EL TEMOR DEL SEÑOR CURA
- Yo necesito la patente señor Alcalde. Considere usted que vengo de la Capital de la Región a instalarme a acá y sea como sea mi negocio, va a darle un poco más de vida al pueblo y hasta podría aumentar el turismo.
- Está bien señora Elvira, pero usted debe comprender que somos una Comuna Rural, con escasa población y donde la gente es demasiado conservadora e incluso mojigata. Su negocio no va a pasar desapercibido.
- Pero ya verá usted que lueguito se acostumbran. Si ya no hay pueblos en Chile donde no haya un negocio con patente de Cabaret que, por lo demás, son absolutamente legales.
- A Dios gracias en nuestro pueblo no se ha entregado ni una y no quiero ser yo quien pase a la historia por haber sido el primero en autorizarla.
- Sin embargo, señor Alcalde, va a tener que autorizarme quiéralo o no, porque la ley está conmigo.
- Se equivoca, señora, porque si yo consigo con el Consejo Municipal eliminar las patentes de esa naturaleza, usted se va a tener que quedar con las ganas, por mucho que tenga el local arrendado, adaptado y pagado un año anticipado, con el mobiliario, la iluminación y los letreros instalados, o ya cuente con la autorización del Servicio de Salud del Ambiente.
- Si usted se pone en esa posición, señor Alcalde, yo me veo en la obligación de declararle la guerra y créame que tengo los contactos suficientes como para amargarle la vida a usted, al municipio y al pueblo mismo. Estoy absolutamente segura que se va a arrepentir de esta negativa y que va a terminar teniendo pesadillas conmigo todas las noches. Sólo voy a dejarle una inquietud, para que vaya pensándolo: ¿Con la vida que yo he tenido, usted cree que hay algo que se diga de mí, que me pueda afectar? ¿Cree usted que en mi negocio, se saben cosas que el resto de la gente desconoce? Y por último ¿Cree que sería bueno que se conocieran? Piénselo señor Alcalde…hasta luego.
La señora Elvira Castro era una mujer de aproximadamente cincuenta años, alta, delgada, morena de ojos pardos, que se mantenía estupendamente bien. Fue prostituta desde jovencita y tuvo la previsión de ahorrar dinero para instalarse con su propio negocio –en la Capital Regional- cuyo manejo dominaba a la perfección. Por lo mismo conocía a importantes personajes que, en algún día de juerga habían aparecido por su local y que ella se había encargado de darles una atención preferencial y privada, poniéndoles a disposición a las más jóvenes y hermosas cortesanas. De igual manera había empleado algunas triquiñuelas, para dejarlos comprometidos con ella, por el resto de sus días.
Ahora había arrendado la casa patronal de un fundo, cuyo dueño había fallecido y los herederos no tenían interés por la actividad agrícola de modo que la tierra también se encontraba arrendada.
En medio de un frondoso y añoso parque, estaba la casona de dos mil doscientos metros cuadrados construidos en forma de cuadrado, con corredores que miraban hacia un patio central interior de hermosos y bien cuidados jardines que rodeaban una fuente que, según decían, había sido traída de Perú, como trofeo, después de la guerra del pacífico.
Doña Elvira, con muy buen gusto, la había adaptado a sus necesidades, creando distintos ambientes. Entre ellos sobresalía el salón oriental, el árabe y el tropical. En cada uno de ellos las cortesanas ejecutaban danzas y se vestían con los atuendos propios y típicos de la cultura que representaban.
La inversión había sido muy importante y por lo mismo no estaba dispuesta a dejarse vencer tan fácilmente. Era una persona que había luchado mucho en su diario vivir y este Alcalde moralista no la iba a amedrentar ni menos a derrotar.
La guerra iba a ser durísima. La noticia ya se había divulgado por todo el pueblo y, como era de esperarse, las opiniones estaban divididas.
Un importante y numeroso grupo defendía la instalación del negocio, aduciendo que en una democracia todos tenían derecho a ganarse la vida como mejor les pareciera, mientras no se infringiera las disposiciones legales vigentes y si existía en la ley la patente de Cabaret, era porque este tipo de local comercial era legal. De manera que no había razón alguna para negársele su instalación. Por lo demás, la concurrencia al negocio era voluntaria y libre. Alegaban, por último, que la gente tenía confusión entre lo que era un “Cabaret” y lo que era un “Prostíbulo” y tenían el convencimiento que eran lo mismo con distinto nombre, lo que por cierto es un error.
Por otro lado, los opositores se escudaban en la moral y las buenas costumbres. No hay que olvidar, decían, que la ocasión hace al ladrón y la concupiscencia de la carne es demasiado tentadora para hombres inescrupulosos, de los cuales el pueblo estaba lleno. La gente decente, honesta y cristiana se vería en la obligación de emigrar, por no exponer a sus hijos a los escándalos que, seguramente a diario, serían el obligado comentario de los vecinos. Más aún, temían que las meretrices, ya entrando la noche, salieran a la puerta del negocio a invitar a los transeúntes, vestidas por supuesto, con prendas que dejarían ver más allá de lo pudoroso y decente.
Era el único tema de conversación.
- Yo creo, decía la señora Elena (vecina que según decían, tenía un pasado bastante oscuro) que no hay razón alguna para tanto escándalo. Si estos negocios existen en todos los pueblos de Chile y ningún pueblo ha muerto por ello ¡Por qué no puede existir acá?
- Lo que sucede, mi querida señora, le contesta don Gervasio, es que nosotros estamos acostumbrados a una vida sana, sin malas costumbres ni escándalos.
- Pero don Gervasio, si las personas pueden concurrir a tomarse un trago, compartir un momento, bailar y no armar escándalo alguno o ¿Acaso es obligación terminar peleando después de tomarse un trago?
- Por cierto que no; pero somos gente provinciana que no tenemos la cultura de las grandes ciudades y por una mujer buena moza y ligera de ropa, muchos se van a destripar por ganar sus favores.
- Yo creo que los dos tienen un poco de razón, dice la señora Raquel que recién se incorpora a la conversación. Y pienso que nosotras tenemos que ponernos firmes y ser capaces de controlar el comportamiento de nuestros hombres. Si hemos podido mantenerlos a nuestro lado, pese a las tentaciones de tantas rameras sin título que andan por ahí, con mayor razón los alejaremos de las profesionales de la lujuria. Para que ustedes sepan, yo no les tengo ni una pizca de miedo a estas competidoras, puesto que también tengo lo mío.
Ya nadie podía ocultar el tema o dejar de comentarlo. La situación se le comenzó a complicar al Alcalde que, en realidad, no encontraba a que lado ubicarse para no perder popularidad, hasta que uno de sus asesores le dio la solución: Debía convocar a todas las directivas de las organizaciones sociales de la Comuna a una consulta popular. Para ello debían presentarse con un poder que les autorizara a votar a favor o en contra de la instalación del Cabaret. Estas organizaciones, más el Consejo Municipal, serían, en definitiva los que tomaran la decisión y el Alcalde, como Pilatos, se lavaría las manos.
Como la idea era buena el Alcalde optó por llevarla a efecto y expresó su decisión mediante la instalación de carteles ubicados en los lugares más concurridos, como igualmente difundirla por la radio local. Se fijó en un mes la fecha de realización de dicha consulta, a objeto los pobladores tuviesen tiempo suficiente para interiorizarse bien del tema y discutirlo en profundidad.
Doña Elvira comenzó a poner en práctica suavemente sus argucias, para conseguir los votos favorables a sus fines.
- ¡Aloo…qué gusto de saludarlo don Manuel! Habla Elvira Castro.
- El gusto es mío, Elvirita. ¿En qué la puedo servir?
- Como usted sabe, estoy postulando a una patente comercial en su pueblo y le agradecería mucho que usted me apoyara en esta gestión.
- Si, por supuesto, cuente con mi voto.
- Pero, necesito también que de su opinión favorable en el programa radial de las noticias. Bastaría con que dijera: ¡¡Yo soy partidario de otorgar la patente!! Y le pusiera mucha fuerza al decirlo.
- Bueno, si por casualidad me entrevistaran, yo daría mi opinión en ese sentido, pero usted sabe que es muy difícil que me entrevisten, ya que no soy autoridad. Trataba de eludir el bulto don Manuel.
- Pero usted don Manuelito es presidente de todas las Juntas de Vecinos y por lo mismo es una persona muy influyente en la opinión pública y goza de mucho prestigio. Le aviso, además, que ya hablé con el dueño de la radio y en quince minutos hay un reportero para la entrevista. Con el mismo reportero le estoy mandando un sobre con la copia de la foto que se tomó con la Gina cuando estuvo en mi negocio con su compadre el Concejal Omar Jofré. Él ya recibió su foto y por supuesto que lo entrevistaron hace menos de una hora. Dijo que él era ferviente partidario de las libertades personales y empresariales y que lucharía porque se respetara este derecho. Cada una hora, durante todo el mes, van a repetir esta frasecita y espero que usted diga algo parecido a lo que yo le he insinuado para que lo repitan también.
- Bu…bue…no Elvirita, ahí veremos.
- Gracias don Manuelito, yo se que me va a ayudar ¡Adios!
Por supuesto que no fue la única llamada, ni la única presión que ejerció con éxito doña Elvira.
El Juez del Crimen recibió por correo ordinario un sobre con una foto en la que se encontraba completamente desnudo acostado con una mujer en similares condiciones, sin cubrirse ni una parte de su cuerpo. Reconoció a la mujer y la situación, pero no tenía recuerdo alguno de haber posado en esas condiciones. Junto a la fotografía una pequeña nota en la que se le pedía apoyar la patente en entrevista radial que se le efectuaría.
Igualmente recibieron similares fotografías y fueron entrevistados por la radio los siguientes personajes públicos: Agente del Banco, Presidente de la Cámara de Comercio, Director del Hospital, Presidente de Rotary Club y Club de Leones. Todos, por supuesto, dieron opiniones favorables a la instalación del negocio.
Lideraba la oposición al negocio el Padre Ambrosio, Cura Párroco del lugar y contaba con el apoyo de una serie de organizaciones de carácter religioso entre ellas: Las Hijas de María, las Devotas del Rosario, las Seguidoras de San Benito, las Hermanas de la Cruz y otras similares, todas integradas exclusivamente por mujeres.
El trabajo del señor Cura se centraba en la presión que ejercían las dueñas de casa al interior de sus hogares, recurriendo a principios morales, éticos, tradiciones cristianas, buenas costumbres y futuro de la juventud. Lanzó a la calle a sus mujeres a conversar y convencer a otras no participantes de las organizaciones religiosas, del peligro que significaba para el pueblo la instalación de un negocio cuya finalidad era el pecado capital de la lujuria.
La guerra era sin piedad y sin tregua. De lado a lado las bombas esparcían cientos de injurias salpicando a quien osara defender la posición opuesta. Degenerados, inmorales, libidinosos, pecadores, escandalosos, gritaban por un lado y por el otro les contestaban mojigatos, santurrones, solapados, cínicos, falsos, embusteros.
Aun faltaban quince días para la consulta y la situación del pueblo se hacía insostenible. La intolerancia de ambos bandos había llegado a extremos insoportables. Las personas se habían abanderado de tal forma que el problema había pasado a ser algo personal que estaba enemistando a los vecinos y dificultando la convivencia cotidiana.
Incluso los escolares azuzados por sus padres discutían entre ellos con argumentos que ni siquiera entendían, limitándose a repetir lo que escuchaban. Eran verdaderos diálogos de sordos en los que se esgrimían argumentos que muchas veces contradecían la posición que supuestamente defendían.
Ya, prácticamente todos, deseaban que llegara luego el domingo próximo, día en que, a las doce en punto, se llevaría a efecto la consulta tan publicitada, tan peleada y tan trascendente para el pueblo.
Doña Elvira dispuso de la radio toda la tarde del sábado, con programas musicales, repetición de las entrevistas a los personajes públicos, arengas pro libertad, pro adelanto, pro justicia, pro trabajo, pro turismo y no conforme con ello, cuando la tarde moría y aparecían las primeras sombras de la noche, tres vehículos provistos de parlantes recorrían el pueblo pidiendo el apoyo de la comunidad para que presionara a sus representantes y dieran el voto favorable a lo que consideraban justo y legal.
Fue el último golpe de doña Elvira. El tiempo se había cumplido y ya no había más que hacer. Tenía confianza en la campaña realizada y mucha seguridad en que sería la triunfadora, pese a que reconocía que el Cura había sido un adversario sumamente duro y batallador inclaudicable.
Y tenía toda la razón, ya que el Cura Ambrosio era quien iba a dar el último golpe con el que pretendía ganar el combate por knock out. Para ello, tomando como excusa la consulta, decidió realizar sólo una misa a las diez de la mañana de modo que lo último que escucharan quienes tenían que emitir su votación, fuera su palabra.
La iglesia se encontraba completamente llena, con fieles de pie en los pasillos e incluso no se pudo cerrar las puertas porque la gente no cabía toda en el interior. Las autoridades y demás representantes del pueblo, pedían –supuestamente- el apoyo divino para tomar la decisión más conveniente a los intereses comunitarios.
El Cura Ambrosio feliz con la feligresía. Sólo para Pascua de Resurrección y para la Misa del Gallo se veía tanta gente.
Su sermón debía, por supuesto, estar orientado al acontecimiento cívico que se llevaría a efecto en un par de horas y efectivamente así fue.
Queridos hermanos: Hoy es un día muy especial para nuestro amado pueblo. Hoy, nosotros, sus habitantes nos jugamos, por medio de nuestros representantes, un futuro de paz, tranquilidad, sosiego, seguridad, moralidad y santidad, versus un futuro de pecado, inmoralidad, lujuria, y destrucción familiar.
No podemos permitir que Satanás usando a una persona ajena a nuestra comunidad, quebrante la armonía, la amistad, la buena vecindad, la generosidad, la tolerancia y la solidaridad que siempre ha reinado entre nosotros y que últimamente ha sido destruida.
Matrimonios que no se hablan, hijos desorientados, vecinos que se niegan el saludo, jefes que presionan a sus subalternos, organizaciones sociales de bien que apoyan la indecencia. Todo es caos, porque todo es demoníaco.
Lo peor que temo, hermanos, es que estas meretrices seguramente traerán enfermedades venéreas que contagiarán a los hombres y éstos pegarán el contagio a sus esposas y más de alguno a su amante y así las enfermedades se multiplicarán rápidamente de tal forma que antes que se alcancen a tomar las medidas sanitarias correspondientes, ESTAREMOS TODOS CONTAGIADOS.
A la semana siguiente, se extendió la patente correspondiente y el negocio fue bendecido por el Cura Ambrosio.
Original de ANTONIO SANDOVAL LENA