficial le pedía. En realidad más que el asco, era el miedo el que lo inhibía y de repente le parecía que el muerto se había movido o que lo estaba mirando o que lo iba a agarrar y este temor no le permitía concentrarse en su trabajo. Decidió, por último contestar algo que fuera un poco neutro, intermedio.
- Debe tener aproximadamente entre treinta y siete y cuarenta y tres años, mi Suboficial.
El Suboficial Chandía terminó de confeccionar el documento remitiendo el cadáver a la morgue y lo entregó al Colorado Vargas para que trasladaran el cuerpo a dicho establecimiento que se encontraba en el interior del cementerio local. Por esta razón, en la Comisaría había llave del candado que cerraba el portón principal del camposanto y de la morgue, ubicada en un corredor interior.
Una vez en el lugar, el Colorado procedió a abrir el candado del portón principal sin inconveniente alguno. Encendió la luz del pasillo principal que iluminaba también el corredor donde se encontraba la morgue y comenzó a tener problemas con la puerta de esta dependencia ya que la chapa era sumamente antigua y usaba una inmensa llave con una paleta en su extremo, que obligadamente debe ser introducida hasta un lugar determinado preciso ya que si no era así, la llave simplemente no giraba y por supuesto no abría la puerta. Mientras más dificultades tenía, más aumentaba su nerviosismo y menos controlaba su motricidad fina, produciéndose un círculo vicioso que lo llevó a pedirle ayuda al Carabinero Morales, que abrió la puerta sin dificultad alguna. El Colorado hacía rato que estaba muy nervioso.
Al encender la luz de la morgue se sorprendieron al ver que había un par de cadáveres cuyas autopsias parecía habían sido realizadas seguramente a última hora del día anterior, a juzgar por el estado de los cuerpos y su desnudez.
El Colorado y el Chino, con ayuda del Carabinero Morales, sacaron la angarilla con el cadáver y lo llevaron a la morgue. La puerta de esta dependencia no tenía la amplitud suficiente para permitir el paso de dos personas en forma simultánea de modo que entró sólo el Colorado y el Chino, y Morales se devolvió a la calle.
Como en la morgue había dos cadáveres, tuvieron que dejar en el suelo este tercero, por no haber más espacio, puesto que el recinto sólo tenía una mesa de cemento, un lavamanos y una vitrina con instrumental, eso era todo.
Dejaron el cadáver y el Colorado, con el oficio remisor del cadáver en la mano, no encontraba dónde dejar el documento.
Fue en ese momento cuando se escuchó una voz de ultratumba, profunda, potente y clara, que le dijo:
¡Deeejeeelooo ahiii nooo maaasss!!
Por estas cosas inexplicables de la vida, el Colorado, tiritando de miedo, sacó su revólver y miraba con los ojos desorbitados tratando de descubrir el origen de la voz, al tiempo que conjuntamente con el Chino retrocedían hacia la puerta.
Por segunda vez la misma voz, pero ahora con más potencia:
¡¡¡¡Deeeejeeeeloooo aaahiiii noooo maaaasss!!!!
Retrocediendo el Colorado tropieza con una banca que había en el corredor y cae de espaldas. Al tratar de afirmarse se le escapa un disparo y se le cae la gorra y el revólver.
El Chino arranca batiendo todos los record de velocidad y el Colorado se pone de pié con más agilidad que acróbata de circo y corre también ya incontrolado detrás de su compañero.
El Carabinero Morales, escuchó el disparo y vio pasar a toda carrera a los otros funcionarios, de modo que corrió también a la siga de ellos, desesperadamente.
Veinte cuadras los separaban de la Comisaría. Hasta allá llegaron a toda carrera y se tiraron en un escaño que había en la guardia, sin poder hablar por lo agitados que estaban. Los rostros desencajados, los ojos desorbitados y las piernas les temblaban producto del esfuerzo físico y del estado nervioso en que se encontraban.
- ¿Qué les pasó, hombres, por Dios? Les consulta Chandía.
- Pregúntele a ellos, contesta jadeante Morales, yo soy el que menos sé.
- ¿Y el furgón, dónde está?
- Allá quedó.
- Allá, ¿Dónde es eso, Carabinero? conteste bien pues.
- Allá en el cementerio, mi Suboficial. Si de allá que venimos corriendo.
- ¿Y qué fue lo que pasó allá que los hizo arrancar? ¿Acaso un regimiento de muertos venía a la siga de ustedes?
- Yo no sé bien, pero me encontraba en la puerta del cementerio, cuando escuché un ruido como de tablas en el suelo y un balazo, y de inmediato sale rajado del cementerio el Chino y de atrás mi Sargento Vargas. No me iba a quedar yo solo en el lugar, cuando algo grave había pasado para que arrancaran tan rápido, así que salí a la siga de ellos.
- ¡Por la cresta! ¡La laya de pacos que tenemos!...Y estos otros que todavía no sacan el habla… ¡Ya pues Colorado, vamos hablando! ¿O se quedaron mudos para siempre?
- Déme un minutito más, mi Suboficial, p”a sacar el resuello, mire que estoy que me desmayo.
- ¡Puta la huevá! Lo único que me está faltando, además del muerto, que el Jefe del Turno se me desmaye de puro cagón que es. Y dirigiéndose al Chino: Usted Carabinero ¿tampoco está en condiciones de hablar?
- Si, mi Suboficial, contesta el Chino, si puedo hablar, pero el que tiene que informar es mi Sargento y no yo.
- ¡Es que usted me va a contestar si yo lo interrogo! Chandía le habló golpeado porque su paciencia ya estaba llegando a un límite en que se le hacía incontrolable. ¿Qué fue lo que pasó? Y le advierto que le estoy dando una orden de manera que si se niega a cumplirla lo voy a meter al calabozo militar, sin asco, no crea que va a ser la primera vez que lo hago.
- Yo le voy a informar, mi Suboficial, intervino el Colorado, aún con la voz entrecortada. Resulta que cuando entramos a la morgue con el finado, ahí había dos muertos más, así que tuvimos que dejarlo en el suelo. Yo no hallaba donde dejar el oficio y uno de los muertos me dijo que lo dejara ahí no mas.
- ¡No hable tonteras, pues Vargas! Le interrumpe Chandía. No ve que aquí nadie le va a creer ese tremendo disparate.
- ¡Déjeme hablar po, mi Suboficial! Le estoy informando y usted no me quiere escuchar.
- Muy bien, siga hablando, pero le advierto que a mi, huevón no me va a hacer.
- Si usted quiere me cree, mi Suboficial, pero yo le informo la firme.
- Bien, siga.
- Cuando uno de los muertos nos habla, yo saco el revolver p”a rematarlo en caso que se encontrara vivo y en ese momento me habla otra vez y me dice lo mismo, que dejara el oficio ahí no más. Yo retrocedo hacia la puerta de la morgue y no me fijé que detrás mío había una banca, me tropecé en ella y al caer al suelo se me escapó un balazo, se me cayó el revólver y la gorra. Pero el nerviosismo y el susto era tan grande, que salimos arrancando del cementerio patitas p”a que te quiero, hasta la Comisaría. Si no me cree, interrogue, por separado, al Chino y verá que va a contestar lo mismo que le he informado, porque se dará cuenta que en las condiciones que llegamos, no nos íbamos a venir poniendo de acuerdo por el camino.
- ¿Pero usted se da cuenta, Vargas, la tremenda barbaridad que me está informando? ¿Cómo pretende hacerme creer que los muertos le hablaron?
- Si yo sé que no me lo va a creer nadie, pero tengo obligación de decir la verdad, aunque piensen que estoy loco y me den de baja. Pregúntele al Chino, a ver que escuchó él.
- Si es cierto, mi Suboficial, intervino el Chino. Yo escuché exactamente lo mismo que dice mi Sargento y también lo escuché dos veces. Comprenda mi Suboficial que si todo hubiese sido la imaginación de mi Sargento ¿Por qué iba yo a escuchar exactamente lo mismo?
- ¡Bueno, dejemos el asunto de los muertos hablantes hasta ahí no más! Vamos ahora a lo que interesa y que no tiene nada que ver con los muertos. Chandía agotó su paciencia con la fantástica historia y decidió dejarla de lado e ir a lo práctico. ¿Dónde está su revólver y su gorra, Sargento? Y usted, Carabinero Morales, ¿Dónde está su furgón?. Aquí alguien tiene que responder por las especies fiscales, de manera que no los voy a recibir en el cuartel hasta que no aparezcan con todo lo que corresponde. Les voy a dar plazo hasta las ocho treinta y si a esa hora no tengo todo en la Comisaría, voy a dar cuenta a la Jefatura y ahí veremos de que poto sale fuego o si los Jefes le creen lo de los muertos hablantes. ¡Partieron los tres a buscar lo que corresponde! Les ordenó.
Eran ya las cinco de la mañana cuando salieron los tres funcionarios del Cuartel con destino al cementerio en busca de solucionar el problema.
A una cuadra del cementerio se detuvieron a mirar y quedaron sorprendidos al comprobar que las luces del cementerio se encontraban apagadas y el portón cerrado como si nada hubiese pasado. Este hecho les hizo perder el poquísimo valor que les quedaba como para recuperar aunque fuese el furgón y ni uno de los tres se atrevió a avanzar un paso más.
Caminaron de aquí para allá y de allá para acá hasta que a las ocho, encontrándose absolutamente de día, alguien, no se dieron cuenta quien, abrió el portón del cementerio.
Los tres fueron hasta el lugar en que se habían producido los hechos, con la esperanza de encontrar ahí las especies extraviadas. En esto estaban cuando…
- ¡Buenos días mi Sargento! Saludó un individuo desconocido para ellos.
- ¡Buenos días! Responden con indiferencia.
- ¿Qué los trae por aquí tan temprano? Les consulta.
- Nada especial, lo que pasa es que nos gustan los cementerios, nada más.
- ¡Que bueno que hayan venido! Acompáñenme para mostrarles algo que me encontré, dijo, al momento de hacerles una seña para que lo siguieran y se dirigió a una pieza que se encontraba inmediatamente al lado de la que ocupaba la morgue.
Evidentemente se trataba de un dormitorio ya que tenía una cama, un velador, un ropero y una mesita sobre la que había un anafe eléctrico, una tetera y su respectiva silla.
El individuo les hizo pasar y les dijo que él era el ayudante del médico que hacía las autopsias y que como era soltero, vivía en esa pieza, es decir esa era su casa. En la noche había sido despertado por unos ruidos extraños en la morgue donde incluso habían prendido la luz. Entonces miró por la ventana que comunicaba su pieza con la morgue y que tenía los vidrios pintados blancos para evitar que se viera hacia su pieza, pero que él había raspado en una esquina sólo lo justo para ver hacia la morgue y había visto a dos Carabineros que no hallaban dónde dejar un documento. El, sin pensar por cierto en asustarlos, les había dicho que lo dejaran ahí no más, pero los Carabineros se habían asustado tanto que habían disparado y habían salido arrancando dejando botado un revólver, una gorra, el furgón en la calle, las llaves del cementerio y de la morgue, las luces encendidas y todo abierto, así que había tenido que levantarse a cerrar todo y apagar las luces, pero lamentablemente él no sabía manejar para haber guardado el furgón, así que se limitó a sacarle las llaves y dejarlo cerrado.
El Colorado Vargas lo miró con cara de muy pocos amigos y lo sentenció: “Nunca más repita lo que hizo, porque la próxima vez…lo van a matar”.
- Por supuesto, mi Sargento, que fue una torpeza mía. Disculpe.
Dicho lo anterior, procedió a devolver todo lo que había recuperado y que por cierto los Carabineros agradecieron y se marcharon sin hacer comentario alguno.
De regreso al Cuartel, el Colorado Vargas ordenó a Morales que se detuviera para que hicieran una reunión, porque no iban a llegar a la Comisaría contando lo que en realidad había sucedido, ya que serían el hazmerreír de toda la guarnición y por el resto de sus vidas.
- Yo creo que debemos mantenernos en la misma historia que le contamos a mi Suboficial Chandía, propuso el Colorado.
- ¿Y dónde encontramos el revólver, la gorra y las llaves? y ¿Quién cerró el portón del cementerio y apagó las luces? Consulta el Chino.
- El revólver, la gorra y las llaves estaban botadas en el corredor frente a la morgue, en el mismo lugar en que ocurrieron los hechos y respecto del portón y las luces, eso sigue siendo un misterio, no tiene explicación alguna.
- Tiene razón, mi Sargento, como usted dice tiene que ser, ahí nos afirmamos y de ahí nadie nos saca. Por lo demás, con la bronca que usted le echó al viejo de la morgue, no creo que se atreva a repetir el chiste en otra oportunidad.
Llegaron al Cuartel con el tiempo justo para que el Sargento Primero Chandía entregara el Servicio de Guardia, “sin novedades”. Sólo se limitó a mirar al Sargento Segundo Vargas y con cara entre burlona, picarona e incrédula, preguntarle: ¿¿Así que los muertos te hablaron Colorado??
- Ríase no más mi Suboficial, pero así fue.
La historia hasta el día de hoy, se cuenta como real.
Original de
ANTONIO SANDOVAL LENA
Los habituales amantes de la noche se habían recogido temprano, empujados por la lluvia y un viento suave que calaba hasta los huesos. Los negocios habían cerrado sus puertas por carecer de los parroquianos que noche a noche se juntaban en una partida de dominó, cacho o brisca, entretenciones de salón predilectas en la zona.
La excepción eran tres o cuatro prostíbulos, cuyas regentes, demasiado optimistas ,no perdían las esperanzas de recibir algún cliente solitario en busca de compañía para acortar la noche o para pasar el frío junto a una mujer siempre dispuesta a entregar su calor y su amor, a cambio de unos pocos pesos.
Las meretrices con sus minifaldas que difícilmente les tapaban el rabo y unos escotes que dejaban al descubierto sus espaldas y gran parte de sus senos, se aglomeraban junto a una chimenea o alrededor de un humilde brasero, donde hacían avanzar la noche con recuerdos de tiempos mejores o de amores que les habían dejado huellas.
Algunas habían juntado entre todas unos pesos con los que habían comprado un kilito de yerba mate y calentaban las tripas quemándose los labios con una bombilla de lata ordinaria, al tomar esta exquisita infusión. Eso, siempre era mejor que nada, mientras llegara el cliente que les invitara una típica malta con cacao o mejor aún, una ponchera.
Debe haber sido una media hora después de la mencionada, cuando llegó a uno de estos locales, en una ronda de rutina, la pareja de Carabineros compuesta por el Sargento Segundo Carlos Vargas y el Carabinero Sergio Huerta. Venían yertos de frío, aunque bien protegidos por una manta de agua que les cubría hasta las rodillas y que estilaba copiosamente. Por supuesto que su recorrido era de infantería ya que en el Cuartel sólo había un furgón que se mantenía para las emergencias y como no había equipos de radio, no podía salir sino en casos de llamadas de extrema necesidad.
Como ocurre en todas las instituciones y empresas, la mayoría de sus integrantes tienen apodos que nacen generalmente de características físicas o de actitudes de las personas. Es así como al Sargento Segundo Vargas lo apodaban el Colorado por tener su piel este color y al Carabinero Huerta, el Chino, por razones que eran obvias al observar sus ojos.
- Buenos días, señoritas, saluda Vargas con cortesía.
- Buenos días mi Sargento, contestan las muchachas al unísono
- ¿Cómo han estado las cosas por aquí?
- Como ve pues mi Sargento, ni siquiera se ha asomado un cliente. Ustedes son las primeras visitas que tenemos.
- Es que hace muchísimo frío y en la calle no andan ni perros vagos.
- Atráquense un poquito p”acá, p”a que se calienten los pies, invita la “coja Lucha” regenta del local y agrega, si aquí ninguna de las chiquillas “piñisca”.
- A los “piñiscos” es lo único a lo que le tengo miedo, dice el Colorado al tiempo que le hace una seña al Chino y se acercan al brasero donde hervía una tetera que fácilmente hacía cinco litros de agua.
- Entonces hay que sentenciar a las chiquillas p”a que ni los toquen. ¿Se servirían algo p”al frío? ¿Un fuertecito?
- ¡No, no, no…no ve que estamos de servicio! Pero un matecito si que le aceptaría.
- Con mucho gusto pues, dice la Luchita y de inmediato ordena: ¡Marilúz, sírvele a mi Sargento, un mate bien cargao, p”a que caliente un poco el cuerpo y tú Silvana sírvele a mi Carabinero, que es tan re jovencito y viene entumido!
Mientras los funcionarios se tomaban el mate y conversaban con la Luchita y algunas niñas sobre cualquier tema sin importancia alguna, tres o cuatro muchachas hablaban a media voz sobre algo que parecía muy trascendente a juzgar por la preocupación que les causaba.
- Mi Sargento ¿Es verdad que si alguien pasa a caballo a las doce de la noche en punto por la cuesta Centinela, se le sube el diablo al anca disfrazado de cura? Consulta una de estas muchachas.
- ¿De dónde sacó esa historia?
- Un cliente me contó que a él le había sucedido y que el cura le había dicho “vengo por tu alma”, del puro susto le puso las espuelas hasta el pihuelo al pobre manco y lo sacó de la cuesta a todo galope al tiempo que le decía “yo soy cristiano, Satanás” y con los dedos le hacía la cruz. Al llegar abajo de la cuesta ya no tenía nadie al anca, pero por el sudor del caballo se notaba clarito que alguien había estado ahí. Dijo que para pasar el susto había pasado a un clandestino en el sector de Peñuelas a tomarse un trago y que otros parroquianos que había dijeron que a ellos también les había sucedido.
- La verdad es que yo he escuchado varias veces esa misma historia, así como dicen que en el camino a Lo Moscoso sale una chancha parida con seis chanchitos y todos sin cabeza incluida la chancha.
- Pero usted, mi Sargento ¿Cree en esas cosas o son inventos de la gente?
- Yo, no creo ni dejo de creer, pero p”a ser sincero tengo que decir que a lo único que le tengo miedo es a los espíritus y a los muertos. Con los vivos pónganme donde quieran y no voy a aflojar, pero con los que no se pueden agarrar, yo no juego. Así que no ando probando si estas cosas son verdades o mentiras, porque si me resulta verdad, capaz que me muera ahí mismo, porque uno no tiene cómo defenderse.
- Aquí mismo, en esta casa, dijo la Luchita, en la pieza del fondo, dicen que han visto acostada a la finada Luzmira. No ve que ella se mató en esa pieza por penas del corazón. Dicen, los que la han visto, que parece que está esperando a su amor que venga a acostarse a su lado y que se muestra enojada si alguien quiere entrar a la pieza.
- Si po” Luchita, si hasta las chiquillas recién llegadas que no conocen la historia dicen que la han visto y a usted le consta que no han querido dormir en esa pieza ni siquiera acompañadas, acota otra.
- Bueno, esa cuestión de las penaduras si que lo creo, dice el Colorado, porque en la Comisaría murió de una pulmonía fulminante un Carabinero jovencito y muchos lo han visto sacando cosas del roperillo que él tenía en vida y al otro día todo está como si nada hubiese pasado. Son muchos los que lo han visto de manera que no puede dudarse de todos.
La conversación se extendió por un buen rato durante el cual casi todos contaron experiencias propias y ajenas relacionadas con la muerte y penaduras, formándose un ambiente en el que todos estaban un poco asustados y prácticamente nadie se hubiese atrevido a ir a los baños que se encontraban en el fondo del local.
El Colorado, miró su reloj y calculando que hacía mucho rato que se encontraban en el lugar, mandó al Chino que concurriera hasta el paradero de taxis ubicado a dos cuadras de ahí y desde el teléfono de los taxistas llamara a la Comisaría consultando novedades.
- Al salir tápese la boca con el cuello de lana o encienda un cigarrillo, no vaya a ser cosa que lo pesque una corriente de aire y le quede la boca al lado de la oreja, le recomienda.
- A su orden mi Sargento, contesta sumisamente el Chino y sale a cumplir su cometido.
A los cinco minutos regresa corriendo y un poco alterado informando a su Jefe que hubo un accidente de tránsito en la carretera y que les están mandando el furgón para concurrir al lugar. Agregó que él dijo que se encontraban a una cuadra del lugar en que verdaderamente estaban, de modo que tenían que apurarse para llegar a ese lugar antes que el furgón.
Se despidió el Colorado Vargas, agradeció el mate y salió a tranco largo en dirección al lugar acordado para el encuentro con el furgón, que a los pocos minutos llegó al lugar.
- Pasó un caballero a avisar que hubo un accidente de tránsito en la carretera, poco antes de llegar al cruce de Tinguiririca, le informa al Colorado el chofer del furgón, Carabinero Morales. Por si se necesita yo traje una angarilla, agregó.
En el trayecto, el Colorado le comentaba a Morales: “Recién estábamos conversando de muertos, penaduras, apariciones del diablo y puras cosas por el estilo y ahora nos toca ir a un accidente donde probablemente nos vamos a encontrar con algún cadáver”. Como si hubiésemos estado preparando el ánimo para lo que venía. Espero que el Chinito no se me vaya a poner a llorar de tanto susto, no ve que el chiquillo es muy nuevo. Aquí es donde se aprende a ser paco.
Al llegar al lugar indicado, efectivamente encontraron un cadáver humano completamente destrozado. Lo más probable y lógico es que haya sido atropellado por un vehículo pesado que se dio a la fuga. En el sitio del suceso –investigado sin contar con ningún medio - no se encontró huella ni indicio alguno que pudiera dar aunque fuese una leve pista. Por lo demás la lluvia contribuía a lavar el pavimento y a hacer desaparecer los posibles rastros.
En realidad ninguno de los tres funcionarios estaba realizando con agrado su trabajo. Entre recelosos y temerosos ante la muerte y en un lugar con una oscuridad propia del campo en una noche borrascosa, donde hasta la luz de una luciérnaga encandila.
Grandes esfuerzos tuvieron que hacer los funcionarios para poner el cadáver sobre la angarilla, ya que era imposible levantarlo tomándolo de los brazos y piernas, por temor a que éstos se desprendieran del cuerpo. Una vez conseguido este objetivo, fue introducido en el calabozo (parte trasera) del furgón.
Por supuesto que el Chino se negó en forma rotunda a irse en la parte de atrás del furgón junto con el cadáver y el Colorado tuvo que llevarlo prácticamente sentado en su falda ya que la cabina tenía sólo dos asientos. Dijo que prefería que lo dejaran botado en la carretera antes de irse oscuro en el furgón al lado del cadáver, agregó que le había visto la cara al muerto y la tenía tan destrozada que parecía película de terror.
Una vez en la Comisaría, el Suboficial de Guardia debía confeccionar el Oficio Remisor del Cadáver a la Morgue, donde se deja constancia de las características del cadáver (nombre, edad, sexo, etc.), de las lesiones que presenta y de la ropa que viste. Naturalmente que para ello, debe revisarse completamente el cuerpo sin vida, misión que se le encargó al Carabinero Chino Huerta, para que se fuera fogueando en los duros quehaceres policiales.
- ¡Ya pues Carabinero! Lo apura el Suboficial de Guardia, Sargento Primero Chandía. ¡Déme el nombre del finado!
- ¡Y cómo voy a saber el nombre!
- ¡Pregúntele, pues!
- ¡Si no habla, pues mi Suboficial, no ve que está muerto!
Los otros funcionarios que se encontraban en el lugar, lanzaron sonoras carcajadas ante la broma que el Sargento Primero Chandía le hacía al Chino.
- ¿Tiene algún documento?
- ¡Quien sabe! Responde el Chino.
- ¡Regístrelo, pues hombre, parece que ya se está poniendo tonto, cómo no se le va a ocurrir nada!
El Chino hacía esfuerzos sobrehumanos para no vomitar ni salir arrancando, al tener que manipular un cadáver completamente destrozado.
- No, mi Suboficial, no tiene documento alguno.
- Sexo, consulta Chandía.
- Masculino, responde el Chino de inmediato.
-Y ¿cómo lo sabe?
- Porque usa pantalones.
- Ya se puso tonto otra vez. ¿No sabe acaso que por el vestuario no se puede distinguir una mujer de un hombre? En mis tiempos se podía, pero ahora no.
- Y ¿cómo quiere que lo sepa?
- ¡Desabróchele los pantalones y mírele la patente pu”iñor! ¿O quiere que lo vaya a hacer yo? Y agrega como un rezo: Estos Chiporros (Carabinero nuevo) parece que han sido criados con leche de tarro, por lo delicados y amariconaditos que son, todo les da asco o miedo.
Chandía no era un hombre muy tolerante ni paciente, lueguito se ofuscaba.
- Sexo masculino, mi Suboficial, informa el Chino después de haber revisado el cadáver.
- ¡Edad!
- ¡Ahí si que me cagó, mi suboficial! ¿Cómo voy a saber la edad del finado?
- Si no tiene documento alguno, le explica Chandía, que estaba recurriendo a sus últimas reservas de paciencia, tiene que apelar a la observación. Fíjese si es pelado, si tiene patas de gallo, los dientes, la piel, las manos etc. y todo ello le va a indicar una edad aproximada. Pero para eso, tiene que mirarlo bien pues Carabinero.
El Chino tuvo que hacer de tripas corazón y comenzar a observar detalladamente el cadáver para entregar la información que el Suboficial le pedía. En realidad más que el asco, era el miedo el que lo inhibía y de repente le parecía que el muerto se había movido o que lo estaba mirando o que lo iba a agarrar y este temor no le permitía concentrarse en su trabajo. Decidió, por último contestar algo que fuera un poco neutro, intermedio.
- Debe tener aproximadamente entre treinta y siete y cuarenta y tres años, mi Suboficial.
El Suboficial Chandía terminó de confeccionar el documento remitiendo el cadáver a la morgue y lo entregó al Colorado Vargas para que trasladaran el cuerpo a dicho establecimiento que se encontraba en el interior del cementerio local. Por esta razón, en la Comisaría había llave del candado que cerraba el portón principal del camposanto y de la morgue, ubicada en un corredor interior.
Una vez en el lugar, el Colorado procedió a abrir el candado del portón principal sin inconveniente alguno. Encendió la luz del pasillo principal que iluminaba también el corredor donde se encontraba la morgue y comenzó a tener problemas con la puerta de esta dependencia ya que la chapa era sumamente antigua y usaba una inmensa llave con una paleta en su extremo, que obligadamente debe ser introducida hasta un lugar determinado preciso ya que si no era así, la llave simplemente no giraba y por supuesto no abría la puerta. Mientras más dificultades tenía, más aumentaba su nerviosismo y menos controlaba su motricidad fina, produciéndose un círculo vicioso que lo llevó a pedirle ayuda al Carabinero Morales, que abrió la puerta sin dificultad alguna. El Colorado hacía rato que estaba muy nervioso.
Al encender la luz de la morgue se sorprendieron al ver que había un par de cadáveres cuyas autopsias parecía habían sido realizadas seguramente a última hora del día anterior, a juzgar por el estado de los cuerpos y su desnudez.
El Colorado y el Chino, con ayuda del Carabinero Morales, sacaron la angarilla con el cadáver y lo llevaron a la morgue. La puerta de esta dependencia no tenía la amplitud suficiente para permitir el paso de dos personas en forma simultánea de modo que entró sólo el Colorado y el Chino, y Morales se devolvió a la calle.
Como en la morgue había dos cadáveres, tuvieron que dejar en el suelo este tercero, por no haber más espacio, puesto que el recinto sólo tenía una mesa de cemento, un lavamanos y una vitrina con instrumental, eso era todo.
Dejaron el cadáver y el Colorado, con el oficio remisor del cadáver en la mano, no encontraba dónde dejar el documento.
Fue en ese momento cuando se escuchó una voz de ultratumba, profunda, potente y clara, que le dijo:
¡Deeejeeelooo ahiii nooo maaasss!!
Por estas cosas inexplicables de la vida, el Colorado, tiritando de miedo, sacó su revólver y miraba con los ojos desorbitados tratando de descubrir el origen de la voz, al tiempo que conjuntamente con el Chino retrocedían hacia la puerta.
Por segunda vez la misma voz, pero ahora con más potencia:
¡¡¡¡Deeeejeeeeloooo aaahiiii noooo maaaasss!!!!
Retrocediendo el Colorado tropieza con una banca que había en el corredor y cae de espaldas. Al tratar de afirmarse se le escapa un disparo y se le cae la gorra y el revólver.
El Chino arranca batiendo todos los record de velocidad y el Colorado se pone de pié con más agilidad que acróbata de circo y corre también ya incontrolado detrás de su compañero.
El Carabinero Morales, escuchó el disparo y vio pasar a toda carrera a los otros funcionarios, de modo que corrió también a la siga de ellos, desesperadamente.
Veinte cuadras los separaban de la Comisaría. Hasta allá llegaron a toda carrera y se tiraron en un escaño que había en la guardia, sin poder hablar por lo agitados que estaban. Los rostros desencajados, los ojos desorbitados y las piernas les temblaban producto del esfuerzo físico y del estado nervioso en que se encontraban.
- ¿Qué les pasó, hombres, por Dios? Les consulta Chandía.
- Pregúntele a ellos, contesta jadeante Morales, yo soy el que menos sé.
- ¿Y el furgón, dónde está?
- Allá quedó.
- Allá, ¿Dónde es eso, Carabinero? conteste bien pues.
- Allá en el cementerio, mi Suboficial. Si de allá que venimos corriendo.
- ¿Y qué fue lo que pasó allá que los hizo arrancar? ¿Acaso un regimiento de muertos venía a la siga de ustedes?
- Yo no sé bien, pero me encontraba en la puerta del cementerio, cuando escuché un ruido como de tablas en el suelo y un balazo, y de inmediato sale rajado del cementerio el Chino y de atrás mi Sargento Vargas. No me iba a quedar yo solo en el lugar, cuando algo grave había pasado para que arrancaran tan rápido, así que salí a la siga de ellos.
- ¡Por la cresta! ¡La laya de pacos que tenemos!...Y estos otros que todavía no sacan el habla… ¡Ya pues Colorado, vamos hablando! ¿O se quedaron mudos para siempre?
- Déme un minutito más, mi Suboficial, p”a sacar el resuello, mire que estoy que me desmayo.
- ¡Puta la huevá! Lo único que me está faltando, además del muerto, que el Jefe del Turno se me desmaye de puro cagón que es. Y dirigiéndose al Chino: Usted Carabinero ¿tampoco está en condiciones de hablar?
- Si, mi Suboficial, contesta el Chino, si puedo hablar, pero el que tiene que informar es mi Sargento y no yo.
- ¡Es que usted me va a contestar si yo lo interrogo! Chandía le habló golpeado porque su paciencia ya estaba llegando a un límite en que se le hacía incontrolable. ¿Qué fue lo que pasó? Y le advierto que le estoy dando una orden de manera que si se niega a cumplirla lo voy a meter al calabozo militar, sin asco, no crea que va a ser la primera vez que lo hago.
- Yo le voy a informar, mi Suboficial, intervino el Colorado, aún con la voz entrecortada. Resulta que cuando entramos a la morgue con el finado, ahí había dos muertos más, así que tuvimos que dejarlo en el suelo. Yo no hallaba donde dejar el oficio y uno de los muertos me dijo que lo dejara ahí no mas.
- ¡No hable tonteras, pues Vargas! Le interrumpe Chandía. No ve que aquí nadie le va a creer ese tremendo disparate.
- ¡Déjeme hablar po, mi Suboficial! Le estoy informando y usted no me quiere escuchar.
- Muy bien, siga hablando, pero le advierto que a mi, huevón no me va a hacer.
- Si usted quiere me cree, mi Suboficial, pero yo le informo la firme.
- Bien, siga.
- Cuando uno de los muertos nos habla, yo saco el revolver p”a rematarlo en caso que se encontrara vivo y en ese momento me habla otra vez y me dice lo mismo, que dejara el oficio ahí no más. Yo retrocedo hacia la puerta de la morgue y no me fijé que detrás mío había una banca, me tropecé en ella y al caer al suelo se me escapó un balazo, se me cayó el revólver y la gorra. Pero el nerviosismo y el susto era tan grande, que salimos arrancando del cementerio patitas p”a que te quiero, hasta la Comisaría. Si no me cree, interrogue, por separado, al Chino y verá que va a contestar lo mismo que le he informado, porque se dará cuenta que en las condiciones que llegamos, no nos íbamos a venir poniendo de acuerdo por el camino.
- ¿Pero usted se da cuenta, Vargas, la tremenda barbaridad que me está informando? ¿Cómo pretende hacerme creer que los muertos le hablaron?
- Si yo sé que no me lo va a creer nadie, pero tengo obligación de decir la verdad, aunque piensen que estoy loco y me den de baja. Pregúntele al Chino, a ver que escuchó él.
- Si es cierto, mi Suboficial, intervino el Chino. Yo escuché exactamente lo mismo que dice mi Sargento y también lo escuché dos veces. Comprenda mi Suboficial que si todo hubiese sido la imaginación de mi Sargento ¿Por qué iba yo a escuchar exactamente lo mismo?
- ¡Bueno, dejemos el asunto de los muertos hablantes hasta ahí no más! Vamos ahora a lo que interesa y que no tiene nada que ver con los muertos. Chandía agotó su paciencia con la fantástica historia y decidió dejarla de lado e ir a lo práctico. ¿Dónde está su revólver y su gorra, Sargento? Y usted, Carabinero Morales, ¿Dónde está su furgón?. Aquí alguien tiene que responder por las especies fiscales, de manera que no los voy a recibir en el cuartel hasta que no aparezcan con todo lo que corresponde. Les voy a dar plazo hasta las ocho treinta y si a esa hora no tengo todo en la Comisaría, voy a dar cuenta a la Jefatura y ahí veremos de que poto sale fuego o si los Jefes le creen lo de los muertos hablantes. ¡Partieron los tres a buscar lo que corresponde! Les ordenó.
Eran ya las cinco de la mañana cuando salieron los tres funcionarios del Cuartel con destino al cementerio en busca de solucionar el problema.
A una cuadra del cementerio se detuvieron a mirar y quedaron sorprendidos al comprobar que las luces del cementerio se encontraban apagadas y el portón cerrado como si nada hubiese pasado. Este hecho les hizo perder el poquísimo valor que les quedaba como para recuperar aunque fuese el furgón y ni uno de los tres se atrevió a avanzar un paso más.
Caminaron de aquí para allá y de allá para acá hasta que a las ocho, encontrándose absolutamente de día, alguien, no se dieron cuenta quien, abrió el portón del cementerio.
Los tres fueron hasta el lugar en que se habían producido los hechos, con la esperanza de encontrar ahí las especies extraviadas. En esto estaban cuando…
- ¡Buenos días mi Sargento! Saludó un individuo desconocido para ellos.
- ¡Buenos días! Responden con indiferencia.
- ¿Qué los trae por aquí tan temprano? Les consulta.
- Nada especial, lo que pasa es que nos gustan los cementerios, nada más.
- ¡Que bueno que hayan venido! Acompáñenme para mostrarles algo que me encontré, dijo, al momento de hacerles una seña para que lo siguieran y se dirigió a una pieza que se encontraba inmediatamente al lado de la que ocupaba la morgue.
Evidentemente se trataba de un dormitorio ya que tenía una cama, un velador, un ropero y una mesita sobre la que había un anafe eléctrico, una tetera y su respectiva silla.
El individuo les hizo pasar y les dijo que él era el ayudante del médico que hacía las autopsias y que como era soltero, vivía en esa pieza, es decir esa era su casa. En la noche había sido despertado por unos ruidos extraños en la morgue donde incluso habían prendido la luz. Entonces miró por la ventana que comunicaba su pieza con la morgue y que tenía los vidrios pintados blancos para evitar que se viera hacia su pieza, pero que él había raspado en una esquina sólo lo justo para ver hacia la morgue y había visto a dos Carabineros que no hallaban dónde dejar un documento. El, sin pensar por cierto en asustarlos, les había dicho que lo dejaran ahí no más, pero los Carabineros se habían asustado tanto que habían disparado y habían salido arrancando dejando botado un revólver, una gorra, el furgón en la calle, las llaves del cementerio y de la morgue, las luces encendidas y todo abierto, así que había tenido que levantarse a cerrar todo y apagar las luces, pero lamentablemente él no sabía manejar para haber guardado el furgón, así que se limitó a sacarle las llaves y dejarlo cerrado.
El Colorado Vargas lo miró con cara de muy pocos amigos y lo sentenció: “Nunca más repita lo que hizo, porque la próxima vez…lo van a matar”.
- Por supuesto, mi Sargento, que fue una torpeza mía. Disculpe.
Dicho lo anterior, procedió a devolver todo lo que había recuperado y que por cierto los Carabineros agradecieron y se marcharon sin hacer comentario alguno.
De regreso al Cuartel, el Colorado Vargas ordenó a Morales que se detuviera para que hicieran una reunión, porque no iban a llegar a la Comisaría contando lo que en realidad había sucedido, ya que serían el hazmerreír de toda la guarnición y por el resto de sus vidas.
- Yo creo que debemos mantenernos en la misma historia que le contamos a mi Suboficial Chandía, propuso el Colorado.
- ¿Y dónde encontramos el revólver, la gorra y las llaves? y ¿Quién cerró el portón del cementerio y apagó las luces? Consulta el Chino.
- El revólver, la gorra y las llaves estaban botadas en el corredor frente a la morgue, en el mismo lugar en que ocurrieron los hechos y respecto del portón y las luces, eso sigue siendo un misterio, no tiene explicación alguna.
- Tiene razón, mi Sargento, como usted dice tiene que ser, ahí nos afirmamos y de ahí nadie nos saca. Por lo demás, con la bronca que usted le echó al viejo de la morgue, no creo que se atreva a repetir el chiste en otra oportunidad.
Llegaron al Cuartel con el tiempo justo para que el Sargento Primero Chandía entregara el Servicio de Guardia, “sin novedades”. Sólo se limitó a mirar al Sargento Segundo Vargas y con cara entre burlona, picarona e incrédula, preguntarle: ¿¿Así que los muertos te hablaron Colorado??
- Ríase no más mi Suboficial, pero así fue.
La historia hasta el día de hoy, se cuenta como real.
Original de
ANTONIO SANDOVAL LENA