Son sentimientos que Mario nunca se atrevió a expresarlos y que quedaron guardados dentro de él para siempre, sin atreverse jamás a contárselos a sus hermanos ni amigos, ni siquiera en sueños. A veces fue por temor a ser motivo de burlas y otras por simple timidez; pero cualquiera haya sido la causa, los sentimientos quedaron guardados, primero en su corazón y después, simplemente en su memoria y nunca… nunca… han desaparecido.
Desde que era chico y empezaba a despertarse en él su instinto de hombre, sintió que su atracción por las mujeres se le hacía irresistible y que a pesar de ello les temía. Era algo así como sentirse muy poca cosa para ella, la elegida de ese momento, y por lo mismo temer no ser aceptado. Y después de no haber sido aceptado… ¿Qué le quedaba por hacer? ¿Cómo podría mirarla de nuevo a los ojos, sin demostrar que su negativa lo estaba matando?¿Cómo sería visto por otras mujeres que conocían este rechazo?
Con el tiempo aprendió que las mujeres, por alguna razón desconocida, no aceptan al hombre que ha sido despreciado por alguna de sus amigas, ni aunque ellas se estén muriendo por él. Debe ser por una especie de orgullo mal entendido. Algo así como sentirse recogiendo los desperdicios que botó su amiga. Sin embargo, si ha sido el hombre el que ha rechazado a la amiga, ellas siempre estarán dispuestas para él. Es curioso, pero así es.
Los hombres somos distintos, nos gusta una mujer y esperamos con impaciencia que la relación sentimental que mantiene se rompa lo antes posible, sin importarnos la causa de este rompimiento, ya que lo único que interesa es que está disponible. Incluso, antes del término de la relación, ya hemos dado, de alguna forma, muestras de nuestro interés.
Mario era tremendamente enamoradizo. Bastaba que le diera un beso a una mujer para sentirse enamorado hasta los huesos. Se ponía melancólico, volado, pensativo, distraído. Soñaba día y noche con su amada. Revivía con intensidad cada beso que le había dado e imaginaba la dulzura de los que le daría en la próxima cita. Llenaba sus cuadernos con corazones atravesados por una flecha que tenía las iniciales de ella y de él. Le escribía cartas de amor que nunca le enviaba. Le bajaban las notas del colegio. No hacía las tareas. Ya casi no hablaba, ni siquiera con su amada, puesto que se encontraban y se abrazaban besándose, hasta que llegaba el momento de la despedida, tiempo durante el cual no les quedaba espacio para las palabras. Terminaban, ella y él, con los labios hinchados de tanto besarse. De ese amor, no se olvidaba jamás y cada vez que lo recordaba se ponía nuevamente melancólico y añoraba esos tiempos.
Terminada esta relación y habiendo transcurrido un tiempo prudente, Mario estaba nuevamente enamorado y re juraba que esta vez el amor sí era verdadero y profundo y seguramente para toda la vida, pues su cuerpo entero vibraba, cada vez que sus labios rozaban los de ella y esto no lo había sentido nunca. Si llegaba a terminarse este pololeo, se iba a morir de amor. Este amor… tampoco lo olvidaría jamás.
Fueron innumerables los amores que tuvo, principalmente en esta época de la adolescencia y… por todos se moría y… ni uno olvidaría. Él era bien parecido, alto, moreno, ojos verdes, corpulento y sin una gota de grasa en su cuerpo. Las mujeres lo encontraban buen mozo, atractivo y simpático ¡Qué más podía pedir a Dios! Por eso también nunca le faltaron las pretendientes, que prácticamente tenían que ser ellas las que le declaraban su amor por iniciativa propia, debido a la timidez y temor de él al rechazo.
Pero como ocurre con casi todas las cosas en la vida, cuando son fáciles, pierden su atractivo. Las niñas de su edad ya no tenían gracia. Unos besos más o menos empezaron a no afectarle y en consecuencia tuvo que cambiar de rumbo.
La oportunidad llegó en una fiesta en casa de Marisol, una compañera de curso. Ahí conoció a una tía de su compañera y no más verla, se enamoró de ella. Bailaron un par de veces. Sintieron el roce de sus cuerpos, la sangre empezó a circularles con una rapidez inusitada, las manos se daban apretones y se cruzaban miradas a los ojos, en las que mostraban el calor que los estaba consumiendo. Fue ella la que, sin desearlo, dijo ¡Basta!. ¡Esto no puede continuar…hoy!. Mario no sabía qué hacer ni qué decir. ¿Cómo decirle a una mujer que lo doblaba en edad, que quería una cita con ella?. ¿Se reiría? ¿Le diría que eso era ridículo ya que él era un niño que recién comenzaba a afeitarse y ella una mujer hecha y derecha?. Su cuerpo temblaba y no se atrevía ni a mirarla. Sudaba entero. Pero fue ella, otra vez, la que tomó la iniciativa y lo invitó a salir al patio a fumar un cigarrillo.
-¿Cómo me dijiste que te llamabas?
- Mario
- Bien Mario…para que te tranquilices. ¿Podrías hacer el favor de ir a buscar un par de tragos?
- ¡Por supuesto!. Se fue Mario al interior, sin saber siquiera lo que había contestado, y regresó en un par de minutos con sendas piscolas.
- Sabes Mario…tú eres un joven sumamente atractivo para mi. No te lo puedo explicar bien con palabras, pero mientras bailábamos, al sentir tu cuerpo rozar con el mío, algo me ha pasado. Como si repentinamente la sangre me circulara con mucha fuerza y me he acalorado y se me ha agitado la respiración y me han comenzado a tiritar las piernas y otras cosas. Ha sido todo sumamente curioso, porque nunca me había sucedido algo así. ¿Sentiste también algo o he sido solamente yo? Interrogó.
- Siii… algo así también me ha pasado, contestó Mario, que, en realidad no sabía qué hacer ni que decir, pues no tenía costumbre relacionarse con personas de otra edad que no fuera la suya. Más aún en este caso en que ya se sentía enamorado de esta mujer tan mayor que él y cuyo comportamiento lo tenía lleno de dudas y temores ¿Ella estaba jugando con él, entreteniéndose? Y si no era así ¿Qué le había querido decir al contarle lo que sentía?. En realidad él no entendía nada, porque parece que no escuchaba nada y lo que lograba escuchar, lo confundía. Le hubiese gustado que ella le hubiera dicho derechamente que quería pololear con él, aunque hubiese sentido una vergüenza tremenda por no haber sido él quien tomase esa iniciativa; pero por lo menos se hubieran terminado sus dudas.
- Mira Mario, tú debes saber que yo soy tía de Marisol y que me llamo Loreto. Te das cuenta, por cierto, que soy bastante mayor que tú y que por lo mismo tengo mucha más experiencia que tú.
- Si, todo eso lo sé.
- Bien… me doy cuenta que no hayas qué hacer ni qué decir, de modo que todo lo voy a decir yo y tú te limitarás a asentir o a disentir; pero antes, debes hacerme una promesa.
-De qué se trata.
- Todo lo que te diga, será solamente para nosotros dos, nunca…jamás, se lo dirás a nadie. Debe ser una promesa de hombre grande, porque lo que espero que pase, será también de hombre grande ¿De acuerdo?
- Sí, de acuerdo.
- Escucha entonces con mucha atención: “El próximo lunes, durante toda la tarde, voy a estar sola en mi casa, que es la casa de mis papás, ya que ellos van a salir y volverán más o menos a las nueve de la noche. Quiero que tú inventes en tu casa cualquier excusa y me vayas a ver. Voy a estar esperándote desde las tres en adelante. Vivo a cinco cuadras de aquí, en calle Los Almendros Nº479. Ahora vas a ir al baño y allá, sin que nadie te vea, vas a anotar la dirección. Anda y vuelve altiro.
- Bien, con permiso. Si antes, Mario estaba confundido, ahora ya no hilvanaba ni las ideas. Lo que le pasaba, en realidad lo tenía asustado. No sabía qué iba a suceder más adelante ni cómo debía comportarse y eso le atemorizaba.
Loreto, no era una belleza de mujer, pero tenía un rostro agraciado, de aspecto infantil, metido en un cuerpo de mujer muy bien formado, aunque de baja estatura. Sin embargo no era su cuerpo el que le daba el aspecto de adulto, sino sus ojos, o mejor dicho su mirada…profunda, cálida, serena, firme y desafiante, aunque también podía ser tierna, seductora y romántica. Era el tipo de mujer que todos los hombres hubiesen querido conquistar, tener consigo, regalonear y tener relaciones íntimas. Sin embargo, proyectaba una seguridad en sí misma tan potente, que eran pocos los que osaban acercarse a ella con afanes de conquista. Y en realidad, era así, de carácter fuerte y avasallador, inteligente, despierta, de respuestas ágiles y acertadas que opacaban a cualquier interlocutor, incluso al más experimentado y aún más, dependiendo del tema de conversación, ella no tenía problemas para ridiculizar o hacer parecer un tonto, al audaz que se animase a enfrentarla. Sabedora de sus capacidades, le gustaba ser ella la que dominara y dispusiera lo que había que hacer y cómo había de hacerse.
No iba a ser Mario quien la pusiera nerviosa o la hiciera cambiar su comportamiento rutinario, si en sus manos era un pobre pajarito que aún ni emplumaba. Había que trabajar mucho con él para transformarlo en un verdadero hombre y… ya se lo había propuesto.
-¿Anotaste bien la dirección?
- Si, conozco bien ese barrio, está todo claro.
- Ahora nos vamos a separar, vas a ir a bailar con tus compañeras y te vas a olvidar de mí hasta el lunes. Yo voy a bailar con otros jóvenes, como si tú y yo no hubiéramos conversado nada ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- Una última recomendación: Deja de mirarme para que el resto de los que están aquí no sospechen ni comiencen a hacer conjeturas maliciosas.
-Ya. Hasta el lunes a las tres, repitió Mario como para asegurarse.
- Te estaré esperando.
De ahí en adelante, Mario se encontraba en las nubes. Bailó y conversó con otras niñas, sin saber siquiera lo que decía, si acaso dijo algo; pero de su silencio nadie se extrañaba porque era conocido como poco conversador con el sexo opuesto. Hizo esfuerzos para no mirar a Loreto que alentaba a bailar a los otros muchachos y se reía y disfrutaba de las bromas que se hacían entre ellos, como si hubiese sido una más del curso. Por supuesto que más de alguno comentó, por lo bajo: ¡Putas que es linda la tía de la Marisol! ¡Mírala cómo baila! ¡Si yo fuera más grande le haría los puntos y te aseguro que no se me escapaba!
Mientras tanto, Mario tenía un revoltijo de ideas que iban y venían por su mente en forma totalmente desordenada. La noche no avanzaba. Ya enamorado, Loreto lo estaba dominando. Por su cabeza el torbellino de preguntas no cesaba:¿Qué pasaría el lunes?. No tendría prueba que estudiar para el martes?. Alguien se habrá dado cuenta?. No estaré poniendo cara de tonto?.A qué se dedicará Loreto?. Tendrá pololo o novio?. Querrá que nos vamos a la cama?. No vaya a ser cosa que yo meta las patas, hasta el cogote, haciéndole una insinuación así?. Y si no le digo nada voy a quedar como un imbécil o pajarón o mariquita. De qué tendré que hablar con ella? Nunca de política, de religión ni menos de fútbol, decía don Pepe, un vecino. Entonces, de qué?
La fiesta terminó relativamente temprano, alrededor de las 04,00 hrs y se armaron grupos para ir a una u otra discoteca a continuar el baile. Mario se fue directo a su casa. Tenía muchas cosas en qué pensar, además que ya se encontraba enamorado y sus elucubraciones amorosas estaban en un punto culmine. Esa noche o mejor dicho el resto que quedaba de noche, se le hizo difícil conciliar el sueño. Se daba vueltas en la cama y trataba de dejar su mente en blanco. Contaba ovejas y cuando llevaba diez, ya estaba pensando otra vez en Loreto. Decidió, por último, que su pensamiento divagara sin trabas, hasta que, sin darse cuenta, se durmió.
Los días siguientes, antes del lunes, fueron verdaderamente suplicios. Caminaba sin rumbo y sin destino. Su mente era un caos sin posibilidad de ordenarla. Trataba de recordar con detalle, la experiencia que, según decía Hernán, un compañero de curso, había tenido con una niña del curso paralelo; pero no le cuadraba con lo que él estaba viviendo, principalmente por la gran diferencia de edad de las protagonistas. La niña, sin saber qué hacer, se dejó llevar por Hernán y éste, desconocedor también de las maniobras a realizar, actuó conforme le señalaba su instinto animal. Claro que cuando contaba su experiencia, la adornaba con flecos de su propia creación, pretendiendo aparentar que dominaba el tema. Lo suyo, era muy distinto. Para empezar la mujer era hecha y derecha y así lo había manifestado ella misma. Además tenía una personalidad difícil de encontrar en otras mujeres. Y por último, todo iba a suceder con una planificación fríamente calculada, de modo que lo más probable es que no quedara detalle alguno por cubrir… por parte de ella y aquí Mario era quien debía dejarse llevar.
Esto era lo peor de todo, la incertidumbre de no saber a qué atenerse. El ignorar completamente lo que sucedería, es decir saber lo que sucedería, pero no saber cómo, ni qué debía hacer él, ni cual debía ser su comportamiento, ni qué hablar o no hablar. Todo era una incógnita. Sus compañeros, cuando hablaban del tema, decían tantas cosas que ahora venían a su mente y lo asustaban. Decían que la primera relación era dolorosa, terrible, porque al hombre algo se le cortaba y sangraba. Decían también que cuando las mujeres eran muy mayores se aprovechaban de los jóvenes y les sacaban el jugo, que hacían cosas degeneradas y que ellos terminaban empotados. No sabía lo que esto último significaba, pero parecía ser algo malo. En resumen, según todos decían, lo mejor era iniciarse con una niña de la misma edad, porque así podían aprender los dos y ninguno dominaría al otro. Decían también que después de haber tenido relaciones, algo pasaba en uno, que hacía que se le notara por un tiempo y que a las mujeres se les notaría para siempre, porque de ahí para adelante caminarían con las piernas un poco abiertas, dependiendo de las veces que hubieran tenido relaciones.
En fin…todo era un enigma que tendría que afrontar, cualquiera que fuesen las consecuencias, por haber aceptado la invitación que Loreto le hiciera. Trató de ubicar a don Pepe, el vecino, pero no le fue posible porque se encontraba fuera de la ciudad por varios días. Esa era la única posibilidad que tenía de saber algo real y verdadero ya que, según él decía, sabía mucho de la materia y tenía una vasta experiencia con mujeres de todo tipo y condición.
Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, irremediablemente llegó el lunes. Mario estaba desesperado. Deseaba que la hora no avanzara; que se paralizara el tiempo; que las clases se hicieran eternas; que ocurriera algo imprevisto que lo liberara del compromiso, sin que le asistiese responsabilidad; que a ella le diera un ataque; que hubiese un terremoto; que lo atropellara un auto o aunque fuese una bicicleta; y que por cualquiera de estas causas la cita no se concretara. Sin embargo el día era tan normal y común, que no se vislumbraba posibilidad alguna de excusa. Para peor de sus desgracias, la última hora de clases, había tratado sobre la reproducción humana, lo que aumentó más su preocupación, ya que hasta ese momento no había pensado en la posibilidad de un embarazo. Y si esto llegara a suceder ¿Qué iba a pasar entonces? ¿Qué explicación iba a dar? ¿A quién le iba a echar la culpa? ¿Y qué había que hacer para que esto no sucediera? ¡Oh Dios mío! Se decía ¿Por qué me permitiste meterme en tamaño enredo?
El tiempo se había vencido y había que pagar la deuda. Eran las tres de la tarde cuando salió de su casa rumbo a lo desconocido. Caminaba a paso cansino, iba derrotado de antemano, incluso, producto de su tensión nerviosa, comenzó a sentir efectos físicos típicos, como sudoración helada, temblores en las manos, palidez facial, amargor bucal, problemas visuales y otros que a él le parecía, le daban el aspecto de idiota; pero continuaba su camino como un autómata, como el condenado a muerte camina hacia el cadalso.
Eran las 15,40 horas, calle Los Almendros Nº 479, confrontó la dirección con la anotada en el papelito el día de la fiesta. Estaba bien. Era la que buscaba. Tomó aliento y tocó el timbre, con los dedos cruzados, esperando que estuviera en malas condiciones y no saliera nadie, más no fue así. Antes de un minuto abrió la puerta Loreto. Estaba vestida con una bata blanca, que hacía notar que debajo de ella no tenía otra vestimenta. Se hubiese visto verdaderamente hermosa, si la expresión de su rostro no hubiera sido lo amarga que era.
- ¡Hola! Masculló Mario, con una voz casi imperceptible.
- Loreto, sin siquiera contestar el saludo le espetó ¡No te dije que a las tres, te esperaba! Lo dijo pronunciando las palabras sílaba por sílaba y con una dureza sorprendente en una mujer menuda y aparentemente delicada.
- Son recién veinte para las cuatro y como tú me dijiste…
- ¡Sé muy bien lo que te dije! Le interrumpió ella. Si hubieses llegado a la hora indicada, todo hubiese sido distinto ¡Tonto! Ahora está otra persona conmigo y no te puedo recibir ¡Mándate cambiar y no esperes que esta oportunidad se vaya a repetir! ¡Pensé que ya eras un hombre y me equivoqué!¡Adiós! Dicho esto, cerró la puerta con firmeza.
Mario, quedó por algunos segundos petrificado mirando la puerta, después dio media vuelta y se marchó de regreso. Sentía algo extraño y ambiguo. Por una parte, un poco de vergüenza por haber sido tratado tan mal y por otra, la tranquilidad de haberse sacado de encima el peso de esta situación que le agobiaba. En el fondo, empezó rápidamente a predominar la tranquilidad. Se terminaron las sudoraciones y las otras manifestaciones físicas. En buenas cuentas, descansó. Nunca más supo de ella, pero como le sucedió con otras, la recordaba con añoranza.
Después de muchísimos años, alrededor de una meza, con un par de amigos jubilados, igual que él, y luego de haberse tomado varias botellas de buen tinto, Mario decía: Primera vez en mi vida, que cuento una historia mía. Siempre he sido reacio a hablar de mi y no sé por qué hoy lo he hecho, talvez ha sido el tintito que me ha soltado la lengua o a lo mejor son los años que nos quitan el pudor y la vergüenza. Sólo una cosa quiero agregar. Dos veces en mi vida he sentido miedo profundo, fuerte, incontrolable y desesperante, una…cuando caímos en avioneta entre los cerros y el único que se salvó fui yo y la otra… la que me hizo pasar esta bribona de la Loreto.
Desde que era chico y empezaba a despertarse en él su instinto de hombre, sintió que su atracción por las mujeres se le hacía irresistible y que a pesar de ello les temía. Era algo así como sentirse muy poca cosa para ella, la elegida de ese momento, y por lo mismo temer no ser aceptado. Y después de no haber sido aceptado… ¿Qué le quedaba por hacer? ¿Cómo podría mirarla de nuevo a los ojos, sin demostrar que su negativa lo estaba matando?¿Cómo sería visto por otras mujeres que conocían este rechazo?
Con el tiempo aprendió que las mujeres, por alguna razón desconocida, no aceptan al hombre que ha sido despreciado por alguna de sus amigas, ni aunque ellas se estén muriendo por él. Debe ser por una especie de orgullo mal entendido. Algo así como sentirse recogiendo los desperdicios que botó su amiga. Sin embargo, si ha sido el hombre el que ha rechazado a la amiga, ellas siempre estarán dispuestas para él. Es curioso, pero así es.
Los hombres somos distintos, nos gusta una mujer y esperamos con impaciencia que la relación sentimental que mantiene se rompa lo antes posible, sin importarnos la causa de este rompimiento, ya que lo único que interesa es que está disponible. Incluso, antes del término de la relación, ya hemos dado, de alguna forma, muestras de nuestro interés.
Mario era tremendamente enamoradizo. Bastaba que le diera un beso a una mujer para sentirse enamorado hasta los huesos. Se ponía melancólico, volado, pensativo, distraído. Soñaba día y noche con su amada. Revivía con intensidad cada beso que le había dado e imaginaba la dulzura de los que le daría en la próxima cita. Llenaba sus cuadernos con corazones atravesados por una flecha que tenía las iniciales de ella y de él. Le escribía cartas de amor que nunca le enviaba. Le bajaban las notas del colegio. No hacía las tareas. Ya casi no hablaba, ni siquiera con su amada, puesto que se encontraban y se abrazaban besándose, hasta que llegaba el momento de la despedida, tiempo durante el cual no les quedaba espacio para las palabras. Terminaban, ella y él, con los labios hinchados de tanto besarse. De ese amor, no se olvidaba jamás y cada vez que lo recordaba se ponía nuevamente melancólico y añoraba esos tiempos.
Terminada esta relación y habiendo transcurrido un tiempo prudente, Mario estaba nuevamente enamorado y re juraba que esta vez el amor sí era verdadero y profundo y seguramente para toda la vida, pues su cuerpo entero vibraba, cada vez que sus labios rozaban los de ella y esto no lo había sentido nunca. Si llegaba a terminarse este pololeo, se iba a morir de amor. Este amor… tampoco lo olvidaría jamás.
Fueron innumerables los amores que tuvo, principalmente en esta época de la adolescencia y… por todos se moría y… ni uno olvidaría. Él era bien parecido, alto, moreno, ojos verdes, corpulento y sin una gota de grasa en su cuerpo. Las mujeres lo encontraban buen mozo, atractivo y simpático ¡Qué más podía pedir a Dios! Por eso también nunca le faltaron las pretendientes, que prácticamente tenían que ser ellas las que le declaraban su amor por iniciativa propia, debido a la timidez y temor de él al rechazo.
Pero como ocurre con casi todas las cosas en la vida, cuando son fáciles, pierden su atractivo. Las niñas de su edad ya no tenían gracia. Unos besos más o menos empezaron a no afectarle y en consecuencia tuvo que cambiar de rumbo.
La oportunidad llegó en una fiesta en casa de Marisol, una compañera de curso. Ahí conoció a una tía de su compañera y no más verla, se enamoró de ella. Bailaron un par de veces. Sintieron el roce de sus cuerpos, la sangre empezó a circularles con una rapidez inusitada, las manos se daban apretones y se cruzaban miradas a los ojos, en las que mostraban el calor que los estaba consumiendo. Fue ella la que, sin desearlo, dijo ¡Basta!. ¡Esto no puede continuar…hoy!. Mario no sabía qué hacer ni qué decir. ¿Cómo decirle a una mujer que lo doblaba en edad, que quería una cita con ella?. ¿Se reiría? ¿Le diría que eso era ridículo ya que él era un niño que recién comenzaba a afeitarse y ella una mujer hecha y derecha?. Su cuerpo temblaba y no se atrevía ni a mirarla. Sudaba entero. Pero fue ella, otra vez, la que tomó la iniciativa y lo invitó a salir al patio a fumar un cigarrillo.
-¿Cómo me dijiste que te llamabas?
- Mario
- Bien Mario…para que te tranquilices. ¿Podrías hacer el favor de ir a buscar un par de tragos?
- ¡Por supuesto!. Se fue Mario al interior, sin saber siquiera lo que había contestado, y regresó en un par de minutos con sendas piscolas.
- Sabes Mario…tú eres un joven sumamente atractivo para mi. No te lo puedo explicar bien con palabras, pero mientras bailábamos, al sentir tu cuerpo rozar con el mío, algo me ha pasado. Como si repentinamente la sangre me circulara con mucha fuerza y me he acalorado y se me ha agitado la respiración y me han comenzado a tiritar las piernas y otras cosas. Ha sido todo sumamente curioso, porque nunca me había sucedido algo así. ¿Sentiste también algo o he sido solamente yo? Interrogó.
- Siii… algo así también me ha pasado, contestó Mario, que, en realidad no sabía qué hacer ni que decir, pues no tenía costumbre relacionarse con personas de otra edad que no fuera la suya. Más aún en este caso en que ya se sentía enamorado de esta mujer tan mayor que él y cuyo comportamiento lo tenía lleno de dudas y temores ¿Ella estaba jugando con él, entreteniéndose? Y si no era así ¿Qué le había querido decir al contarle lo que sentía?. En realidad él no entendía nada, porque parece que no escuchaba nada y lo que lograba escuchar, lo confundía. Le hubiese gustado que ella le hubiera dicho derechamente que quería pololear con él, aunque hubiese sentido una vergüenza tremenda por no haber sido él quien tomase esa iniciativa; pero por lo menos se hubieran terminado sus dudas.
- Mira Mario, tú debes saber que yo soy tía de Marisol y que me llamo Loreto. Te das cuenta, por cierto, que soy bastante mayor que tú y que por lo mismo tengo mucha más experiencia que tú.
- Si, todo eso lo sé.
- Bien… me doy cuenta que no hayas qué hacer ni qué decir, de modo que todo lo voy a decir yo y tú te limitarás a asentir o a disentir; pero antes, debes hacerme una promesa.
-De qué se trata.
- Todo lo que te diga, será solamente para nosotros dos, nunca…jamás, se lo dirás a nadie. Debe ser una promesa de hombre grande, porque lo que espero que pase, será también de hombre grande ¿De acuerdo?
- Sí, de acuerdo.
- Escucha entonces con mucha atención: “El próximo lunes, durante toda la tarde, voy a estar sola en mi casa, que es la casa de mis papás, ya que ellos van a salir y volverán más o menos a las nueve de la noche. Quiero que tú inventes en tu casa cualquier excusa y me vayas a ver. Voy a estar esperándote desde las tres en adelante. Vivo a cinco cuadras de aquí, en calle Los Almendros Nº479. Ahora vas a ir al baño y allá, sin que nadie te vea, vas a anotar la dirección. Anda y vuelve altiro.
- Bien, con permiso. Si antes, Mario estaba confundido, ahora ya no hilvanaba ni las ideas. Lo que le pasaba, en realidad lo tenía asustado. No sabía qué iba a suceder más adelante ni cómo debía comportarse y eso le atemorizaba.
Loreto, no era una belleza de mujer, pero tenía un rostro agraciado, de aspecto infantil, metido en un cuerpo de mujer muy bien formado, aunque de baja estatura. Sin embargo no era su cuerpo el que le daba el aspecto de adulto, sino sus ojos, o mejor dicho su mirada…profunda, cálida, serena, firme y desafiante, aunque también podía ser tierna, seductora y romántica. Era el tipo de mujer que todos los hombres hubiesen querido conquistar, tener consigo, regalonear y tener relaciones íntimas. Sin embargo, proyectaba una seguridad en sí misma tan potente, que eran pocos los que osaban acercarse a ella con afanes de conquista. Y en realidad, era así, de carácter fuerte y avasallador, inteligente, despierta, de respuestas ágiles y acertadas que opacaban a cualquier interlocutor, incluso al más experimentado y aún más, dependiendo del tema de conversación, ella no tenía problemas para ridiculizar o hacer parecer un tonto, al audaz que se animase a enfrentarla. Sabedora de sus capacidades, le gustaba ser ella la que dominara y dispusiera lo que había que hacer y cómo había de hacerse.
No iba a ser Mario quien la pusiera nerviosa o la hiciera cambiar su comportamiento rutinario, si en sus manos era un pobre pajarito que aún ni emplumaba. Había que trabajar mucho con él para transformarlo en un verdadero hombre y… ya se lo había propuesto.
-¿Anotaste bien la dirección?
- Si, conozco bien ese barrio, está todo claro.
- Ahora nos vamos a separar, vas a ir a bailar con tus compañeras y te vas a olvidar de mí hasta el lunes. Yo voy a bailar con otros jóvenes, como si tú y yo no hubiéramos conversado nada ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- Una última recomendación: Deja de mirarme para que el resto de los que están aquí no sospechen ni comiencen a hacer conjeturas maliciosas.
-Ya. Hasta el lunes a las tres, repitió Mario como para asegurarse.
- Te estaré esperando.
De ahí en adelante, Mario se encontraba en las nubes. Bailó y conversó con otras niñas, sin saber siquiera lo que decía, si acaso dijo algo; pero de su silencio nadie se extrañaba porque era conocido como poco conversador con el sexo opuesto. Hizo esfuerzos para no mirar a Loreto que alentaba a bailar a los otros muchachos y se reía y disfrutaba de las bromas que se hacían entre ellos, como si hubiese sido una más del curso. Por supuesto que más de alguno comentó, por lo bajo: ¡Putas que es linda la tía de la Marisol! ¡Mírala cómo baila! ¡Si yo fuera más grande le haría los puntos y te aseguro que no se me escapaba!
Mientras tanto, Mario tenía un revoltijo de ideas que iban y venían por su mente en forma totalmente desordenada. La noche no avanzaba. Ya enamorado, Loreto lo estaba dominando. Por su cabeza el torbellino de preguntas no cesaba:¿Qué pasaría el lunes?. No tendría prueba que estudiar para el martes?. Alguien se habrá dado cuenta?. No estaré poniendo cara de tonto?.A qué se dedicará Loreto?. Tendrá pololo o novio?. Querrá que nos vamos a la cama?. No vaya a ser cosa que yo meta las patas, hasta el cogote, haciéndole una insinuación así?. Y si no le digo nada voy a quedar como un imbécil o pajarón o mariquita. De qué tendré que hablar con ella? Nunca de política, de religión ni menos de fútbol, decía don Pepe, un vecino. Entonces, de qué?
La fiesta terminó relativamente temprano, alrededor de las 04,00 hrs y se armaron grupos para ir a una u otra discoteca a continuar el baile. Mario se fue directo a su casa. Tenía muchas cosas en qué pensar, además que ya se encontraba enamorado y sus elucubraciones amorosas estaban en un punto culmine. Esa noche o mejor dicho el resto que quedaba de noche, se le hizo difícil conciliar el sueño. Se daba vueltas en la cama y trataba de dejar su mente en blanco. Contaba ovejas y cuando llevaba diez, ya estaba pensando otra vez en Loreto. Decidió, por último, que su pensamiento divagara sin trabas, hasta que, sin darse cuenta, se durmió.
Los días siguientes, antes del lunes, fueron verdaderamente suplicios. Caminaba sin rumbo y sin destino. Su mente era un caos sin posibilidad de ordenarla. Trataba de recordar con detalle, la experiencia que, según decía Hernán, un compañero de curso, había tenido con una niña del curso paralelo; pero no le cuadraba con lo que él estaba viviendo, principalmente por la gran diferencia de edad de las protagonistas. La niña, sin saber qué hacer, se dejó llevar por Hernán y éste, desconocedor también de las maniobras a realizar, actuó conforme le señalaba su instinto animal. Claro que cuando contaba su experiencia, la adornaba con flecos de su propia creación, pretendiendo aparentar que dominaba el tema. Lo suyo, era muy distinto. Para empezar la mujer era hecha y derecha y así lo había manifestado ella misma. Además tenía una personalidad difícil de encontrar en otras mujeres. Y por último, todo iba a suceder con una planificación fríamente calculada, de modo que lo más probable es que no quedara detalle alguno por cubrir… por parte de ella y aquí Mario era quien debía dejarse llevar.
Esto era lo peor de todo, la incertidumbre de no saber a qué atenerse. El ignorar completamente lo que sucedería, es decir saber lo que sucedería, pero no saber cómo, ni qué debía hacer él, ni cual debía ser su comportamiento, ni qué hablar o no hablar. Todo era una incógnita. Sus compañeros, cuando hablaban del tema, decían tantas cosas que ahora venían a su mente y lo asustaban. Decían que la primera relación era dolorosa, terrible, porque al hombre algo se le cortaba y sangraba. Decían también que cuando las mujeres eran muy mayores se aprovechaban de los jóvenes y les sacaban el jugo, que hacían cosas degeneradas y que ellos terminaban empotados. No sabía lo que esto último significaba, pero parecía ser algo malo. En resumen, según todos decían, lo mejor era iniciarse con una niña de la misma edad, porque así podían aprender los dos y ninguno dominaría al otro. Decían también que después de haber tenido relaciones, algo pasaba en uno, que hacía que se le notara por un tiempo y que a las mujeres se les notaría para siempre, porque de ahí para adelante caminarían con las piernas un poco abiertas, dependiendo de las veces que hubieran tenido relaciones.
En fin…todo era un enigma que tendría que afrontar, cualquiera que fuesen las consecuencias, por haber aceptado la invitación que Loreto le hiciera. Trató de ubicar a don Pepe, el vecino, pero no le fue posible porque se encontraba fuera de la ciudad por varios días. Esa era la única posibilidad que tenía de saber algo real y verdadero ya que, según él decía, sabía mucho de la materia y tenía una vasta experiencia con mujeres de todo tipo y condición.
Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, irremediablemente llegó el lunes. Mario estaba desesperado. Deseaba que la hora no avanzara; que se paralizara el tiempo; que las clases se hicieran eternas; que ocurriera algo imprevisto que lo liberara del compromiso, sin que le asistiese responsabilidad; que a ella le diera un ataque; que hubiese un terremoto; que lo atropellara un auto o aunque fuese una bicicleta; y que por cualquiera de estas causas la cita no se concretara. Sin embargo el día era tan normal y común, que no se vislumbraba posibilidad alguna de excusa. Para peor de sus desgracias, la última hora de clases, había tratado sobre la reproducción humana, lo que aumentó más su preocupación, ya que hasta ese momento no había pensado en la posibilidad de un embarazo. Y si esto llegara a suceder ¿Qué iba a pasar entonces? ¿Qué explicación iba a dar? ¿A quién le iba a echar la culpa? ¿Y qué había que hacer para que esto no sucediera? ¡Oh Dios mío! Se decía ¿Por qué me permitiste meterme en tamaño enredo?
El tiempo se había vencido y había que pagar la deuda. Eran las tres de la tarde cuando salió de su casa rumbo a lo desconocido. Caminaba a paso cansino, iba derrotado de antemano, incluso, producto de su tensión nerviosa, comenzó a sentir efectos físicos típicos, como sudoración helada, temblores en las manos, palidez facial, amargor bucal, problemas visuales y otros que a él le parecía, le daban el aspecto de idiota; pero continuaba su camino como un autómata, como el condenado a muerte camina hacia el cadalso.
Eran las 15,40 horas, calle Los Almendros Nº 479, confrontó la dirección con la anotada en el papelito el día de la fiesta. Estaba bien. Era la que buscaba. Tomó aliento y tocó el timbre, con los dedos cruzados, esperando que estuviera en malas condiciones y no saliera nadie, más no fue así. Antes de un minuto abrió la puerta Loreto. Estaba vestida con una bata blanca, que hacía notar que debajo de ella no tenía otra vestimenta. Se hubiese visto verdaderamente hermosa, si la expresión de su rostro no hubiera sido lo amarga que era.
- ¡Hola! Masculló Mario, con una voz casi imperceptible.
- Loreto, sin siquiera contestar el saludo le espetó ¡No te dije que a las tres, te esperaba! Lo dijo pronunciando las palabras sílaba por sílaba y con una dureza sorprendente en una mujer menuda y aparentemente delicada.
- Son recién veinte para las cuatro y como tú me dijiste…
- ¡Sé muy bien lo que te dije! Le interrumpió ella. Si hubieses llegado a la hora indicada, todo hubiese sido distinto ¡Tonto! Ahora está otra persona conmigo y no te puedo recibir ¡Mándate cambiar y no esperes que esta oportunidad se vaya a repetir! ¡Pensé que ya eras un hombre y me equivoqué!¡Adiós! Dicho esto, cerró la puerta con firmeza.
Mario, quedó por algunos segundos petrificado mirando la puerta, después dio media vuelta y se marchó de regreso. Sentía algo extraño y ambiguo. Por una parte, un poco de vergüenza por haber sido tratado tan mal y por otra, la tranquilidad de haberse sacado de encima el peso de esta situación que le agobiaba. En el fondo, empezó rápidamente a predominar la tranquilidad. Se terminaron las sudoraciones y las otras manifestaciones físicas. En buenas cuentas, descansó. Nunca más supo de ella, pero como le sucedió con otras, la recordaba con añoranza.
Después de muchísimos años, alrededor de una meza, con un par de amigos jubilados, igual que él, y luego de haberse tomado varias botellas de buen tinto, Mario decía: Primera vez en mi vida, que cuento una historia mía. Siempre he sido reacio a hablar de mi y no sé por qué hoy lo he hecho, talvez ha sido el tintito que me ha soltado la lengua o a lo mejor son los años que nos quitan el pudor y la vergüenza. Sólo una cosa quiero agregar. Dos veces en mi vida he sentido miedo profundo, fuerte, incontrolable y desesperante, una…cuando caímos en avioneta entre los cerros y el único que se salvó fui yo y la otra… la que me hizo pasar esta bribona de la Loreto.
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