Don Felipe era un hombre viejo, solitario, silencioso, pensativo, humilde y tranquilo. Era viejo porque sus ochenta y cinco años se reflejaban claritos en cada una de las múltiples arrugas de su rostro, manos y seguro también en el resto del cuerpo. Solitario, no porque viviera abandonado y sin compañía, sino más bien porque se apartaba del resto, seguramente a hacer recuerdos de los años idos que, a veces, hacían asomar a sus labios un rictus que semejaba una sonrisa y otras provocaban que una lágrima rodara por sus resecas mejillas.
Su humildad era patente en su actitud frente al resto de las personas: daba su opinión muy breve, sólo cuando era absolutamente necesario darla y siempre para bien; contestaba generalmente con monosílabos y jamás hablaba de si mismo; muy rara vez miraba directamente a los ojos, bajando la vista como si se encontrase siempre frente a un superior; nadie le escuchó nunca una queja, ni de enfermedades, ni de malos tratos, ni de frío, calor, hambre, sed, pobreza o lo que fuera.
Nadie podía decir siquiera si don Felipe vivía o permanecía. Desde que murió su mujer, la finada Alicia, hacía ya dieciocho años, a él le cambió la vida. Se le acabó la chispa, decían. Nunca más cantó, ni tocó la guitarra, ni contó chistes y bruscamente se alejó de las amistades, encerrándose en una vida conventual que no abandonó nunca.
Su hija de nombre Alicia, igual que su madre, se mudó a vivir con él, junto a su esposo y sus tres hijos de 12, 14 y 16 años y todos trataban de hacerle la vida agradable preocupándose principalmente de cubrir sus necesidades básicas y de respetar su rutina y su silencio.
Para una persona de su edad, podríamos decir que tenía una vida normal y sin sobresaltos ni problemas de ninguna naturaleza. Su mente absolutamente lúcida y su memoria envidiable para cualquier persona.
¿Había, entonces, algún motivo de preocupación o de curiosidad?
Sí, lo había y era algo raro, y nadie se atrevía a tocarle el tema, no porque él se fuese a enojar, sino por respetar su privacidad, aunque por otro lado, se corría el riesgo de parecer ante él, como indiferente a su persona.
Don Felipe diariamente repetía la misma rutina. Se levantaba, desayunaba y se iba a sentar a su mecedora que, en verano, mantenía a la sombra de una acacia y, en invierno, próxima a una salamandra que no se apagaba mientras duraran los fríos. Lo desusado era que jamás se separaba de una caja de zapatos. La llevaba donde fuese, al comedor, al baño o al dormitorio y siempre estaba al alcance de su mano, como si temiese que alguien se interesara por su contenido, que él debiese guardar a toda costa.
- Mamá ¿Por qué el abuelo no se desprende ni un segundo de su caja de zapatos? consulta Daniel, el mayor de los niños.
- No lo se, pero tú puedes preguntarle.
- No me atrevo a hacerlo y no es que le tenga miedo, sino que parece que es algo tan de él, tan propio, es como si fuera un secreto, jamás ha dicho algo referido a ella.
- Bueno, hijo, es su derecho y él tendrá sus razones y nosotros no tenemos por qué inmiscuirnos en su vida.
- Entiendo, mamá, pero me gustaría mucho saber por qué.
- Tu hermano menor, Julio, también me preguntó lo mismo y tampoco quiere incomodar al abuelo preguntándole. Incluso tu hermana, Lorena, que es su regalona, no se atreve a averiguarlo.
Hacía ya cinco años que el abuelo había tomado la manía de portar su caja de zapatos y desde entonces que todos sentían una tremenda curiosidad por conocer su contenido o saber las razones que tenía para guardar tanto secreto.
En más de una oportunidad en que el abuelo salió de casa, sin portar la caja, Daniel se había introducido a su dormitorio y pese a registrarlo minuciosamente, no había podido dar con ella. Por supuesto que todo debía quedar en su lugar, porque el abuelo seguía una rutina de orden tan rigurosa que de inmediato se hubiese percatado que alguien entró en su pieza y aunque, lo más probable, es que no hubiese dicho palabra, todos se habrían sentido mal por haber cometido esta imprudencia.
Ahora hacía ya un mes que se encontraba postrado en cama afectado de una enfermedad renal sumamente dolorosa. Había comenzado con decaimiento y leves dolores lumbares, por lo que había decidido no levantarse, pero, como era su costumbre, nadie sabía de los dolores que le aquejaban y que se intensificaban día a día, hasta que le escucharon quejarse mientras dormía. Recién entonces se llamó un médico que le dio un tratamiento y remedios para calmar su sufrimiento.
Sus parientes le colmaban de mimos y regaloneos preparándole comidas que sabían le gustaban, acompañándolo, conversándole y haciéndole recordarse del pasado lejano.
Sus nietos llegaban del colegio, tomaban una taza de leche, se comían un sándwich como era su costumbre y se sentaban al borde de la cama del abuelo a entretenerlo un rato con relatos de lo acontecido, durante el día, con sus amigos y compañeros. El viejo los miraba y sonreía, generalmente sin emitir palabra alguna.
Todos notaban que la vida del abuelo se iba extinguiendo progresiva y rápidamente. Se estaba adelgazando producto de la pérdida del apetito, la dosis de analgésico aumentaba, sus ojos se resecaban y prácticamente se pasaba el día durmiendo. El médico que lo atendía decía que dada su edad avanzada y su condición de deterioro, era presumible esperar que los días del abuelo llegaran a su fin muy pronto.
En la casa, todos estaban viviendo un duelo anticipado. Miraban dormir al abuelo y les parecía que el momento había llegado, de modo que a cada momento se acercaban a comprobar si aún respiraba. Sin embargo al poco rato se sentaba y tomaba una sopita de sémola que su hija le había preparado especialmente para él. Era el momento que sus nietos aprovechaban para visitarlo y hacerle notar, con palabras y actitudes, el cariño que le tenían.
Pese a su estado, el abuelo no separaba de su lado la caja de zapatos e incluso cuando dormía, ponía una mano sobre ella para evitar que alguien la alejase de su lado. Verdaderamente era sorprendente el celo con que la cuidaba. Todos pensaban que si a alguien se le hubiese ocurrido quitársela, el viejo habría saltado como fiera herida que usa sus últimas energías en defender su prole, con tal de recuperarla.
Fue una noche que, por razones de estudio, Lorena se quedó en pié hasta una hora en que el resto de la familia ya dormía y al momento de ir a acostarse decidió pasar a ver al abuelo. Grande fue su sorpresa al entrar a su pieza y encontrarlo despierto y semi recostado, revisando su caja de zapatos.
- ¿Qué pasa abuelito, por qué está despierto tan tarde? Le consulta suave y amorosamente.
- No pasa nada, mi amor, es sólo que estoy desvelado, contesta el abuelo, con una voz monótona y casi inaudible.
- ¿Está preocupado por algo?
- No, hacía recuerdos, nada más.
- Y ¿Por eso revisaba su caja de zapatos?
- Si, aquí tengo guardada casi toda mi vida, por supuesto que solamente lo menos importante.
- Abuelito ¿y tú me podrías contar tus recuerdos? Le consulta Lorena adoptando una actitud regalona, y agrega ¿O son sólo secretos tuyos?
- No, mi amorcito, lo que pasa es que para otras personas, los acontecimientos de mi vida no tienen ninguna importancia, ni sentido. Además, las cosas que guardo carecen de todo valor material y hasta pueden ser irrisorias. Yo he tenido una vida sin hechos anecdóticos, ni heroicos, ni sobresalientes.
- Lo que tú dices podría ser para otras personas, pero no para mí que soy tu nieta regalona y la que más te quiere.
Lorena lo mira con ojos tiernos, toma una de sus manos y cariñosamente la besa, presionando delicadamente al abuelo para que le muestre la caja de zapatos.
- ¡Está bien! Accede el abuelo y pone sobre su regazo y destapa su caja de zapatos. ¡Dime, qué quieres saber!
Lorena quedó totalmente sorprendida. En la caja de zapatos había un montón de tonteras que constituían desperdicios o basura. Rápidamente pasó por su mente la idea de que el abuelo estaba con alguna falla mental propia de su edad, pero rechazó de inmediato tal pensamiento, por cuanto su comportamiento cotidiano era totalmente normal. De todos modos la sorpresa la tenía paralizada y sin hallar qué decir ni qué preguntar.
- ¿Te sorprendí? ¿Acaso pensaste que había cartas, joyas u otros objetos de valor?
- En realidad, abuelito, no había pensado nada, pero igualmente me causan extrañeza las cosas que aquí tienes. ¿Qué te recuerda este calcetín roto?
Al abuelo se le iluminó la cara con una sonrisa que, talvez, en otros tiempos y en otras condiciones de salud hubiese sido una carcajada vibrante.
- Estábamos con tu abuela en la fiesta de matrimonio de mi hermana Matilde y su marido pertenecía a una familia muy distinguida y de mucho dinero, de modo que ésta se realizaba en el club social del pueblo y asistían los personajes más destacados de Peralillo. Yo me había mandado a hacer un traje a la medida con casimir inglés y tu abuela un vestido copiado de una revista de modas italiana, con finísimas telas. Como siempre todo se deja para última hora, me vestí apurado y no me di cuenta que me puse un calcetín que tenía una rotura en el talón. Cuando estábamos arrodillados en la iglesia, tu abuela se dio cuenta y me lo dijo. Desde ese momento no me atreví ni siquiera a caminar delante de otras personas, para que no me vieran. Tu abuela, que le encantaba bailar y era muy buena bailarina, no paró de hacerlo en toda la noche con quien quiso invitarla. Me miraba y se reía. Incluso me dijo que me autorizaba a bailar con la mujer que yo quisiera. No puedo olvidar su carita picarona y risueña haciéndome piruetas y guiños. ¡Cómo disfrutó aquella fiesta riéndose sanamente de mi!. Pero más me alegré yo viéndola como se divertía ¿Crees que debo deshacerme de ese calcetín?
- ¡Nooo, yo lo guardaría por siempre! Además que es una situación divertida que vale la pena recordar.
Acá hay una tarjeta de adhesión a una cena bailable a beneficio de los bomberos, y ésto ¿Qué recuerdos te trae?
- También son recuerdos divertidos. Estábamos bailando con tu abuela, la pista se encontraba llena total y a pesar de ser una música lenta nos topábamos ocasionalmente con otras parejas. Fue entonces que yo me tiré un “peo”, que salió tan hediondo, que la gente comenzó a arrugar la nariz y a desplazarse hacia otros lados. Naturalmente que yo asumí igual comportamiento y a tu abuela le ha venido un ataque de risa tan grande e incontrolable, que se hizo pichí en medio de la pista y de la gente, abrazada conmigo. El pichí le corrió por las piernas, le empapó los zapatos y formó una poza en el suelo, sin que la gente se diera cuenta de ello. Por supuesto que, de inmediato, nos retiramos del baile y nos fuimos a casa. Tu abuela no paraba de reír e incluso al día siguiente se acordaba y volvía su hilaridad. Cada vez que se acordaba de este hecho, aunque hubiesen pasado años, le atacaba la risa.
- ¡Abuelitooo, que eres cochino! ¡Cómo no se iba a reír la abuelita, con la actitud cínica que asumiste! Creo que yo también me hubiese hecho pichí de la risa.
El abuelo estaba disfrutando haciendo estos recuerdos y narrándoselos a su nieta, a esa hora de la noche en que cualquier conversación adquiere una intimidad especial y la mente pareciera recordar hasta el último detalle.
- ¡Mira lo que encontré acá! Una boleta de pago de un motel.
- Hicimos un viaje en auto al sur con tu abuela y a mitad de camino tuvimos una panne que no pudimos solucionar y lo más próximo para dormir fue un motel que se encontraba a orillas de la carretera. Con esa boleta yo molestaba a tu abuela delante de mis amigos contándoles historias inventadas en las que ella me exigía que la llevara a un motel y como ella era muy pudorosa, se ruborizaba con mis cuentos. Muchas veces quiso quitarme la boleta y romperla, pero siempre me las ingenié para esconderla y sacarla sólo en el momento oportuno.
- ¡Tú eras bien malulo abuelito! Te gustaban mucho las bromas y los chistes.
- Efectivamente así era, pero desde que ella se fue, se me quitaron los deseos de hacer bromas y reírme. Ya no hay nada que me provoque gracia o que yo encuentre chistoso, salvo estos hechos que te acabo de narrar y otros pocos que guardo en mi recuerdo.
- ¿Y este cordelito, te recuerda algo también o está acá sólo por casualidad?
- Si, también es parte de mis recuerdos.
Resulta que tu abuela, tenía obsesión por tener un perro. Quería uno chico que ella pudiese mantener dentro de la casa y enseñar. Desde que los niños crecieron, se casaron y se fueron de la casa, alegaba que no tenía de qué preocuparse y se aburría. Necesitaba un perro que la acompañara, tener con qué entretenerse e incluso con quien rabiar un poco. Fue tanto lo que insistió que un día decidí comprarle uno. Fuimos a una tienda de venta de mascotas y la hice elegir un perrito. Se decidió por un cachorro terrier de dos meses, precioso, que me costó un ojo de la cara, porque era inscrito y tenía antepasados ganadores. Tu abuela de inmediato lo bautizó como Sansón, porque con su solo nombre debía imponer respeto. De regreso a casa, pasamos a tomar once donde una comadre que no soportaba los animales dentro de la casa, así que nos prestó un cordelito y lo dejamos amarrado ya que el patio no ofrecía la seguridad necesaria. Total…Sansón era tan pequeño y nuevo, que no necesitaba más seguridad que esa. Tomamos once con toda tranquilidad y después hicimos una larga sobremesa. Cuando llegó el momento de partir, grande fue nuestra sorpresa al comprobar que Sansón no se encontraba por ningún lado. Sólo estaba el cordelito amarrado en el mismo lugar que lo habíamos dejado y ni siquiera estaba cortado. Lo buscamos por todos los rincones del barrio y consultamos a la mayoría de los transeúntes, sin encontrar ni siquiera una posible pista, de modo que tuvimos que volver a casa sin nuestra gran adquisición. Tu abuela estaba tan triste, que yo, pretendiéndola hacer reír, me fui todo el camino de regreso a casa, arrastrando el cordelito, silbando y llamando a Sansón como si hubiese estado atado en el otro extremo. Una vez en casa, tu abuela se puso a llorar desconsoladamente y me acusó de burlarme de ella. Por supuesto que tuve que comprarle otro perrito para consolarla y naturalmente no le puso de nombre Sansón.
- Pero abuelito, yo, en el lugar de ella, también hubiese sentido que te burlabas, cuando ella estaba sufriendo.
- Eso ocurre muchas veces en la vida, mi amor. Hacemos algo con la mejor de las intenciones y los resultados son desastrosos. Pero no siempre hay que medir las actitudes por los resultados. Si tenemos malas intenciones en nuestro accionar y obtenemos éxito…¿Debe juzgarse lo hecho, como bueno?.
- Tienes razón abuelito. En varias oportunidades me ha sucedido que no he sido comprendida en mi accionar y se me ha juzgado mal, en circunstancias que he actuado movida por las mejores intenciones.
- Eso es lo importante. Siempre hay que actuar movido por el bien, por lo menos así quedaremos con la conciencia tranquila y en paz con Dios.
- Abuelito, volviendo a tu caja de zapatos. Yo he observado que guardas una serie de cosas que, por supuesto, te traen recuerdos, pero no he visto cartas, fotografías, anillo de compromiso y otras cosas que son verdaderamente importantes en la vida de las personas ¿Acaso, a ti, esas cosas no te interesan?
- Por supuesto, mi amor, que me interesan, pero…¿Crees que no recuerdo el rostro de mis padres, fallecidos hace más de cuarenta y cinco años, porque no tengo una foto de ellos? ¿Crees que no recuerdo a tu abuela y los detalles de nuestro matrimonio? ¿Crees que necesito fotos para recordar a mis hijos y mis nietos? Los hechos importantes y trascendentes de nuestra vida, indudablemente que la guían, encausan y conducen por una senda determinada y no necesitan de materialidades para recordarlos, pero los que le dan el sabor dulce o amargo, el aderezo que le da sapidez, está en los hechos cotidianos, comunes y corrientes en nuestro vivir. Si estos hechos comunes no tienen un complemento material que los traiga a nuestra memoria, desaparecen y jamás podremos disfrutar de ellos, en circunstancias que le han dado vida a nuestra vida. Ahí nace la importancia de todas estas chucherías que yo guardo con tanto celo.
- Está bien, abuelito, siento que en todo lo que has hecho en tu vida, has tenido la razón y también la tienes en lo que ahora me dices. Eres sabio de la vida.
- Por supuesto que no todo lo he hecho bien, como tampoco he tenido siempre la razón, lo que sucede es que el hombre se hace viejo muy pronto y sabio demasiado tarde, por eso a estos años pareciera que tengo una sabia respuesta para todo; y tú antes que te logres dar cuenta, vas a estar igual que yo, hablando estas cosas con tus nietos.
Ahora, mi amor, creo que debes ir a la cama, para que descanses, duermas un poco y te encuentres en buenas condiciones para la prueba que debes rendir mañana.
Si Dios quiere, ya tendremos otra oportunidad de seguir nuestra conversación.
- Bueno, abuelito, una vez más tienes razón. Pero, una última consulta. ¿Por qué no permites que nadie vea tu caja de zapatos?
- Te imaginas, mi amor¿ qué pensarían de mi otras personas que vieran todas las fruslerías que aquí guardo? Por supuesto que creerían que estoy con demencia senil y la evidencia de los hechos les haría pensar que tienen la razón y por supuesto que no me darían el trato normal que me dan. Pero yo tampoco puedo citar a una reunión familiar para explicar el por qué de mi comportamiento y los recuerdos que cada objeto me trae. Prefiero, entonces, que se mantengan con la curiosidad y seguir tal cual hemos estado hasta ahora.
- Por enésima vez, abuelito, la razón es tuya.
Lorena se acercó a su abuelo y besó su frente con mucha ternura y un sentimiento de amor muy especial. Sabía que su abuelo la quería con todas sus fuerzas y que gozaba de su preferencia y ella sentía también un amor muy profundo por este anciano padre de su madre.
Esa noche no pudo conciliar el sueño. Recordaba palabra por palabra los relatos que le había hecho y los razonamientos que hacía. Sentía que era una niña afortunada con tener un abuelo tan tierno, cariñoso y sabio.
La mañana llegó mucho más rápido de lo que esperaba y el cruel despertador le avisó que era hora de levantarse. Como era su costumbre, una buena ducha y un abundante y apetitoso desayuno le dieron las energías suficientes para iniciar con ánimo las actividades cotidianas.
Rindió la prueba que tenía programada para ese día y quedó con la certeza que había contestado correctamente cada una de las preguntas formuladas. Se sentía feliz ya que estaba pasando un buen día. Todo estaba resultando a la perfección…hasta que llegó a su casa. Antes de entrar notó que algo anormal había ocurrido. Apuró el paso y se dirigió directo a la pieza del abuelo ya que algo interno e inexplicable le hizo pensar en él.
El abuelo yacía en su cama, vestido elegantemente con su traje más fino, camisa blanca y corbata de seda. Sólo estaban esperando la llegada de las pompas fúnebres con el ataúd.
Lorena sintió que la vida también terminaba para ella. Las piernas le flaqueaban, su cuerpo le temblaba, una sudoración fría la empapaba y sintió que en cualquier momento se desmayaría, más su mente se sobrepuso y logró controlar su cuerpo. Se acercó al abuelo, lo abrazó, lloró en silencio apoyando su cabeza en el pecho del cadáver, le besó en la frente, como acostumbraba a hacerlo y le dijo en voz alta ¡¡Muchas gracias abuelito!!
Naturalmente que nadie dijo nada ni hizo consulta alguna sobre el agradecimiento de Lorena. No era el momento ni el lugar apropiado para hacer averiguaciones de ninguna índole.
A Lorena le quedaba sólo la íntima satisfacción de haber sido la última en charlar con el abuelo y la única conocedora de los secretos que guardaba la caja de zapatos.
Supo después que al momento que le llevaron desayuno a la cama, se percataron que el abuelo había muerto durante el sueño.
Estaba semi-recostado y tenía abrazada su caja de zapatos.
Original de
ANTONIO SANDOVAL LENA
7 comentarios:
tio Antonio..muy sorprendido y emocionado por el lindo cuento, cargado de emocion y con el toque justo de picardia tipica de ud.
Me he entretenido mucho, y me doy cuenta de su gran capacudad narrativa y porsupueto creativa...
Es un place leer y opinar.
Un beso.
Hola soy Alejandra la hija de Carlos Navarrete, despues de mucha insistencia de mi Padre, le estoy imprimiendo 3 de tus cuentos, no los lei, ya que los voy a compartir con él, en algún momento de ocio... eso que no nos faltan en esta aventura del Hospital.
Queria contactarte ya que quedamos sorprendidos con el tema de la hipnosis, y sabes vi un programa en que a travez de la Hip. niños con cáncer, que debian hacerles punsiones dolorosas, las soportaban super bien... incluso un joven con una lesión medular degenerativa, asistia a secciones de Hipnotismo donde le decian que su dolor era como un dimer... y lo bajaban, y podia hacer su vida normal... yo siento que a mi Papi le falta como creer en algo profundo... tambien escuchamos de la meditación... en fin son cosas que nos servirian muchisimo ahora... me gustaría si nos pudieras guiar en algo... o que crees tu que nos serviria para mitigar sus dolores, y saber sobreponerse y aceptar las cosas, ya que se nos viene duro, siento que el espera más de su rehabilitación... no esta siendo realista ¿Pero que le digo? si necesito que tenga fuerza y ánimo para que se recupere lo que más se pueda... y que las secuelas sean menores!!! Nos gustaria contactarnos contigo...
Te cuento que tal me parecieron tus cuentos!!!
Cariños, Ale
Hola.....no los he podido leer todos, por tiempo, pero los que he leído me han parecido buenísimos, me han encantado...espero no deje de escribir....Muchos saludos.
Karina
Jajkaja muy bueno su cuento, creo q para ser un cuento cortito tenia muchos más enfasis que mil página, gracias por ofrecerme leer su cuento, y siga así por que no siempre se encuentran escritores así, menos de esta forma (en el hospital akaj), bueno le deceo lo mejor y siga de verdad con sus cuentos que son buenisimos he intentaré leerlos todos los posibles, xau :)
UN AMIGO DEL HOSPITAL,
CRISTOPHER
Hola Don Antonio soy Macarena la polola de su sobrino José Manuel, la verdad es que no se equivocó al recomendarme que leyera este cuento...me parece fascinante la manera con la que narró esta historia y no pude evitar emocionarme con tan final. Fue un gusto haberlo conocido, aunque confieso que hubiera preferido haberlo echo en otra circunstancia, le mando un abrazo bien apretado y muchas felicitaciones por tener este don de escribir tan lindo.
Saludos, Macarena Vásquez.
Hola,(soy la secretaria de la Doctora )Hemoso cuento, sin duda deja una muy linda enseñanza. Lo felicito, ah! y tambien espero que todo le salga bien, me gusta ese optimismo y alegria que usted irradia....un abrazo.
bueno ahi va ......este sitio nos llegó como un regalo en un día de trabajo habitual,al leer la caja de zapatos,vemos un ejemplo de amor respeto y caridad , lo felicito Ud es para nosotras ,un ejemplo a seguir ,que Dios le bendiga su prodiga mente y ojalá pronto tengamos su libro
"Magaly"
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